Suena extraño, ¿verdad? Sin embargo, es una de las ideas que comandan la segunda parte de la reciente encíclica papal. Y es un concepto revolucionario a su modo, porque se suele pensar que la razón, para ser razón, debe desprenderse de todo afecto, y por la misma línea se piensa que el amor, para ser amor, debe ser algo así como una explosión incontrolada, un océano tempestuoso, o sea, pura pasión.
Por supuesto, si la razón carece de afectividad y el afecto carece de racionalidad, el ser humano queda roto interiormente y se ve de continuo agitado entre esos extremos: una lógica que le seca el corazón y una pasión que le lleva a cometer locuras.
La Iglesia tiene el alto encargo de ser como esa canalización y organización de la caridad, es decir, del amor que brota de lo alto, y que tiene su expresión máxima en la donación de Cristo en la Cruz, actualizada de continuo en el misterio eucarístico.
Este modo de hablar no es sólo reflexión profunda y hermosa. Es también el mejor modo de aproximarnos al ser y quehacer de la Iglesia. Escribe el Papa en el número 25: ” La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.” ¿Precioso, no?