En el n. 24 de la Carta Mullieris Dignitatem, de Juan Pablo II, se habla de la sumisión “recíproca” de los esposos. Mi pregunta es ¿cómo puedo yo vivir esta sumisión reciproca con mi esposa cuando tenemos que tomar una decisión trascendente para nuestra familia y no llegamos a un acuerdo? -A. Santos, Veracruz.
Tu pregunta es especialmente difícil, no sólo por la variedad de cosas que pueden caber dentro de lo que es una “decisión trascendente” sino porque los ánimos fácilmente se acaloran cuando se tocan temas de género. Hay personas que no admitirán nada menos que una igualdad en todo mientras que otras sólo se sienten tranquilas si hay alguien–el hombre de la casa–tomando las decisiones por todos.
Podemos esperar que, como en tantas otras circunstancias, la verdad está en el medio aquí. En efecto, es verdad que san Pablo dijo, en Efesios 5,21 que debíamos someternos unos a otros, en razón de Cristo, y ese precepto general cobija por igual a hombres y mujeres. En esto se basa el Papa Juan Pablo para afirmar lo de la “sumisión recíproca.” De otro lado, es verdad igualmente que el mismo apóstol, en la misma Carta a los Efesios (5,23-25) dice otras tres cosas: que el hombre es cabeza de la mujer, que ella ha de estar sometida a él y que él debe ser con ella como Cristo es con la Iglesia. Todas estas afirmaciones, desde la reciprocidad hasta la comparación con Cristo-Cabeza e Iglesia-Esposa Amada, hay que tomarlas en serio si queremos ser fieles a la Palabra de Dios.
La reciprocidad, según enseña el apóstol, es en razón de Cristo, o para usar la expresión paulina, “en el temor de Cristo.” No es una negociación de intereses, no es un pacto entre conveniencias, no es un juego de alternar en el disfrute del poder. Es la búsqueda conjunta del parecer de Cristo y es el deseo sincero de plegarse reverentes ante él. El esposo debe buscar en el corazón y las palabras de su esposa cómo se le manifiesta Cristo ahí, partiendo de un deseo previo y coherente de obedecerle a él. Otro tanto hará la esposa con su marido.
Puede chocarnos un poco lo de la mujer sometida al marido. Nos suena a esclavitud. De acuerdo, pero ¿por qué? Someterse suena a esclavitud cuando poder suena a capricho. Si el poder es el de Cristo, y esto lo exige explícitamente san Pablo en los textos que comentamos, no es un poder que hace esclavos sino un poder que libera, que sana, que alegra. El esposo y la esposa tienen derechos en esto. Él tiene el derecho de sentirse cabeza, pero ella tiene derecho a esperar que esa cabeza se parezca al modo de obrar de Jesucristo. En el fondo, como se ve, no es un texto que autorice abusos sino que pone un estándar elevadísimo para los hombres que quieran casarse. Ya lo saben: ¡a parecerse a Jesucristo!
Cuanto más se acerque a este ideal más autoridad (real, no nominal) tendrá el esposo. Quiero decir: aquel hombre que quiera ser “cabeza” de la casa, sea, por favor, cabeza en todo. Sea el que encabeza las oraciones. Sea el que va a la cabeza cuando el deber llama a ir a misa. Sea el que mantiene la cabeza en su sitio cuando los demás la pierden. Cuanto más avance el hombre en este camino más autoridad real tendrá si en algún momento, agotadas todas las otras posibilidades, tiene que señalar una decisión que considera innegociable. Será un momento duro, para él y para todos, pero si él está embebido de Cristo, a la manera que la Escritura nos ha mostrado, saldrá fortalecido en su fe, y más tarde o más temprano todos comprenderán que el timón de la barca estuvo firme y bien orientado en las horas más exigentes y en las aguas más turbias.