Padre, si alguno de los servidores de un grupo, por estar orando por los hermanos e imponiendo manos, se contamina y los mensajes que aparentemente da del Señor, no vienen de El, ¿cómo debería actuar el director del grupo? ¿Alejarlo como servidor?, ¿Dejarlo solo?, ¿Impedirle que vuelva al grupo? ¿O más bien acogerlo y ayudarlo espiritualmente? Padre que Dios lo bendiga y gracias por ayudarme a discernir para bien de la comunidad.
Personalmente debo mucho a la Renovación Carismática Católica (RCC), hasta el punto que, sin este movimiento de fe que atraviesa a nuestra Iglesia, tal vez yo no sería lo que soy, y ni siquiera habría tomado en serio la posibilidad de ser sacerdote. Como yo, millones de personas hemos recibido inmensos bienes de los grupos y congresos de oración, sanación o alabanza que suele organizar la RCC.
Por esto mismo, pienso que es necesario estar atentos y vigilar, porque de muchas maneras puede introducirse desorden en el estilo carismático. Cosa que no es nueva. Tal vez la comunidad carismática más visible del Nuevo Testamento fue la de Corinto. Pues bien, sabemos por las Cartas a los Corintios que esta comunidad necesitó muchas instrucciones de san Pablo, y sabemos por la Historia de la Iglesia que luego otros grandes santos, como el Papa Clemente I, les siguieron escribiendo más recomendaciones y correcciones, de donde uno puede entender que las cosas seguían con cierta desorganización o divisiones internas.
Es muy importante destacar el papel del Espíritu Santo en nuestras vidas, y destacar que convertirse sólo puede significar entregarle el control de la vida a Dios, de modo que él obre, también hoy, los prodigios y maravillas que escuchamos en los Hechos de los Apóstoles, incluyendo el don de lenguas, los milagros, exorcismos y toda suerte de portentos que son capaces de maravillar, liberar y alegrar nuestras almas.
Sin embargo, esta abundancia de dones espirituales no debe ir sola. El crecimiento espiritual ha de ir acompañado con crecimiento intelectual, o sea, verdadera y sólida formación en la fe, y sobre todo, ha de ir con el crecimiento en las virtudes. Lo que importa al final no son los muchos milagros que hagamos sino la caridad, en cuanto alma de nuestra vida. La mucha fascinación por lo extraordinario puede hacernos olvidar que la mayor parte de la vida de Cristo fue bastante ordinaria, opaca, oculta y humilde. En todo su ocultamiento, Jesús nos enseña que la santidad no es principalmente el despliegue de cosas extrañas y asombrosas, sino la virtud diaria, la perseverancia en el bien cada día, sostenidos por la fe, la esperanza y el amor.
Sobre esa base entendemos bien que cosas como la imposición de manos no deben sobrevalorarse. Hay sacramentos que tienen imposición de manos sobre una persona, como la ordenación sacerdotal y la confirmación, y otros que de modo ordinario la contienen, como el bautismo, la confesión y la unción de los enfermos. No es entonces un gesto inusual. Existe también en la Eucaristía, aplicada sobre los dones que han de ser consagrados. Entre laicos, sin embargo, no es un sacramento ni debe parecerlo. Es un gesto de solidaridad y amor que ayuda a expresar en el lenguaje del cuerpo que necesitamos ayuda y que nuestra comunidad de fe nos brinda esa ayuda con el poder del Espíritu Santo que está entre nosotros. Pero, repito, no es un sacramento, ni debemos presentarlo como un acto casi-mágico en el que invariablemente se transmiten fuerzas positivas o negativas de ida y de vuelta entre los que imponen manos y los que las reciben. Si las personas de un grupo están mirando así la imposición de manos sería mejor que se suspendiera esa práctica, por lo menos por un tiempo, mientras las cosas se aclaran con una buena catequesis.
Algo parecido hay que decir de los mensajes y profecías. Recuerdo que el P. Rafael García-Herreros, sacerdote carismático si los ha habido, explicaba muy bien en un congreso de oración que la profecía no puede considerarse la norma, es decir, que no debíamos esperar mensajes y más mensajes extraordinarios cada día y en cada reunión de oración. Es mucho más importante la enseñanza propia de nuestra fe. Mientras la gente está esperando mensajes proféticos o cuáles son los últimos mensajes de la Virgen, o cosas parecidas, creo que no emplea tiempo suficiente ni empeño suficiente en conocer el valor de los mandamientos y los sacramentos, ni tampoco se instruye lo suficiente en la oración, la doctrina social de la Iglesia o el valor inmenso de nuestra liturgia y sobre todo de la Eucaristía.
Quienes dirigen los grupos de oración tienen una hermosa labor, que requiere mucha responsabilidad. No deben dejarse guiar por una especie de “mercadeo” (marketing) ofreciendo sólo lo que a la gente le gusta ver y oír. Los directores de grupos de oración procuren ante todo que el alimento que se reciba sea bueno, sano, sólido y que las cosas más importantes reciban su debida importancia, no sea que empecemos a darle tanto énfasis a lo secundario que dejemos a la gente sin conocer y valorar lo principal.