Entrevista con Fr. Nelson Medina
¿Falta una buena persecución?
– La Iglesia ha vivido sus momentos más gloriosos en épocas de persecución. ¿Podríamos atribuir su estado actual a que, por así decirlo, “le falta una buena persecución”?
Creo que habría que anotar varias cosas a su planteamiento. En general es verdad que la santidad es más evidente en la persecución, pero creo que es temerario hacer la ecuación “más persecución = más santidad”. Por otro lado, se puede discutir si hay o no persecución en nuestro tiempo.
-¿Ud. diría que la Iglesia, y en particular la Iglesia Católica, está siendo “perseguida”? ¿No es un poco paranoica esa afirmación?
Debo admitir que suena muy paranoica y que se puede prestar para interpretaciones muy diversas, pero también puede argumentarse a favor de ella.
-¿Cómo?
Yo creo que hace falta un poco de historia. Necesitamos contextualizar el recorrido de los cristianos para no quedarnos con un único sentido de “perseguir” y de “persecución”. No fueron iguales las circunstancias de los discípulos de Cristo en Jerusalén que bajo el Imperio Romano; ni fueron estas últimas circunstancias comparables a lo que vivieron los cristianos bajo la presión de las tribus bárbaras, después de la caída de Roma.
-Pero en todos esos casos uno ve una violencia que se expresa en cárceles, torturas, matanzas, o cosas parecidas…
Es verdad. Sin embargo, notemos, por una parte que a los últimos cien años, por decir algo, no le han faltado los mártires en el sentido clásico del término. Creo que en todos los continentes la sangre de los testigos sigue humedeciendo la tierra. Por otra parte, Ud. dice “uno ve”, y así es: hay persecuciones que “se ven”, pero eso no significa que haya otros modos de perseguir que no “se ven”
-Y
ese sería el caso actualmente…
Pienso que sí. Estamos ante una persecución que no es evidente, en el sentido de que las noticias no nos están contando cada mañana sobre cuántos sacerdotes han sido torturados o cuantos neófitos han sido degollados. En esto creo que es importante subrayar que la persecución, entendida en términos generales, no es en primer lugar un acoso a vidas humanas sino a la fe que unos seres humanos manifiestan.
-¿Cómo así?
Recordemos, por tener algo en mente, las espantosas persecuciones de Diocleciano hacia el 303 d.C. La gente era encarcelada y acosada, pero, si renegaban de su fe, entonces los castigos o se disminuían o simplemente ya no se daban. Esta es la diferencia entre un simple sanguinario, que se goza sádicamente en producir dolor y muerte, y un perseguidor como tal. El perseguidor no busca la sangre sino hacer retroceder la fe. Según eso, hemos de considerar como “persecución” todo lo que se dirige de manera consistente a procurar un retroceso sustancial en la fe.
2. Distintas clases de persecuciones
-De acuerdo con eso, ¿cómo podríamos clasificar las persecuciones?
El tema es inmenso y creo que no podría dar una clasificación medianamente completa. Sin embargo, yo distinguiría por lo menos varios “estilos” de persecución que de hecho se han dado o se están dando.
-¿No son sucesivas esas formas?
No necesariamente. Nada impide que en un lugar la Iglesia viva una cierta realidad de persecución que es diversa de lo que está viviendo en otro lugar marcado por otras circunstancias.
-¿Cuál es entonces el primer “estilo”?
Un poco por cronología yo pondría en el primer lugar la “persecución de excomunión”. Es aquella de la que nos habla el Señor en el evangelio: “Os expulsarán de la sinagoga; pero viene la hora cuando cualquiera que os mate pensará que así rinde un servicio a Dios”(Jn 16,2). La Carta a los Hebreos parece responder en su intención a ese contexto de “ser expulsados”. Quisiera citar un pasaje que puede iluminarnos mucho: “Pero recordad los días pasados, cuando después de haber sido iluminados, soportasteis una gran lucha de padecimientos; por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así. Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y más duradera posesión. Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Heb 10,32-36).
-¿Cuál es la segunda forma de persecución?
Repito que nuestro orden propuesto no es exhaustivo y tal vez no es el mejor orden; en todo caso, yo propondría en segundo lugar la “persecución de tortura”. Es la que solemos asociar más a menudo con el término “persecución” y tiene también su rastro en el Nuevo Testamento.
-¿En qué se diferencia de la primera?
La excomunión o expulsión de la sinagoga suponía unos vejámenes públicos, en cuanto a la honra, los bienes y las amistades, pero en principio no incluía la idea de torturar hasta matar. De hecho, incluso la lapidación es más una forma de ejecución que un modo de tortura. Y ese es el sentido general de la legislación judía. La idea de procurar dolor intenso y prolongado era en cambio algo común entre los pueblos paganos. Este tipo de saña ha dejado su rastro ya en los tiempos del Nuevo Testamento, como nos indica Ap 17,6, hablando de la Gran Ramera, “ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los testigos de Jesús”. Esa “ebriedad” alude sin duda al deleite perverso de la Mujer sentada “sobre siete montes”, es decir, la Roma Imperial.
-¿Cuál es la tercera forma de persecución?
Aquí hablaría yo de la “persecución de destierro”, un modo muy común de castigo para los antiguos romanos y para otros pueblos.
-¿Por qué era tan espantoso esta forma? Parece que no pueda comparársele con la anterior…
El mundo en que vivimos goza de unos ciertos parámetros comunes de civilización que nos hacen difícil descubrir en qué consistía la terrible realidad del destierro como tal. Cuando una persona hoy está lejos de su patria de todos modos espera encontrar y de hecho encuentra el respeto a muchos de los derechos que antes gozaba. Por lo menos eso es así en áreas muy extensas del planeta. En la Antigüedad, por el contrario, el destierro significaba a menudo la muerte, y sobre todo una muerte en condiciones de anonimato, privación, depresión y olvido. Lejos de los suyos y de su lengua, sin los derechos de ciudadanía y pronto a ser obligado a la esclavitud, el desterrado se encontraba en una situación sencillamente espantosa.
-Este modo de persecución debió de ser muy “selectiva”, porque no tiene el mismo efecto desterrar a un grupo grande de personas.
No es tan fácil sacar esa conclusión, porque la Biblia misma cuenta como lo más terrible del Antiguo Testamento aquel tiempo del Destierro a Babilonia. Todo el Libro de las Lamentaciones, que por eso lleva ese título, muestra de modo poético e íntimo el dolor infinito de una pena que más parecía estar muertos en vida que otra cosa.
-Según eso, tenemos las persecuciones “de excomunión”, “de tortura” y “de destierro”. ¿Cuál sigue?
Yo pondría aquí la “persecución de barbarie”. Así la llamo para aludir expresamente al intento de los pueblos llamados “bárbaros” de arrasar con la civilización.
-Es decir que no era necesariamente una persecución contra los cristianos como tales…
Esa observación es pertinente, y por ello sitúo este tipo de persecución en un sitio propio. Mas no debemos pensar que las razones de esta persecución de barbarie se han dado sólo cuando pueblos violentos y fuertes llegan a las puertas de lo que llamamos la civilización. En el contexto de las luchas entre arrianos y antiarrianos, o en las batallas entre moros y cristianos, o en las luchas entre católicos y protestantes, se han dado este tipo de persecuciones, que resultan especialmente grotescas.
-Llevamos cuatro formas. ¿Cuál sería la quinta?
Podría ser la “persecución de silencio”. Correspondería a la realidad gélida y durísima que creo el comunismo en países de larga tradición católica, como Polonia. O también lo que vivió Irlanda bajo gobierno británico en la primera mitad del siglo XIX. La idea en este modelo es que el régimen opresor se vale inicialmente de persecuciones de destierro o tortura para intimidar con fuerza al grueso de la población. El efecto es un manto frío de silencio y un aire irrespirable de sospecha y de denuncias.
-¿Cómo lo que vivieron los cristianos en las catacumbas?
Sí, es ese mismo cuadro. Con un factor diferente, sin embargo: en el caso de la Iglesia de las catacumbas, los cristianos eran claramente una minoría de la población; ello hacía que su labor de mimetizarse resultara relativamente más sencilla. En los casos de Polonia o de Irlanda lo que teníamos era una gran masa de católicos condenados al silencio, como si hubieran sido desterrados en su propio ambiente y lugar.
-¿Hay todavía una sexta forma?
¡Quisiéramos que no hubiera más modos!, pero creo que sí hay por lo menos una sexta forma, aparte de la que pienso que se está dando hoy en la sociedad occidental.
-¿En qué consiste esa sexta forma?
Se parece mucho a la séptima y la anuncia de algún modo. Propongo que consideremos en sexto lugar la “persecución de ostracismo”. Es una especie de reedición del destierro, pero ya no en el plano físico y material, sino en el nivel del aislamiento intelectual y también afectivo o emocional. Piense en un profesor que es explícitamente católico sumergido en un medio agresivamente laico. Nadie lo va a meter a la cárcel, no van a confiscar sus bienes, puede incluso seguir ganando su sueldo, pero una metodología de aislamiento puede lograr ablandar muchas convicciones, sobre todo cuando nada se dice expresamente y todo queda sobreentendido en el plano de las burlas, las ironías, los intercambios de miradas… En los lugares de poder este ha sido un método favorito de presión.
-¿Cómo?
A través del lenguaje “políticamente correcto”. El lenguaje es nuestra casa, es la casa de nuestras convicciones, tristezas o esperanzas. Lo políticamente correcto es en la práctica un método sumamente eficaz de censura previa; fácilmente se convierte en una mordaza al cerebro y a la imaginación.
-¿No son excesivos esos calificativos?
Tal vez no lo son. Haga Ud. mismo una lista de temas que NO puede hablar con sus compañeros de trabajo. Añada las cosas que NO puede mencionar en presencia de su jefe. Sume lo que NO puede comentarse sino con gente que uno ya sabe que piensa como uno. Todo esto crea una atmósfera de silencio que a veces se asemeja a la “persecución de silencio” que antes mencionábamos.
-Bien. Llevamos persecución de excomunión, de tortura, de destierro, de barbarie, de silencio y de ostracismo. ¿Correcto?
Así es. Pero tengamos en cuenta que estos modos de persecución a menudo se traslapan y coexisten, como ya dijimos expresamente en el caso de la persecución de silencio, que a menudo coexiste con la tortura y el destierro.
3. La Persecución de Irrelevancia
-Es entonces el momento de hablar de la última persecución, la que Ud. dice que vive la Iglesia hoy.
La Iglesia en el Occidente, y sobre todo en Europa y mucho de los Estados Unidos.
-¿Cuál es?
Es la “persecución de irrelevancia”
-¿En qué consiste?
Como lo indica su nombre, es la supresión de la fe por la desocupación de su contenido. En teoría, no se elimina a la Iglesia como hecho social, pero se la desocupa de significación.
-¿Cómo se supone que sucede eso?
Un ejemplo que puede esclarecernos lo tomamos de la actitud del comunismo soviético frente a las joyas culturales del cristianismo en sus tierras. Una vez maniatada la jerarquía ortodoxa rusa, quedaba el problema de qué hacer con los templos como tales. Ya no cabía la política de tierra arrasada que en otras épocas usaba gente como Atila: el mundo ya era consciente del valor de muchos de esos tesoros culturales. La solución fue reducir los templos prácticamente a la categoría de museos. Un museo es una voz, pero una voz en cierto sentido muerta. Algo que puede hablar sin significar demasiado.
-¿Qué quiere decir “significar” en este contexto?
Tener impacto, producir un resultado, por ejemplo en términos de cuestionar una estrategia de gobierno, abrir espacios de consagración religiosa y visibilización pública, definir un modo específico de educación o una escuela de pensamiento, etc.
-Se entiende que eso sucediera en el caso comunista ateo, porque viene a ser como una prolongación de la “persecución de silencio”, pero ¿sucede también en una sociedad abierta como es la occidental? De nuevo: ¿no es paranoia sentirse perseguido cuando todas las garantías de predicación y práctica religiosa están dadas?
Primero notemos que en el régimen comunista no se dio exactamente una persecución de irrelevancia, por la sencilla razón de que la supresión expresa y oficial de la fe conduce a un fenómeno de “olla de presión” que conduce los hechos por caminos diversos a la irrelevancia como tal. Dicho de otro modo: lo expresamente perseguido se convierte por ello mismo en expresamente visible. El comunismo hizo visible la fe en el acto mismo de querer anularla. Tener fe se convirtió en algo difícil y valioso, y a la vez en un signo de resistencia al régimen dominante. Permitir que esto se diera fue un “error” comunista que otros estilos de persecución no van a cometer tan fácilmente.
-En particular, un error que no cometerá el liberalismo democrático de Occidente…
Exacto. Pero eso no significa que el cristianismo sea compatible con los postulados fundamentales de ese liberalismo democrático. Simplemente se echa mano de nuevas armas, y por cierto puede decirse que la irrelevancia es el arma más potente de la que solemos llamar “sociedad abierta”
-¿Por qué no son compatibles liberalismo democrático y cristianismo?
No sería fácil decirlo en términos breves; es un terreno erizado de dificultades, pero esencialmente porque su concepto de la verdad como consenso refuerza unilateralmente el poder en las manos de quienes de hecho pueden difundir sus propias versiones y razones. El efecto es una esclavitud sin ruido y sin mayores opositores en la que las protestas pueden ser “negociadas”
-Y la “negociación”, así entre comillas, reintroduce a los revolucionarios en el sistema…
Así es. Por eso esta sociedad occidental no tiene enemigos, porque los engulle: los vuelve partidos políticos minoritarios, modas exóticas, filosofías esotéricas o, como en el mejor estilo soviético, museos.
-¿Y es esa la “irrelevancia”?
Sí, esa es básicamente.
-¡Pero hay mucho que objetar a su planteamiento! En primer lugar: ¿por qué decir que eso es una “persecución”? Igual podrían decir los budistas o los taoístas que están siendo perseguidos solamente porque no son mayoría, y sus creencias parecen un tanto particulares…
Reconozco que podrían decirlo. Mas creo que aquí tendríamos que proceder por orden. Lo primero es ver si cabe hablar de una persecución, y luego ver si esa persecución se dirige primaria o básicamente contra los cristianos.
-Su modo de expresión indicaría que hay persecución contra cristianos simplemente porque se les hace coexistir en el mismo régimen de “significación” o “relevancia” que los demás fieles a sus propios credos. ¿No estaría Ud. entonces sugiriendo que allí donde no se apoya el cristianismo ya por eso mismo se le está persiguiendo?
Las cosas no son tan sencillas ni estoy diciendo algo tan sencillo (y erróneo). Tengamos en cuenta, por favor, que al hablar de nuestro propio mundo y nuestra propia sociedad fácilmente perdemos la perspectiva. Muchas cosas nos resultan obvias solamente porque las hemos oído y practicado demasiadas veces; pero eso no significa que sean ciertas.
-¿Y qué sería lo “obvio” que no estamos viendo?
Pensemos en los presupuestos mismos de la sociedad abierta, liberal y democrática. Uno de esos presupuestos, el agnosticismo, es de hecho una negación que en sí misma es dogmática. Y lo cierto es que nuestra sociedad, hablando en conjunto, está convencida de que el agnosticismo es la única posibilidad de encuentro entre las personas de distintos credos. Lo cual quiere decir que asumimos como irrefutable y eterno que no puede alcanzarse la verdad en cosas como la existencia de Dios, su autorrevelación en las escrituras, y todo lo que de allí se siga. Por consiguiente, terminamos afirmando, con carácter de indiscutible, irreformable y eterno, que no hay verdad cognoscible en estos temas, y por lo tanto que ellos no pueden ser punto de partida para ninguna decisión sobre el rumbo de la sociedad como tal.
4. El Agnosticismo como Dogma
-¿Dónde está lo que Ud. llama persecución en el contexto de respeto por la opinión ajena que caracteriza a la sociedad occidental?
Las cosas no son tan simples como decir “respeto versus irrespeto”. Se puede respetar de muchas maneras. Se puede respetar y a la vez manipular.
-¿Ud. diría que eso sucede hoy en nuestra sociedad?
Sí, porque el respeto, que en sí mismo es una cosa buena, humana y humanizante, en un momento dado se volvió sinónimo de “agnosticismo”. Sobre el supuesto de que cada uno tiene “su” verdad se ha pretendido construir una sociedad en que la verdad se define por mayoría. Ahí está el engaño: respetar a todos pasó a significar hacer callar a todos.
-Eso parece exagerado. Nadie está “haciendo callar”. ¿Por qué es una persecución ser metodológicamente agnóstico?
Para comprenderlo necesitamos el concepto de “existencia social”. No todo lo que existe, existe también socialmente. La existencia social es el curso libre que tienen algunos comportamientos, ideas políticas, modas, criterios de acción, en fin, todo aquello que pertenece a la sociedad, en cuanto es más que un agregado de individuos. El “curso libre” quiere decir lo que puede ser parte de un argumento susceptible de ser aceptado socialmente.
-Un ejemplo, por favor.
Los temas morales nos dan los mejores ejemplos. Suponga que alguien dice en el curso de un debate sobre reforma agraria, que la muerte de los pobres es una continua ofensa a Dios. En nuestra sociedad casi cualquier cosa puede ser admitida como argumento, pero que se esté ofendiendo a Dios no es un argumento aceptable, es decir, carece de existencia social.
-Voy a jugar un poco el papel de “abogado del diablo”. Supongamos que se admitiera lo que Ud. dice. Los ateos podrían sentirse excluidos. O los que creen no en Dios sino en los Espíritus de las Montañas, o lo que sea. Si se quiere que la sociedad humana sea inclusiva y que todos tengan espacio en ella, no hay manera de argumentar desde un Dios.
Pero observemos que la inclusión tiene grados. Yo no estoy abogando por la segregación ni por la exclusión. Pero una cosa es permitir que un huésped se quede en mi casa y otra es abstenerme de hablar en mi idioma para no incomodar al que habla otro idioma.
-¿Y quién es el “dueño de casa” en el caso de la sociedad? ¿Los cristianos? ¡Esos tiempos ya pasaron!
Es verdad que ya pasaron, pero lo que no ha pasado es que las casas tienen dueños, responsables, o gobernantes. Y los países también. Hay alguien que pone reglas, ¿o no? Pues bien, la persona o personas que ponen las reglas obran en ese momento como dueños de casa, entendiendo esta expresión en el sentido de poner las reglas.
-Pero esas personas son las que la gente misma ha elegido…
Nosotros no debemos ser ingenuos: las elecciones no las gana cualquiera. Hay que tener poder para acceder al poder. Los países, las empresas, los sistemas tienen dueños.
-En un sistema de sociedad abierta y democrática, cualquiera puede exponer sus ideas y ganar poder.
Eso depende mayormente de las condiciones en que las ideas son presentadas. Las ideas, lo mismo que las personas, pueden ser calumniadas, malinterpretadas, tergiversadas. Una democracia real, es decir, un “ágora justa”, sería un ambiente en que “cualquiera” pudiera hacerse oír en condiciones justas. Eso no sucede. Se necesita una cuota, muchas veces alta, de poder para hacerse oír.
-¿Y la Iglesia no tiene ese poder?
Pido que analicemos primero el funcionamiento del sistema en cuanto tal, y que luego sí examinemos el caso de la Iglesia Católica.
-De acuerdo. Aún así es fácil estar en desacuerdo con Usted. Mucha gente de origen humilde o de escasa formación académica ha alcanza el poder. Personas como el presidente Lula da Silva en Brasil, o el alcalde Lucho Garzón en Bogotá simplemente no habrían tenido opción alguna en otra clase de régimen sociopolítico. En una lógica de castas, de nobleza o de monarquía ellos nunca hubieran pasado de ser rebeldes inocuos, cuando no torturados o asesinados.
No lo niego; pero tenga en cuenta que no estoy proponiendo un retorno a regímenes de burguesía o de monarquía. Es claro que el sistema actual tiene aspectos sumamente positivos con respecto a otros sistemas del pasado. Mas eso, en primer lugar, no implica que sea mejor en todos los aspectos, ni, en segundo lugar, implica que las bondades que este sistema tiene estén amarradas a sus deficiencias, que también son muy serias. Con otras palabras: cabe pensar en otros regímenes y modos de organización social en los que personas con ideas y valores nuevos puedan acceder al poder sin que eso esté condicionado por las deficiencias que estoy denunciando en el régimen liberal democrático actual.
-Trate de exponer nuevamente la deficiencia que Ud. encuentra con respecto a lo del “ágora justa”
Sabemos que el ágora era el lugar preferido por los atenienses para sus discusiones de todo género, desde la filosofía hasta la política. El problema está en que las dimensiones del ágora influyen en su funcionamiento. Por dar una analogía: cuando el ágora es del tamaño de un país, es preciso tener una dosis de poder para hacerse oír. Ese poder que hace que algunos sean visibles y otros no hace una preselección y marca un sesgo en torno a qué tendrá relevancia y cómo la tendrá.
-¿Algo así como el poder que tendría un moderador en una gran sala de debate?
Exactamente. Por ejemplo, la voz de la Iglesia es casi sistemáticamente recortada o retorcida en los medios actuales.
-Esa es una acusación muy grave…
Pero sustentable. Y precisamente en eso consiste la “persecución de irrelevancia”: en el modo de manejar los contenidos. Los personajes están a la vista, pero la verdad de sus opiniones y argumentos no son igualmente visibles.
-¿En qué estriba la diferencia entre los personajes y sus argumentos?
El caso típico es el Papa. Los periódicos pueden mostrarnos casi todos los días al Papa sin realmente darnos lo que dijo el Papa, de modo que sea realmente entendido y pueda ser acogido. Esto sucede entre otras cosas porque los medios como tales tienen que funcionar con una lógica que está más allá de su propio oficio.
-¿Cómo así?
El periodista no puede hacer “periodismo puro”, tiene que hacer periodismo rentable. A poco de examinarlo encontramos que hay una censura de eficacia y rentabilidad que hace insalvable el tema de la verdad.
-Es lo que Ud. considera como una especie de “pecado original” en el sistema de sociedad liberal.
Sí: la verdad por consenso. Admitido eso, todo el tema del poder queda ligado a quién maneje el consenso. A la larga esto produce un nuevo sistema de castas, aunque sean menos visibles que la antigua nobleza.
-¿No hay entonces justicia posible en ese esquema?
La pregunta es si la justicia resulta rentable, útil o deleitable para quienes actualmente gozan del poder conjunto (política, economía, medios, leyes). ¿Por qué suponemos que las personas van a ser justas precisamente en el momento en que sus propios intereses van a ser cuestionados y sus posturas ventajosas agrietadas? Los hechos demuestran que el poder político, el legislativo, el económico y el mediático se unen, mezclan y confunden, de modo que sólo logra existencia social aquello que no contradiga el sistema de conceptos de justicia, verdad, libertad y beneficios del poder reinante.
-Razón por la cual no basta simplemente con otorgar el derecho de hablar…
El punto es que la existencia social no es algo que esté dado por sí mismo sino que en cada modelo de sociedad brota de acuerdo con patrones y reglas específicas. Si un determinado pensamiento está excluido de la existencia social y los mecanismos de la sociedad que lo excluye no permiten que adquiera existencia cabe hablar de una represión y de una persecución.
-¿Por qué dice Ud. que ello se deriva de un “dogma agnóstico”?
Suponga que admitimos que nuestra mente puede alcanzar verdad en torno a los fundamentos últimos de la convivencia humana, es decir, en aquellos temas que rozan el sentido mismo de la vida. Cosas como la realidad del pecado y de la conversión, la necesidad de una formación moral coherente y continua, y la esperanza de una vida eterna. Eso supondría que dejamos de ser agnósticos.
-¡Pero eso no lo va admitir toda la gente de un país!
No pido que lo admitan todos; pero no veo una sola razón por la que no podrían admitirlo expresa y públicamente un conjunto de seres humanos ligados a una historia, una tierra y una cultura. Es decir: no veo por qué un país no podría buscar su futuro dentro de los parámetros de un conjunto de verdades en las que cree.
-Los estados confesionales ya tuvieron su hora. El problema es que eso que Usted quiere no lo van a creer todos los habitantes de un país.
Lo mismo digo yo: no todos creemos en el agnosticismo y tenemos que vivir bajo su dominio, y nuestra voz no es escuchada en condiciones realmente justas. Eso demuestra que no se necesita unanimidad para que sea posible la convivencia. Además, tenga en cuenta que afirmar que las cuestiones hondas de las que antes hablé no pueden resolverse, o por lo menos que nunca un sistema social puede construirse sobre esas bases, es un dogma que produce una tiranía agnóstica y laicista. Una tiranía que, con sus propios métodos, no dejará de perseguir a sus adversarios.
-Cuando la Iglesia tuvo el poder político produjo un engendro: la Inquisición…
De nuevo: el hecho de que hayamos superado las aberraciones de la Inquisición no significa que seamos globalmente mejores; y además, el hecho de que tengamos una sociedad sin los métodos de la inquisición no significa que cualquier sociedad tenga que apoyarse en el dogma agnóstico. Ser tolerante y reconocer libertad de pensamiento no significa aprobar lo que nuestra sociedad aprueba. Y ello tendremos que decirlo, así implique ser impopulares o incluso perseguidos.
5. ¿Excluir o Hacer Irrelevante?–
-¿Hay acaso algún tema excluido de discusión en una sociedad como la sociedad occidental?
Yo evité la palabra “discusión”, precisamente porque en nuestra sociedad todo se puede discutir y de todo se puede teorizar. No es la discusión lo que está prohibido sino la “existencia social” del producto de esa discusión. Es decir: toda discusión cabe pero luego el impacto de la discusión es “administrado”
-¿Un ejemplo, por favor?
Imagine un salón de un club que reúne gente muy culta y muy inteligente. La reunión es animada y en pequeños grupos se habla de todo. Una pareja habla de si existen o no números perfectos impares; un trío, en otra esquina, discute sobre qué caballo tiene las mejores probabilidades de ganar en la carrera del siguiente domingo; otros, en torno a una mesita, charlan sobre la existencia de Dios; otros, finalmente, conversan sobre el alza en las cuotas que los socios deben pagar mensualmente. Para el futuro de ese club son muy diversos los efectos de las distintas discusiones. Que haya o no números perfectos impares, no importa mucho: no cambia el funcionamiento, el “rodamiento” del club; y lo mismo pasa con la existencia de Dios o con el caballo que gane el siguiente domingo. En cambio, el tema de las cuotas sí afecta. Los otros son temas de libre resultado; este último, no. Lo mismo sucede en nuestra sociedad: los temas tienen etiquetas implícitas; puedes discutir y opinar, pero la clave es: cuáles opiniones entran a existir socialmente y cuáles no.
-¿Entonces habría que decir que nuestra sociedad ha escogido que Dios y los demás temas de los que Ud. habló antes sean temas sin existencia social?
Exactamente.
-¿Y quién tomó o toma esas decisiones sobre qué vive y qué no vive socialmente? ¿No es acaso la misma sociedad?
Precisamente uno de los engaños del estilo liberal democrático es hacer creer que el poder anda repartido por porciones equitativas entre los ciudadanos. Eso ciertamente vale, incluso con bastante confiabilidad, para los actos electorales; pero la vida de una sociedad depende mucho más de lo que suceda antes y después de las elecciones o referendos que de lo que suceda en los actos electorales mismos.
-¿En qué sentido?
En el sentido de que la gente toma una decisión antes de ir a la urna. Es obvio que su decisión parte de un conocimiento y de unas respuestas emocionales. Pues bien, este conocimiento y estas emociones pueden ser manejadas en muy alto grado por quienes actualmente detentan el poder en sus diversas formas, que, como dijimos, se coadyuvan mutuamente. Los ejemplos a este respecto son numerosísimos. A medida que la sociedad se masifica, su capacidad de raciocinio y de crítica detallada decrecen, a veces de modo dramático. Las ideas pasan a segundo plano y todos quedamos más o menos en las manos o garras de lo que diga la propaganda, es decir: quedamos dependiendo de cómo se presenten las cosas.
-¿Un ejemplo concreto?
El aborto. Hay toda una labor de maquillaje, manipulación y venta del producto final. Maquillaje: no se llama “aborto”, sino “interrupción del embarazo”…
-¿Y no es lo mismo?
No, porque el término “aborto” mira al que no pudo nacer; la “interrupción del embarazo”, a quien decidió sobre la vida del otro. O mejor: decidió sobre su propia vida, negando a través del proceso, que el otro viva.
-Entendido. ¿Y la manipulación?
Se hace a través de los casos extremos, que son como los arietes para agrietar las certezas morales de las personas. Un caso extremo: mujer violada por una banda de asaltantes. ¿Qué debe hacer? ¿Debe quedar “condenada” a criar un hijo cuyo padre ni siquiera podría reconocer ella misma? Este modo altamente emocional y manipulador tiene un objetivo: hacer que la gente se ponga totalmente del lado de la mujer violada. Es algo que uno hace como por instinto. El truco está en que esto se logra con tanta fuerza que mucha gente olvida que el niño en el vientre de ella también existe. Nuestra emocionalidad ha quedado tan adherida a la pobre mujer que ya no nos quedan emociones en favor del bebé.
-Y entonces la opinión pública empieza a pedir que se apruebe el aborto por lo menos en esos casos extremos…
Así es. Y luego viene la otra manipulación: las estadísticas. Es bien sabido que incluso con estadísticas “limpias” tú puedes probar casi cualquier cosa. Pero es que además está el hecho de cómo se presentan los resultados. No es lo mismo decir: “el 90% de las universitarias entregan sus cuerpos a hombres con los que no se casarán”, a decir: “sólo un 10% de las mujeres espera a salir de la universidad para iniciar su vida sexual”. Y en ambos casos estás usando los mismos datos…
-Impresionante. ¿Hay otras formas de manipulación?
Ciertamente, pero creo que se confunden con lo que llamo la “venta del producto final”. Aquí entran los estereotipos: la cantante de moda, que ya lleva dos divorcios; la actriz que hizo un “topless” para un “prestigioso” magazín de circulación internacional, etc. Todo esto crea un clima de aceptación de un determinado comportamiento.
-¿Quién está finalmente detrás de todo eso?
Si Ud. busca una persona, una especie de “Anticristo” que ande moviendo los hilos de todo este andamiaje, yo creo que no lo va a encontrar; por lo menos, no como un ser visible de carne y hueso. Simplemente sucede que este modelo de sociedad genera beneficios múltiples para muchas personas que resultan hermanadas más por sus intereses comunes que por otras cosas. Se trata de redes inmensas y complejas en las que se entrecruzan amistades, camaradería, ganancias compartidas, y también algo de filosofía “humanista”, es decir: ateísmo, deísmo y masonería. Hay gente que especula mucho sobre sociedades secretas en las que estarían los Rockefeller, los Ford y los máximos jefes de las finanzas judías. Puede haber algo o mucho de cierto en esto. Yo sin embargo, no creo que sea de máximo provecho entrar a hurgar el tema, por la sencilla razón de que el modelo liberal, democrático y capitalista no está atado exacta y completamente a esas personas, llámense como se llamen. Si ellas desaparecieran aparecerían otras.
6. Una existencia negada
-Volvamos entonces al tema de la persecución. Su tesis es que una sociedad que se dice “abierta” en realidad se cierra a otorgar existencia social a la búsqueda de la verdad más allá del consenso. ¿Es así?
Sí.
-¿Por qué llama a ello una “persecución de la irrelevancia”?
Bueno, permítame una anotación técnica. No es “persecución de la irrelevancia”, porque no es la irrelevancia lo perseguido, sino el método de persecución, por así decirlo. Por ello hablo de una “persecución de irrelevancia”, en paralelo a expresiones como “persecución de barbarie”: un modo de perseguir la fe que consiste en el intento de reducirla a la irrelevancia, la insignificancia. Y para lograr ese fin es evidente que hay que arrinconar en el limbo de lo incognoscible o intrascendente a todo lo que ciertamente es bien conocido y cognoscible, a saber, el amor de Dios manifiesto con todas sus consecuencias en la Cruz y la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo.
-Admitamos que se trata de una genuina persecución. Todavía faltaría aclarar si los cristianos son el objetivo primordial de ella.
Es cierto. Y para ese propósito nos ayuda una vez más la Historia. La sociedad liberal capitalista democrática (LCD) no salió de la nada. Ella y sus métodos tienen una historia que se remonta a los siglos XVIII y XIX principalmente. Y es un hecho que el terreno de conflicto ahí era: cómo quitar influencia a la Iglesia Católica para transferirlo a las emergentes élites burguesas ilustradas. No tiene nada de “mágico” que nuestra sociedad sólo tenga palabras de admiración para el Dalai Lama o para la sabiduría milenaria del chamanismo de antiguas tribus. Es que los métodos de la sociedad LCD nacieron con un enemigo declarado: la Iglesia como institución. El deísmo, la masonería, el humanismo ateo o el agnosticismo científico se inscriben todos en ese amplio círculo de esfuerzos para restar influencia a la Iglesia como comunidad con una repercusión social inmediata. Como el budismo del Dalai Lama o las prácticas chamánicas no tienen que ver con ese propósito no son perturbadas, sino más bien alabadas, quizá porque ayudan a quitar fuerza y relieve a la Iglesia.
-Es un modo muy singular de interpretar la historia. ¿Hay pruebas un poco más “objetivas” de lo que Ud. afirma?
C
osas como lo que he dicho del Dalai Lama son “objetivas” y pueden ser comprobadas en los medios de comunicación. Pero hay más. Yo creo que un buen ejemplo es el tratamiento noticioso del Papa. Es “objetivo” que los contenidos de la enseñanza pontificia sistemáticamente son omitidos, mutilados o presentados en sus aspectos escandalosos o anecdóticos. Eso si se habla del magisterio como tal, porque la tendencia es quitar todo contenido y concentrarse en la salud, la cara, la saliva, el temblor del Papa, o cualquier cosa que haga intrascendente e irrelevante el hecho formidable de que ese hombre tiene algo muy importante que decirnos. Y es un dato “objetivo” también que, en los temas propios de la moral, la mayoría de los medios de comunicación tienen ya opciones muy claras a favor de contracepción, divorcio, aborto, matrimonio homosexual, y lo que siga en esa misma línea. ¿Hace cuánto no lee o escucha Ud. en los grandes medios de comunicación un elogio razonado de las bondades del matrimonio heterosexual y de la hermosura propia de la complementariedad de los sexos? Yo tengo muchos años de buscar, por razón de “experimento”, digámoslo así, ese género de declaración y no lo he visto. Eso es objetivo. Así pues: hay persecución, es persecución de irrelevancia, y se dirige primariamente hacia la Iglesia Católica.
-¿Cree Ud. que ese análisis lo compartirían quienes defienden la sociedad LCD?
No lo creo. Mas en su modo de expresarse confirman lo dicho. Por cierto, hay un ejemplo cercano en los conflictos en Iraq. El tema que se plantea ahí es cómo hacer liberal, capitalista y democrática una nación que no lo era. Yo diría que estamos como ante un laboratorio que nos puede enseñar y confirmar muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
Yo tomaría como un representante típico del discurso LCD a Héctor Abad, un prestigioso escritor colombiano que escribe en la revista SEMANA. En la edición 1114 del 13 de Noviembre de 2003 dice textualmente: “No es llevando tanques, aviones, soldados y misiles como se pueden contagiar algunos avances morales conseguidos en Occidente. Lo que habría que llevar es el virus del libre examen, de la libertad de conciencia y expresión, el acceso general a la educación, la liberación femenina. Lo cual no requiere sanguinarias invasiones relámpago, sino una lenta y paciente penetración cultural, condimentada con seducciones comerciales y tecnológicas”. El texto se explica solo.
-¿Pero Ud. no cree que el uso del Internet, por ejemplo, ofrece un terreno en el que la Iglesia podría expresar su propia verdad a su manera y a sus anchas? Si la Iglesia tiene su propio modelo y quiere proponerlo, el espacio está abierto…
Internet ha crecido de modo vertiginoso y ha tomado un poco por sorpresa a todos. Produjo fenómenos como la llamada “urbuja punto-com”,que muestran que colectivamente todos carecíamos de la suficiente visión para dimensionar el impacto real que podía tener un mensaje, un banner, un video, un mensaje hablado… El software estaba empezando a desarrollarse y las relaciones costo-beneficio eran terreno ideal para la especulación, por la combinación de incertidumbre y explosión de posibilidades.
-¿Cree que la Iglesia aprovechó ese momento?
No quiero esquivar la pregunta, aunque de entrada la respuesta creo que sería: “no lo suficiente”. Sin embargo, entrar a evaluar qué ha hecho la Iglesia en Internet me desborda completamente y prefiero que conservemos el desarrollo de nuestro tema.
-¿Es decir?
Yo quisiera insistir en un punto: Internet es y no es lo mismo que otros medios de comunicación. El problema no son los medios, como tales.
-¡Pero se supone que a Ustedes les interesa llevar su mensaje a todo el mundo!
Así es, pero eso no es lo que está en discusión.
-Entonces sigo su planteamiento: ¿en qué sentido Internet no es como los demás medios?
Es más democrático, si se quiere. Casi cualquier persona, aun con un presupuesto modesto, puede montar su sitio web y ser conocido, visto, escuchado o valorado a miles de kilómetros de distancia.
-¿Y eso no es precisamente lo que se necesita para vencer la brecha económica que marginaba a los relegados del acceso a los medios masivos como la televisión?
Estamos de acuerdo, y por eso creo que Internet es distinto de otros medios. Pero no demasiado distinto…
-¿Por qué?
Le doy una comparación. Piense en un afiche, pasquín o cualquier letrero, que Ud. puede pegar en una pared concurrida en el centro de cualquier ciudad grande: Dublín, Bogotá o Sidney. Teóricamente Ud. tiene ahí un medio de comunicación relativamente barato que puede en potencia llegar a miles de personas.
-Es cierto…
Y sin embargo, todos sabemos que este particular “medio de comunicación” tiene una existencia social sumamente limitada en su alcance y precaria en su potencialidad. Es mejor una sociedad que te deja publicar tus hojas de pensamientos en las calles que otra en la que te encarcelen o torturen por eso, pero todos entendemos que lo decisivo no proviene de que haya medios abiertos para todos. Note Ud. que en el fondo, con Internet y todo, seguimos en el mismo plano de lo dicho sobre las marchas y jornadas de protesta: Usted teóricamente puede organizar una gran marcha, y repartir volantes de propaganda entre sus vecinos y pintar carteles, pero el impacto social depende de la existencia social, y por consiguiente, donde la existencia social está controlada por el ejercicio del poder conjunto de los medios económicos y de comunicación, nos podemos pasar la vida pegando carteles o haciendo páginas bonitas para Internet. Mejor esto, en cierto sentido, que la persecución de tortura, pero ello no implica que no haya persecución.
-¿Y quién sería el perseguidor en el caso de Internet?
Cada tipo de persecución tiene su tipo de perseguidor. En el siglo IV hubo Emperadores Romanos que torturaban cristianos y cristianas. El hecho de que no se pueda encontrar quién es “el emperador” cuando un intelectual es ridiculizado o aislado en su tarea académica, simplemente porque es un católico fervoroso, no significa que ahí no haya persecución. Y su pregunta es muy importante, porque mucha gente pensará, como Usted, que el problema con una persecución contra la Iglesia es: “identifiquemos al que está perturbando la libertad religiosa de los católicos, y neutralicemos su acción”. ¡El problema es totalmente otro! Este no es un asunto de buscar a un presidente, un tirano, un emperador o una empresa. La cosa tiene que ver con la manipulación de la mente, con las mentiras aceptadas y repetidas, con los ambientes en los que se quiere que la fe se vuelva una opción irrelevante por fuerza de una presión social que podemos desenmascarar… y que estamos desenmascarando.
7. La Persecución Actual
-¿Está funcionando, está logrando lo suyo, la persecución de irrelevancia de que venimos hablando?
En términos globales, sí, y es muy triste y lamentable que así sea. Juan Pablo II lo decía en julio de 2003, citando a la Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa: “la cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera”. Un país tras otro vemos caer por tierra la legislación que defiende la vida del no-nacido, la familia según el plan de Dios, la distribución humana de la riqueza, el brotar, en fin, de la civilización del amor. Es eso sobre todo lo que no se quiere que nazca.
-Un objetivo perverso y retorcido… satánico, diría uno.
No tema usar la palabra, aunque puede ser malinterpretada. Lo que sí debe quedar claro es que no se trata de satanizar personas, sino de estar avisados del origen y la metodología demoníaca que produce millones de muertes, tristeza, desesperación, huida a las drogas, egoísmo cruel, industrias de pornografía y sadomasoquismo, depresión, suicidio… es un cuadro espantoso. Uno realmente recuerda el texto impactante de la 1 Juan: “Sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo yace bajo el poder del maligno. Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento a fin de que conozcamos al que es verdadero; y nosotros estamos en aquel que es verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna” (1 Jn 5,19-20).
-¿No es eso el colmo de la presunción: nosotros los buenos y el mundo entero, los malos?
Puede mirarse como presunción o como conciencia de una responsabilidad y sobre todo: conciencia del don recibido. Si guardamos lo recibido sólo para nosotros y nos encerramos para juzgar desde nuestros miedos a los demás, entonces sí será presunción; pero si nos arriesgamos a ir más allá de nuestros temores y vencemos la persecución, eso no será ser presumidos sino simplemente ser testigos agradecidos de la gracia.
-Antes de continuar, yo quisiera que quedara claro si Ud. está condenando al mundo entero. Pareciera que todo en el mundo es perversión, mala sangre, deseo de dañar a los cristianos…
Existe el riesgo de esas condenas globales pero yo quisiera decir, de la manera más enfática posible, que una condena global del mundo, en cuanto escenario de la libertad humana, es contraria al Evangelio y es ideológicamente perversa, tanto o más que la persecución de irrelevancia de la que venimos hablando.
-¿Qué quiere decir con el mundo “en cuanto escenario de la libertad humana”?
El “mundo” tiene más de un sentido en los términos cristianos, tomados del Nuevo Testamento. Cuando leemos “no améis al mundo ni lo que hay en el mundo” (1 Jn 2,15) no tenemos el mismo significado que cuando leemos “tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito” (Jn 3,16). Hay un sentido de “mundo” que alude a las complicidades y vanidades que conspiran en contra del ejercicio de la libertad, encadenando con múltiples idolatrías. Ese “mundo” será siempre un adversario para el ser humano, y por lo tanto para la Iglesia. Mas el mundo es también el espacio de posibilidades que queda abierto a nuestras decisiones. Este fue el sentido que el Concilio Vaticano II prefirió, con muy buenas razones. Según este sentido particular del término mundo, es absurdo y tendencioso condenar a todo el mundo.
-¿El mundo en el primer sentido es la sociedad LCD?
-La sociedad LCD es en algunos aspectos la expresión contemporánea de ese “mundo” que en sus complicidades y vanidades encadena al hombre. Sin embargo, hemos de cuidarnos de pensar que todo en la sociedad liberal, capitalista y democrática encaja dentro del mundo que es condenado en la Biblia. Hay valores muy grandes en nuestro tiempo, como los ha habido en otros tiempos y en otros modelos de sociedad.
-¿Por qué Ud. habla tan poco de esos valores?
A los sacerdotes, a los teólogos y a los predicadores nos corresponde un poco la misión del centinela, según la imagen del profeta Ezequiel (Ez 3,17). Tenemos que estar atentos a los peligros que se acercan y a las pestes que no terminan de irse. Nuestra labor, en ese sentido, puede parecer fastidiosa, porque implica hablar a menudo de cosas desagradables. Mas lo que uno busca no es molestar sino abrir caminos, quitar obstáculos, para que la gracia y el amor de Dios, tan evidentes en el sacrificio de Cristo, no se desperdicien. San Pablo decía “el amor de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). Además, es preciso decir con cierto énfasis estas cosas por otras dos razones: porque hay mucha indiferencia y letargo en las conciencias, y porque hay mucha confusión, hasta el punto que se llegan a considerar como “derechos” cosas absurdas como matar a los propios hijos.
-Y por el lado de las cosas buenas, ¿no cree Ud. que esta sociedad es mejor que las sociedades cerradas, tiránicas o totalitarias?
El término “sociedad abierta” nació, como se comprende, en un contexto polémico de denuncia de las actitudes de persecución de algunos modelos de sociedad que precisamente fueron caracterizados como “cerrados”. No estoy en defensa de esos regímenes totalitarios ni mucho menos de sus métodos represivos, no importa con qué razones se pretendieran justificar. Pero tampoco pienso que por el hecho de declarar a una sociedad como “abierta” con ello hemos quedado automáticamente inmunes de otras formas, quizá más sutiles, de discriminación e incluso de persecución. En particular, recordemos aquí lo dicho anteriormente: estas sociedades llamadas “abiertas” tienen una gran capacidad de dogmatismo agnóstico y de tiranía laicista.
-¿Alguna demostración de ello?
Muchas. Menciono sólo una por su actualidad a finales del año 2003: la actitud obstinada y anticientífica de negarse a reconocer las raíces cristianas de Europa. ¡Los postulados mismos de la igualdad, la libertad y la fraternidad son impensables sin el cristianismo, y eso no lo digo yo, lo dice mucha gente de todo tipo de convicción filosófica y religiosa! Lo único que se puede concluir es que en esto está una expresión muy visible de la persecución de irrelevancia: es el intento de hacer desaparecer el significado del cristianismo.
-¿Tiene algún ejemplo fuera del campo de las declaraciones genéricas y más bien etéreas de una eventual Constitución Europea?
Lo más concreto que puedo citarle por ahora es la noticia de la ley sobre señales y símbolos religiosos que con toda probabilidad será aprobada en Francia. El diario digital El Día del 12 de Diciembre de 2003 decía: “Una comisión formada por el presidente Jacques Chirac recomendó ayer que sea prohibido legalmente lucir en las escuelas públicas y edificios oficiales símbolos religiosos ostensibles como el pañuelo islámico, la kippa judía y el crucifijo”.
-Eso, por lo pronto, incluye a otras religiones, no sólo al cristianismo…
Así es, y lo sabemos, aunque también sabemos qué grupo de creyentes será el más afectado por esta legislación. Piense en esta escena: un profesor cristiano está frente a 20 o 30 alumnos cristianos, pero nadie puede hacer ostensible un crucifijo. Yo pregunto una cosa: si en un país musulmán se prohíbe que se vea un crucifijo, ¿a eso no lo llamamos persecución?
-¿Y qué argumentan los que han diseñado esa ley?
Bernard Stasi, que tiene el cargo de “mediador nacional”, y que preside la comisión citada, asegura que “el secularismo es la separación de la Iglesia y el Estado, pero es también el respeto de las diferencias”; y agrega que el objetivo de la comisión fue lograr que gentes de todas las creencias puedan “vivir juntas en lugares públicos”. ¿Es clara la lógica? ¿Se preguntó acaso a los cristianos si les perturbaba ver velos musulmanes en su entorno? ¿Nos vamos dando cuenta de lo que está aquí en juego? La afirmación de que todas las religiones están en un mismo nivel pone automáticamente al secularismo (racionalista-laicista) en un nivel superior, y lo autoriza, como por ensalmo, para legislar por encima de todos y en lo que atañe a todos.
-Eso no parece justo, ciertamente…
¡No lo es, desde luego! Es lo más irónico del mundo: hay un conflicto entre tres niños, y llega otro y dice: “Ahora yo soy el árbitro de ustedes; y como soy el árbitro, ordeno y mando que todos se callen y se sienten y me obedezcan…” En la perspectiva de hombres como Chirac, Stasi y muchos otros, tanto en Francia como en buena parte del Occidente democrático, el no-creyente, el agnóstico o el ateo declarado tienen ya desde la entrada, por potestad de la lógica interna del racionalismo secularista, una mayor probabilidad de legislar sobre todos los que se digan creyentes. Por lo mismo, declararse “socialmente” creyente, o sea, creyente en público, es, desde ahora, un obstáculo, un estorbo, para quien quiera acceder al poder en la Francia democrática laicista de comienzos del siglo XXI. ¿Esto no es marginación y persecución, a nombre de una retórica de la inclusión de todos?
-¿Y qué más se supone que pretenda este grupo pro-secularismo?
Sus objetivos son claros, y sólo esperan tener más poder para lograrlos. El mismo periódico citado, y en la misma noticia, añade que Daniel Robin, secretario nacional del sindicato SNES de maestros, declaró que “en Francia, en lo que al secularismo se refiere, queda mucho por hacer. Los velos [de los musulmanes] son solamente un problema, pero no el único problema”. Este hombre sabe qué quiere, pues dijo también otro asunto: varias provincias francesas siguen requiriendo la enseñanza de la religión en las escuelas públicas y tienen clérigos en sus plantillas. Según él, estos son “problemas”, y hay que “resolverlos”.
8. El futuro
-Si admitimos la persecución de irrelevancia, ¿cuáles serían los pasos inmediatos a seguir?
Yo quisiera hablar primero sobre lo que creo que NO debemos hacer, como Iglesia. La cosa no es tan sencilla como hacer unos carteles con 1 Jn 5,19-20, el texto que cité, y lanzarnos a las calles. Una condena global al mundo puede provocar risa o rabia, sin más trascendencia.
-Lo primero que se dirá es que se trata de un grupo fundamentalista de ultraderecha…
Exacto. ¡Y es factible que tengan razón! Textos como ese no son banderas de lucha sino consignas para el corazón, para la adoración, la gratitud y el renovar contínuo de la propia conversión. Cuando esos textos se vuelven eslogan o bandera a menudo ocultan otras cosas, por ejemplo, miedo, o tal vez muestran una actitud de lo que Freud llamaba “mecanismos de defensa”.
-¿En qué sentido?
Yo lo veo mucho en el tema de la sexualidad. Hay gente que condena con tanta fuerza y reiteración la homosexualidad que uno termina pensando que están como obsesionados o secretamente interesados en el asunto. De eso hablo…
-Si la solución no es hacer los carteles con 1 Jn, ¿qué hay que hacer?
Bueno, hablábamos todavía de lo que NO había que hacer…
-Sigamos, entonces…
No hay que pensar que las cosas tienen que cambiar dramáticamente sólo porque nosotros estamos aquí. Los procesos de la fe toman su tiempo y a menudo se miden en términos de siglos, cuando hablamos de las culturas y ya no de las personas individualmente consideradas. Esto implica que toda la carga de nuestros análisis, y toda la fuerza de nuestras plegarias, y todo el ardor de nuestro celo no tienen que conducir forzosamente a un resultado que parezca satisfactorio ante nuestros ojos. Cualquier esfuerzo que tenga un tinte, así sea mínimo, de búsqueda de privilegios, glorias humanas, o conservación de bienes temporales por el gusto de poseerlos, cualquiera de esos esfuerzos, no importa si es muy grande, yo creo que está destinado a fracasar.
-¿Es decir que importa ante todo la actitud interior?
Exactamente. Una actitud marcada por la oración humilde y confiada, por una voluntad caritativa más que punitiva, por un estilo de genuino servicio y de una inmensa paciencia, como quien siembra para la eternidad. Todo ello vivido con sabiduría, serenidad y a la vez con celo; sobre todo eso: celo, amor; que se vea el amor, que se vuelva innegable la noticia del amor.
-Parece un equilibrio difícil de lograr. Más bien parece probable que en cuanto se empiece a hablar de persecución los cristianos desarrollen paranoia, se lancen a conquistar el poder civil y luego organicen una nueva inquisición. ¿Es que es indispensable hablar de persecución? Es decir: aun admitiendo muchos de los puntos que Ud. señala, ¿no hay otros lenguajes más sanos y fecundos de cara al futuro?
Para la Iglesia, como ya lo notaba san Agustín, ser perseguida, antes que un dato histórico es un dato teológico.
-Algo así como que, no importaba lo que haga el resto del mundo, la Iglesia siempre se sentirá perseguida?
Un dato teológico no es un complejo de inferioridad ni un complejo de persecución.
-¿Entonces qué es?
Es la conciencia lúcida y serena que la Iglesia tiene de quién es su Fundamento, cuál es su Mensaje y qué implicaciones tiene ese mensaje. Por ponerlo en términos sencillos: la propuesta de Cristo no entra ni entrará fácilmente en ningún modelo de sociedad que pueda conocer la historia humana. La Iglesia, por consiguiente, ha de impregnarse de un profundo espíritu de desprendimiento y de una conciencia clara de su condición de peregrina.
-Si eso es así y nadie lo va a cambiar, y si así ven los cristianos su lugar en el mundo, ¿por qué hay que considerar culpable al mundo?
Una cosa es saber que el mundo, como tejido de complicidades, insisto, rechazará el mensaje de pureza y de gracia de Cristo, y otra muy distinta es preguntarnos si es bueno que ello suceda.
-¿Y qué ganan los cristianos con saberse perseguidos, admitiendo lo que Ud. plantea?
Ganan tres cosas: serenidad, conciencia de la gracia y celo misionero.
-¿Por qué serenidad?
Porque uno como cristiano está abocado muchas veces a pensar que le va mal porque uno es malo o porque está haciendo las cosas mal. Y eso no es cierto, o por lo menos no es toda la verdad. En múltiples ocasiones proyectos buenos no resultan porque todos los recursos se los están engullendo los proyectos del pecado, de la perversión y del silenciamiento del bien.
-Pero ese pensamiento es muy cómodo: cada vez que algo me resulte mal voy a decir que como todo el mundo me persigue…
Ud. podría decir eso y seguramente estaría diciendo una mentira. Su mentira, unida a la mía y a la de muchos otros, colabora en que el mundo sea menos vivible y más cruel con los inocentes. Es una de las características de Cristo y de su Evangelio: no está blindado. Jesús en la Cruz era susceptible de recibir heridas, traiciones, burlas; su mensaje puede ser retorcido, ocultado, malinterpretado. Él escogió que fuera así, y precisamente porque es así, Cristo y los de Cristo son y serán perseguidos.
-¿No había otra posibilidad?
La otra posibilidad era blindarse, es decir, lo que hacen los imperios de este mundo. Pero es muy difícil secar lágrimas con la armadura puesta; es muy difícil acariciar a un niño o consolar a un anciano desde nuestro tanque de guerra. Cristo escogió anunciar la gracia, que es el regalo del amor divino a los más pequeños, y ello implica no blindarse y ser perseguido.
-Pero la Iglesia sí se blinda…
Eso
es cierto. En muchos aspectos la Iglesia se ha blindado y por eso, aunque Ella apunta con certidumbre hacia el evangelio de Cristo, no podemos decir que sea una traducción perfecta del mismo evangelio que predica. Esto es parte de la miseria de la Iglesia, pero también es la gran indicación que tenemos de la contínua necesidad de conversión de los cristianos. El Papa Juan Pablo II ha sido eminentemente claro en este punto.
-Ud. habló antes de serenidad, conciencia de la gracia y celo misionero. ¿Son sus palabras una especie de estrategia para que los cristianos se sientan empujados a misionar?
Bueno, desde luego yo quisiera que lo fueran. Yo creo en Jesucristo y para mí es un bien inmenso el que hacemos a una persona cuando la acercamos al evangelio de Cristo. Ello, sin embargo, ha de hacerse en espíritu de humildad y en una gran conciencia de que el salvador es él y no nosotros.
-Es decir que esta persecución que la Iglesia está viviendo, si admitimos su análisis, ha sido buena para la misma Iglesia…
“Todo concurre para el bien de los que Dios ama”, dijo san Pablo en la Carta a los Romanos. El hecho de que la Iglesia sea perseguida es en sí mismo algo triste pero no significa que sea inútil para los planes de amor y gracia que Dios tiene a favor de su pueblo.
-Si la estrategia que Ud. plantea no se toma, es decir, si la gente católica se empieza a sentir autorizada para contraatacar al mundo, ¿qué podría suceder?
Podría suceder que los que quieren defender a la sociedad se vuelvan tan nerviosos que terminen obrando con agresividad e incoherencia. A los histéricos, a los fanáticos, a los fundamentalistas, a los terroristas, a los apocalípticos, a todas esas razas esta sociedad LCD ya los conoce bien y sabe cómo domesticarlos. Y el arte está en que esta vez no nos escamoteen la revolución.
-¿Y qué va a pasar con los mecanismos de la irrelevancia?
Esa pregunta es fundamental. Observemos, por favor, que en la lista de persecuciones que presentamos al principio de esta entrevista hay una constante: la Iglesia, cuando ha sido más fiel a su vocación, no ha respondido en la misma clave en que ha sido atacada. No ha respondido al destierro con destierro, a la tortura con tortura, ni a la barbarie con barbarie. Eso apunta a dos cosas. Primera, que también ahora la Iglesia debe estar despierta, y no responder a la irrelevancia con irrelevancia, es decir, no puede darse el lujo de despreciar sin más al mundo, como interpretando a la manera de la presunción el texto de 1 Jn. O sea, no puede decir a modo de mantra: “Qué porquería como está el mundo, ¿no? Menos mal que no nos afecta demasiado”. Lo que veamos en el mundo sucederá en la Iglesia, ya se trate de finanzas, escándalos, corrupción administrativa o abusos de poder.
-¿Y en segundo lugar?
Lo segundo que aprendemos del patrón que ha seguido la Iglesia en sus mejores horas es que las persecuciones no duran el tiempo que nosotros queremos ni se acaban porque nosotros lo queramos. Si es verdad que estamos en medio de una gigantesca persecución de irrelevancia, entonces no la vamos a vencer pretendiendo ser relevantes ya, hoy, ahora. Esa sería una ilusión. Hacer grandes demostraciones de presencia cultural, creer que el mundo es cristiano porque hay mucho de religión en Mozart, pegarnos a las manifestaciones antiglobalización “para que se vea que la Iglesia sí está”, dar muchas delaraciones a la prensa hablada o escrita… todo ello tiene un certo tinte de autoafirmación que termina siendo risible para los de fuera y desgastante para los de dentro.
-¿Entonces qué, ni esconderse ni mostrarse mucho?
No es asunto de buscar promedios, pienso yo. Es más la actitud. Tenemos que vigilar de contínuo nuestro corazón y purificar cada día nuestras intenciones. Hablando en confianza con sacerdotes nos hemos reído de nosotros mismos, viendo cómo tales o cuales cosas se hacen con una cierta justificación tácita de “¿le queda claro a todo el mundo y se han dado cuenta todos de que estamos haciendo esta marcha (o procesión, o misa de sanación, o concierto…)?” Ese camino es humanamente explicable, porque al fin y al cabo uno como sacerdote le está empeñando la vida a una causa y quiere que su causa “valga la pena”, pero todo eso a largo plazo no nos va ayudar como Iglesia.
-¿Vencerá la Iglesia esta nueva persecución?
Sí. O mejor: Cristo vencerá en esta persecución, como ha vencido en todas.
-¿Y qué vendrá después?
Si somos fieles, un tiempo de una nueva primavera; tal vez algo como lo que soñó Juan XXIII, o como lo que Pablo VI gemía en su oración, o como lo que ha predicado incansablemente Juan Pablo II. Aunque nos acompañarán las luchas: eso también lo anunció Jesucristo. De modo que, superada esta persecución, habrá otras, pero también otras y más bellas victorias.