Durante años se ha dicho a las mujeres que podían tener hijos después de los 40. Un nuevo libro explica que es demasiado tarde.
(CNN-TIME) El dolor se manifiesta como amargura y remordimiento cuando una mujer dedicada al trabajo se pregunta por qué no puede concebir un hijo. ¿Se suponía que tener hijos sería fácil, no? Que sería un regalo de la Madre Naturaleza. ¿Qué es lo que puede haberse complicado? Especialmente ahora que la Ciencia está empeñada en detener las manecillas del reloj biológico. “Estaba sentada en la sala de espera de la clínica”, recuerda una mujer que pasó por todas las etapas de la lucha contra la esterilidad, “y una mujer de unos 45 años que lo había intentado todo para quedarse embarazada me dijo que uno de los médicos le había echado un vistazo a su historial clínico y le dijo: “¿Qué hace usted aquí? Pierde su tiempo”. Fue muy cruel. Ella se aferraba a esa última esperanza. ¡Fue terrible perder la esperanza!”
Aunque la forma de comunicarlo fue fría, el mensaje era claro y devastador. “Las mujeres profesionales podrían haberlo tenido todo, hijos y profesión, de haberlo querido”, sugiere Pamela Madsen, directora ejecutiva de la Asociación Estadounidense contra la Esterilidad (AIA, según sus siglas en inglés). “El problema es que nadie les dijo la verdad acerca de sus cuerpos”. Y la verdad es que incluso los mejores expertos en esterilidad descubrieron que el reloj biológico no se deja manipular. Los especialistas pueden ayudar —y mucho— a una mujer de 29 años con trompas obstruidas, o a otra de 32 años cuyo esposo tiene un nivel muy bajo de espermatozoides. Pero a pesar de todas las noticias referidas a actrices de 45 años dando a luz, el hecho es que “no existe una terapia prometedora para la esterilidad producida por la edad”, dijo el doctor Michael Soules, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington y otrora presidente de la Sociedad Estadounidense para la Medicina Reproductora (ASRM, por sus siglas en inglés). “Ciertamente no hay nada nuevo en el horizonte”.
Eso significa, argumenta la economista Sylvia Ann Hewlett en su nuevo libro, “Creating a Life: Professional Women and the Quest for Children” (Creando una vida nueva. Las mujeres que trabajan y la búsqueda de los hijos) que muchas jóvenes ambiciosas que también quieren tener hijos transitan por mal camino si piensan que pueden pasarse una década cimentando su carrera y esperar hasta los 35 años o más para formar familia. Mientras más parejas que nunca buscan tratamientos contra la esterilidad —el número de procedimientos realizados aumentó un 27 por ciento entre 1996 y 1998— los médicos se percatan de que el tratamiento más eficaz quizá sea la prevención, que en este caso significa conocimiento. “Pero el hecho de que el reloj biológico sea algo real no es una buena noticia para mi hija de 24 años”, observa Hewlett, “y el de ella es un caso común”.
Las mujeres llevan una generación debatiendo cómo mejorar el equilibrio entre el trabajo y la familia, pero de alguna manera cada capítulo nuevo da pie a una lucha nueva, y el libro de Hewlett no es la excepción. En 1989, cuando Felice Schwartz planteó en la revista Harvard Business Review la posibilidad de darle más flexibilidad a las mujeres que trabajan y tienen hijos, sus propuestas fueron calificadas de “peligrosas” y “retrofeministas” porque podrían darle a las empresas una excusa para sabotear las carreras laborales de las mujeres. Si uno se decide a formar una familia temprano, se corre el riesgo de no poder volver a recuperar el tiempo perdido, advirtieron las escépticas.
Entonces, según Hewlett, muchas mujeres adoptaron el “modelo masculino” concentrado en el trabajo, y el resultado es “una epidemia de ausencia de hijos” entre las mujeres profesionales. Realizó una encuesta a nivel de todo EE.UU. entre 1.647 “mujeres de posición alta” en sus respectivas profesiones, incluidas 1.168 que pertenecen al 10 por ciento con mayores ingresos dentro de su grupo de edad o que tienen títulos en Derecho o Medicina, y otras 479 con educación terciaria pero que ya no trabajan. Lo que descubrió fue sorprendente. El 42 por ciento de las mujeres que llegaron lejos en las grandes empresas (aquellas con un mínimo de 5.000 trabajadores) seguían sin procrear después de los 40 años. Esa cifra trepaba al 49 por ciento para las mujeres que ganan 100.000 dólares o más al año. Muchas otras sólo tuvieron un hijo porque formaron sus familias demasiado tarde. “Ganaron mucho dinero”, dice el doctor David Adamson, reconocido especialista en fertilidad de la Universidad de Stanford, “pero eso no les devolverá el tiempo”.
Los últimos datos de la Oficina del Censo de EE.UU. apoyan la investigación de Hewlett. Las familias sin hijos se duplicaron en los últimos 20 años, por lo que una de cada cinco mujeres entre 40 y 44 años no tiene descendencia. La cifra asciende al 47 por ciento para las mujeres de esa edad o menores con educación universitaria. Claro que este grupo incluye a muchas mujeres para las cuales tener hijos no era una prioridad. La apertura del mercado laboral les ofreció muchas oportunidades nuevas, incluida la del éxito en otros ámbitos fuera del familiar. Pero Hewlett argumenta que muchas mujeres no optaron necesariamente por no tener hijos nunca. Cuando les preguntó a las mujeres que recordaran cuáles eran sus objetivos cuando terminaron la universidad, sólo el 14 por ciento respondió con claridad que no habían querido tener hijos.
Para la mayoría de las mujeres entrevistadas por Hewlett, no tener hijos equivalía más a lo que una llamó “una no-opción por inercia”. El tiempo pasa y el trabajo es implacable. Los viajes y los horarios dificultan las relaciones. Para cuando una mujer se casa y está afianzada en su trabajo como para comenzar a pensar en formar una familia, con frecuencia ya es muy tarde. “Van al médico, se hacen un análisis de sangre y les dicen que el juego terminó antes de haber comenzado”, dice Madsen, de la AIA. “Se quedan sorprendidas, abatidas y enojadas”. Las mujeres generalmente saben que la fertilidad decae con la edad, pero ignoran cuánto y cuán rápido. Según los Centros para el Control de Enfermedades, cuando una mujer cumple 42 años, las posibilidades de engendrar un hijo con sus propios óvulos, aun con ayuda médica, son inferiores al 10 por ciento. A los 40 años, la mitad de sus óvulos son cromosomáticamente anormales. La cifra se incrementa al 90 por ciento a los 42 años. “Los pañuelos de papel se acaban en un santiamén en mi oficina”, dijo el endocrinólogo especializado en reproducción Michael Slowey, de Englewood (Nueva Jersey).
Hewlett y sus aliados dicen que sólo intentan mejorar esas cifras, dado el falso optimismo reinante. Su encuesta reveló que casi el 90 por ciento de las mujeres jóvenes confiaban en que podrían quedar embarazadas incluso después de cumplir los 40 años. El año pasado la AIA realizó una encuesta en el sitio Web iVillage.com sobre la información que manejan las mujeres acerca de la fertilidad. De las 12.524 mujeres que respondieron, sólo una acertó las 15 preguntas. Al preguntarles cuándo comienza a disminuir la fertilidad (a los 27 años), sólo el 13 por ciento acertó; el 39 por ciento respondió que a los 40. El 42 por ciento respondió que la pareja debe intentar concebir un hijo por su cuenta durante 30 meses antes de buscar ayuda. Esa es una combinación peligrosa. Una pareja que cree que la fertilidad sólo es problemática una vez cumplidos los 40 años e intenta embarazarse durante 30 meses antes de consultar al médico tiene pocas probabilidades de convertirse en padres.
En cierto sentido, la confusión es comprensible, ya que los médicos descubrieron sus propias limitaciones tan sólo en los últimos 10 años. “Recuerdo que muchos doctores me dijeron: “Pero si te queda mucho tiempo”, incluso cuando tenía 38 años”, dice Claudia Morehead, una abogada californiana de 47 años que finalmente quedó encinta tras utilizar óvulos de una donante. Incluso los especialistas en fertilidad se asombraron “de que la fertilización in vitro no funcionara bien después de los 42 años”, admitió la doctora Sarah Berga, una endocrinóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh. “En mi opinión, a principios de los años 90 todos estábamos asombrados porque no podíamos superar esta barrera”. Pero cuando los médicos comenzaron a divulgar la verdad, se encontraron con resistencias de todo tipo. Una radica simplemente en la forma de diseminar la información. La imposibilidad de concebir es una tragedia personal, pero el milagro de dar a luz a una edad avanzada siempre ocupa los titulares. “Cuando uno ve todas esas noticias referidas a mujeres que tuvieron hijos poco antes de cumplir los 50, siempre se trata de casos con óvulos de donantes”, insiste Adamson, de Stanford. “Pero eso queda convenientemente excluido de la noticia”. Las clínicas de esterilidad más emprendedoras tienen un incentivo financiero para fomentar las noticias buenas y encubrir los hechos. Una mujer de 45 años que haya pasado por siete ciclos de fertilización in vitro puede llegar a gastar hasta 100.000 dólares en el tratamiento. Pero incluso en las mejores clínicas de fertilidad del país, sus probabilidades de quedar encinta son inferiores al 10 por ciento.
Con el fin de informar a las mujeres, la ASRM lanzó una modesta campaña publicitaria a un costo de 60.000 dólares el otoño pasado, con carteles y folletos que advertían que fumar, el sobrepeso y las infecciones venéreas podían reducir la fertilidad. Pero el revuelo lo generó la cuarta advertencia: “La edad disminuye su capacidad para tener hijos”, junto a una foto de una mamadera con forma de reloj de arena. Los médicos lo consideraron un servicio público dada la confusión imperante, pero el grupo fue criticado por “asustar” a las mujeres ofreciendo un mensaje simplificado de un tema complejo.
Con ello se insinúa que “tengo que apurarme y tener hijos ahora o renunciar a tenerlos”, afirma Kim Gandy, presidenta de la Organización Nacional para las Mujeres. Y eso no es verdad para la gran mayoría de las mujeres. Gandy, de 48 años, tuvo su primer hijo a los 39. “Fue mi elección, pero en muchos sentidos no lo fue. No es que se pueda sacar de la galera una pareja con la que se quiera formar una familia y con las circunstancias económicas y emocionales que les permitan ser buenos padres. Presionar a las mujeres jóvenes para que se apresuren y tengan hijos cuando no tienen esos otros factores resueltos en realidad las perjudica a ellas y a los niños”.
Hacer hincapié en la edad de la mujer por encima de los demás factores también puede ser erróneo, sugiere Gandy. La concepción “involucra a dos personas, y sin embargo descargamos toda la responsabilidad sobre las mujeres e insinuamos que son egoístas si no deciden tener hijos a una edad temprana”. Gandy teme que, al enterarse de la investigación y ver la publicidad, las mujeres terminen por sentir que el equilibrio es tan difícil que ni siquiera vale la pena intentarlo. “Hay todo un sector antifeminista que nos dice que debemos volver a los años 50”, dice Caryl Rivers, profesora de Periodismo de la Universidad de Boston. “El mensaje subliminal es no estudies demasiado, no tengas demasiado éxito ni seas demasiado ambiciosa”.
Allison Rosen, una psicóloga de Nueva York decidida a que sus pacientes femeninas estén bien informadas y que sepan qué probabilidades tienen de engendrar hijos, discrepa con Rivers. “Este no es un caso de médicos varones que quieren que las mujeres estén todo el tiempo embarazadas y en la cocina”, asegura. “Uno plantea los hechos y entonces cada mujer puede decidir”. Madsen, de la AIA, argumenta que el imperativo biológico está allí, aunque las mujeres no lo sepan. “Me molesta cuando las feministas dicen que informar a las mujeres sobre su capacidad reproductiva es presionarlas para que tengan hijos”, dice. “Eso sencillamente no es verdad. La libertad reproductora no se limita a la capacidad de no tener un hijo mediante la planificación familiar. También es la capacidad de tener un hijo si una lo quiere y cuándo lo quiera”.
La clave de la cruzada de Hewlett está en que es fundamental que las mujeres planifiquen a dónde quieren llegar a los 45 años sabiendo que la posibilidad de engendrar hijos es menor de la que se les hizo creer y, que una vez que esa posibilidad se hace realidad, la Ciencia no puede hacer mucho para mejorarla. Hewlett también busca que las empresas y las autoridades ayuden más a las familias para que puedan alcanzar el equilibrio. “La mejor oportunidad que tiene la mujer de hoy es poder elegir libremente el tener tanto un trabajo como una familia, ser apoyada y admirada por lograr ambos y no ser vista como una yuppie quejica”.
Hewlett lo sabe por experiencia propia. Su intención no era escribir un libro sobre lo difícil que es ser mamá para las mujeres que trabajan, sino acerca de aquellas que cumplieron 50 años en el milenio y de los factores que dieron forma a sus vidas. Pero entonces descubrió, en entrevista tras entrevista con decanas de facultades y divas de la ópera, en una muestra representativa de mujeres triunfadoras de distintos campos, que ninguna tenía hijos, y no por decisión propia. Muchas se culpaban a sí mismas por haber trabajado y esperado en demasía, y por haber descubierto la verdad tardíamente. “Cuando hablé con estas mujeres”, recuerda, “su sensación de pérdida era palpable”.
Hewlett había pasado la mayor parte de su vida profesional escribiendo y dando conferencias sobre la necesidad de que las empresas y el Gobierno provean ambientes de trabajo que faciliten la creación y el desarrollo de la familia. Hewlett es doctora en Economía por la Universidad de Harvard; ha tenido hijos, los ha perdido y luchado por tener más. Siendo una joven profesora en la Universidad de Barnard con un bebé en casa, perdió mellizos durante el sexto mes de embarazo. Si tan sólo —pensó entonces— hubiera tomado más tiempo libre o aligerado la carga de trabajo. Dieciocho meses después, escribe, un comité de nombramiento le negó la cátedra porque, según expresó uno de sus integrantes, ella había “permitido que la maternidad diluyera su concentración”. Hewlett tuvo suerte. Tuvo tres hijos más, entre ellos a Emma, a quien dio a luz a los 51 años utilizando un óvulo propio y tratamientos para la esterilidad. Hewlett dice comprender el “ansia por tener bebés”.
Hewlett insiste en que sólo intenta ayudar a las mujeres a tomar decisiones basadas en buena información. Recomienda que las mujeres obtengan un título universitario y trabajen mucho en sus primeros empleos, pero que deben prepararse para hacer un alto en el camino y dirigir su energía hacia sus vidas personales, con la intención de recuperar el tiempo perdido en el trabajo más adelante. “Algunas veces tendrán que hacer concesiones respecto a su carrera. Pero luego se pondrán al día, se redescubrirán a sí mismas en el momento adecuado”, escribe.
El problema es que la propia investigación de Hewlett apunta en otro sentido. En su libro todos los ejemplos de mujeres de éxito que también tienen familias dieron a luz antes de cumplir los 30 años. Esas mujeres quizá no hayan corrido la suerte de otras que esperaron demasiado tiempo para procrear, pero padecen otros obstáculos a la hora de equilibrar el trabajo con la familia. La biología quizá no perdone, pero tampoco lo hace la cultura empresarial. Aquellas que abandonan su carrera por voluntad propia para criar a sus hijos con frecuencia descubren que es sumamente difícil reincorporarse al mundo laboral. Muchas de las encuestadas por Hewlett dijeron que se sintieron marginadas por jefes inflexibles, y dos tercios de las entrevistadas dijeron que desearían volver a trabajar.
La estructura del ámbito laboral tiene que cambiar mucho para que los padres puedan bajar las revoluciones por un tiempo y luego retomar el ritmo cuando sus hijos sean mayores. Hewlett espera que la batalla por conseguir talentos inspire a las grandes empresas a adoptar políticas que favorezcan la familia para atraer y mantener a los padres más talentosos, ya sean hombres o mujeres. Pero es poco probable que muchas de sus recomendaciones sean adoptadas a corto plazo, como la licencia obligatoria por paternidad/maternidad con derecho a sueldo; períodos de excedencia, como la generosa política de IBM que concede a sus empleados hasta tres años de licencia con la garantía de retornar al mismo empleo o a uno similar; o una nueva Ley de Normas Justas de Trabajo que restaría atractivo a las semanas laborales de 80 horas ampliando el pago de horas extraordinarias a todos los ejecutivos, salvo los más altos.
Hewlett se considera una feminista, pero a menudo se ha enfrentado a otras feministas que, según dice, están tan preocupadas por defender la libertad de elegir entre tener hijos o no que descuidan las necesidades de las mujeres que deciden ser madres. En la historia de la familia, señala, es un avance muy reciente que las mujeres tengan el control sobre su maternidad, gracias a una mejor atención médica y al control de la natalidad. Pero ahora se ha producido una irónica vuelta de tuerca. “En solo 30 años hemos pasado de temerle a nuestra fertilidad a derrocharla,y muy a pesar nuestro”. Engendrar un hijo seguirá siendo una de las decisiones más importantes de la vida. El reto es impedir que el tiempo y la biología decidan por nosotros.
Informes de Janice M. Horowitz, Julie Rawe y Sora Song/Nueva York