Solíase preguntar un buen cristiano cuál sería el canto de Cristo en la Cruz. Porque había aprendido que aquel solemne grito al momento de partir de este mundo hacia el Padre, era en Cristo toda una proclama: era el recitativo de nuestra redención. Y mientras esto cavilaba, oyó la voz del Señor, que de lo alto le decía:
Ahora eres otro. Ahora que la luz besó tus ojos; ahora que mi voz abrió tus oídos; ahora que mi palabra halló nido en tu ser; ahora que crees y vives; ahora que esperas y amas; ahora eres otro. Eres tú y más que tú. Eres tú sin lo que te estorbaba; eres tú sin lo que te enfermaba; eres tú sin lo que te ensuciaba; eres tú sin lo que te ocultaba: eres más tú, para gloria de mi Padre del Cielo.
Ahora eres otro. Ahora cantas conmigo, cuando canto a mi Padre; ahora lloras conmigo, cuando lloro el pecado del mundo; ahora ríes conmigo, cuando vemos reír a los niños; ahora vives conmigo: ahora eres otro. Eres tú y más que tú. Eres tú con mi vida; eres tú con mi sonrisa; eres tú con mi Sangre; eres tú con mi Espíritu: eres más tú, para gloria de mi Padre del Cielo.
Ahora eres otro y yo soy el mismo. Porque mi reino no es de este mundo. Mi reino no surge del dinero, no se sostiene con las armas, no se opaca con los años. Soy el mismo: el que era, el que es, el que viene. ¡Oh! Pero tú miras mi Cuerpo Crucificado y te preguntas si he cambiado. Amado de mi alma, precio de mi Sangre, sólo respóndeme una pregunta: Me revestí de tus culpas, pero te revestí de mi gracia, ¿quién cambió? Grabaste tus llagas en mi piel, pero yo grabé mi inocencia en tu cuerpo, ¿quién cambió? Derribaste mi alma con tus pecados, pero yo derribé tu egoísmo con mi amor, ¿quién cambió? Te diré la verdad: yo no he cambiado. No cambió mi gracia cuando te la daba, ni se perdió mi inocencia cuando la grababa en ti, ni cesó mi amor cuando te amaba. Yo soy el mismo y tú eres otro. Ahora eres más tú, para gloria de mi Padre del cielo.
Ahora eres otro. Tu cabeza brilla con agua del santo bautismo; el aroma de mi Sangre perfuma tu aliento; el fuego de mi Espíritu inflama tu pecho; el calor de mi madre, de la Virgen, rodea tu alma; mi Padre es tu Padre; mi Dios es tu Dios. Ahora eres otro porque yo he vencido al mundo; porque los siglos no han logrado ni lograrán ocultar la Cruz; porque la tierra entera será juzgada en mi presencia, y sólo quedarán en pie los que me aguardan.
Por tu parte, alégrate. Levanta la cabeza. Mírame a los ojos. Yo soy como tú; tú eres como yo.
Y callaba el cristiano oyendo cantar a su Señor. Y se maravillaba pensando que el Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria.