22.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
22.2. Desde la muerte de Cristo y su gloriosa Resurrección no hay adjetivo que mejor califique la Historia humana que “último.” Jesucristo es el último (cf. Mc 12,6; Ap 1,17; 2,8; 22,13), después del cual no hay otra alianza, ni otro camino, ni otra palabra. Y los tiempos que vive el mundo después de su ascenso en majestad y poder son los últimos tiempos, como lees en más de un lugar de la Escritura (Hch 2,17; 1 Cor 15,45; Heb 1,2; St 5,3; 1 Pe 1,20). Aunque es cierto que hay otros textos que distinguen entre los tiempos de los creyentes y una especie de periodo final: 1 Pe 1,5; 2 Pe 3,3; 1 Tim 4,1; 2 Tim 3,1.
22.3. Te corresponde, pues, vivir en la “postrimería,” y al mismo tiempo, al borde del desenlace definitivo e inmutable. Esto cualifica tu tiempo, es decir, le da una cualidad o característica específica que te es preciso tener en cuenta. A esto se refería Pablo cuando escribía: «Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa» (1 Cor 7,29-31).
22.4. Vivir en la postrimería pide de ti tres cosas: desprendimiento, virginidad y sabiduría. De las tres vas a necesitar y las tres debes predicar.
22.5. El desprendimiento es evidente en las palabras del Apóstol, cuando dice: «como si no…;” es la actitud propia del peregrino en la posada, que aprecia el valor de cada cosa en tanto en cuanto es provechosa para su camino y congruente con su meta, y por lo mismo deja de mano multitud de ofertas, planes y placeres.
22.6. La virginidad es semejante al desprendimiento en cuanto a esa libertad que ofrece con respecto al afecto humano, pero tiene además un contenido positivo que tú conoces bien porque se te ha predicado muchas veces. En cuanto anticipación de la condición definitiva de este peregrino, forma su alma en los bienes futuros y le permite pregustar destellos y visos de la luz que rebosa la Jerusalén celeste.
22.7. La sabiduría es en este caso aquella claridad indispensable para discernir oportuna y nítidamente el bien que llega y el mal que amenaza. Pero es también la capacidad de sopesar en el corazón lo que se sufre y lo que se espera, como cuando Pablo dice: «Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8,18).
22.8. Estos tres aliados espirituales se contraponen a tres enemigos que habrán de acecharte hasta el día de tu muerte. Fácil sería llamarlos avaricia, lujuria y necedad, pero los enemigos de que quiero hablarte, en cuanto directamente opuestos al hecho de que vives en los últimos tiempos, toman un rostro particular que no debe ser considerado en abstracto, como si sólo estuviésemos hablando de virtudes y vicios. Mira, por ejemplo, que la virginidad es una virtud, pero eso no implica que el matrimonio sea un error o un pecado.
22.9. Aprende bien: no te estoy hablando de cualidades y defectos en general, sino instruyéndote en el camino que tú has de seguir, como hombre de estos últimos tiempos, y de acuerdo con tu historia y tu misión particular. Desde luego que como norma común han de cultivarse las virtudes y extirparse los vicios, pero nuestro discurso tiene aquí otro propósito, apropiado para la condición tuya; pues mi tarea se dirige en primer lugar a ti, amado.
22.10. ¿Cuáles son, entonces, esos enemigos particulares? El primero es hacer de tu posada una casa, y olvidar hacia dónde ibas. El segundo es depender del cariño y la opinión de tus amigos: son ellos particularmente quienes, a veces sabiéndolo y a veces sin saberlo, tratarán de apartarte de tu misión, como Pedro quiso hacerlo con Cristo (Mt 16,22-23). El tercero es la falta de meditación en el destino de Cristo: en ese desenlace de su cruz y de su pascua está todo la luz que puedes requerir para tomar las decisiones fundamentales de tu vida.
22.11. Es grave tu tiempo y pide la seriedad de un amor responsable y profundo. Pero es también hermoso tu tiempo, porque está abierto a la grandeza de un amor profundo y responsable, en primer lugar, y también porque te ofrece gracias particulares y regalos singulares: los que el Espíritu Santo quiere precisamente para esta época.
22.12. Sólo te digo que si éste no fuera tu tiempo, tú no escucharías mi voz con esta cercanía y con esta frecuencia. Además tú sabes, y lo sabes con gozo, que el desprendimiento, la virginidad y la sabiduría son dádivas ciertamente propias de los Ángeles, y ya ves que a ellas te llama el Señor, y hacia nosotros te acerca con ternura. Con todo, es bueno que sepas que Dios prepara dones todavía desconocidos por la Iglesia para esos otros tiempos, los que estén aún más próximos al final de la Historia humana.
22.13. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.