9. ¿Hay alternativa?
La neutralidad religiosa es un no a Dios, envuelto en cierta cortesía. Si en un país el 90% de la gente cree en Dios pero no puede hacerle homenaje público a él por respeto al 10% que no cree, quiere decir que en ese país se está irrespetando, con toda cortesía pero con toda claridad, al 90% creyente. La neutralidad es tiranía de la minoría agnóstica, que una vez en el poder político (ejecutivo) desde allí teje la red de los otros poderes: mediático, económico, legislativo o incluso judicial. Pretender que la religión cristiana existirá en tales circunstancias es una ilusión, si uno es cristiano, y una farsa, si uno no lo es y detenta el poder.
Esto supuesto, no debemos imaginar que hay una respuesta fácil como alternativa. ¿Qué es lo contrario de esa quimera, la neutralidad racionalista? La única respuesta que viene a la mente es el Estado confesional. Y esa no es una buena noticia porque los Estados e Imperios expresamente católicos de algún modo han sido la antesala de las guerras de religión. Tales conflictos han servido durante siglos como justificación dogmática de la neutralidad que aquí hemos criticado.
No por nada la gente asocia confesionalidd con fanatismo, intolerancia y guerra religiosa. Esa asociación no es pura “mala prensa” contra la fe o la Iglesia. Los creyentes, lo mismo que los demás seres humanos, son tentados por las mieles del poder y están sujetos a las mismas pasiones tenebrosas que pueden asomar en cualquier corazón.
Además, los veredictos clericles solían tener el sello de lo eterno, lo irreformable, lo supremo. Es verdad que los vaivenes políticos de los Estados actuales en general son hostiles a la Iglesia pero ninguna condena pretende ir más allá de las voces humanas y los intereses que de pronto mañana podrían ser distintos.
Es otra cosa, en cambio, cuando la Iglesia alcanza verdaderamente el poder efectivo sobre el Estado. Sus condenas son inexorables, fulminantes, y de algún modo se extienden incluso más allá de esta vida. Ser no-creyente o librepensador implicaba, en aquellos tiempos y lugares, ser proscrito de todo lo visible y lo invisible, lo temporal y lo eterno.
Claro que ha habido de todo. Ha habido obispos y cardenales que han tenido, objetivamente hablando, un tremendo poder y lo han usado bien. Hay Papas que en verdad han puesto su gigantesca influencia al servicio de los pequeños, los excluidos y los pobres. Pero uno no puede ser ingenuo y decir que eso sucederá siempre. Uno no puede apostar sin más por el modelo “Estado confesional” porque termina siendo cómplice de una cantidad de barbaridades que ya se han hecho o que se podrían hacer a nombre de la religión.
Creo que ser verdaderamente creyente es seguir a Jesús, que fue siempre tan desconfiado del poder en todas sus formas–también entre sus discípulos. No hay ningún modelo que garantice la fe porque la fe no puede ser garantizada por instancias humanas, ni tampoco destruida por ellas.
En términos abstractos, el modelo ideal es un Estado confesional pero celoso de respetar la conciencia de todos y capaz de crítica hacia sus propios desmanes. Hablando en general, hay que tender hacia allá pero sin otros instrumentos que los que nos da Cristo, es decir, la oración, el servicio, la conversión, el testimonio.
“Tender hacia allá” significa que ningún otro modelo de Estado nos satisface y que vemos las trampas de ellos, como son patentes en el caso de la supuesta neutralidad religiosa. Pero sabemos que esas trampas no pueden inutilizar la eficacia de la Palabra predicada con verdadero fervor ni mucho menos pueden cerrar el paso al mensaje de misericordia y conversión que trajo Jesús.