4. ¿Qué tan seculares?
El Estado neutro nació ya “secular.” La palabra hay que ponerla entre comillas porque en realidad no es lo que significa. En efecto, como ya mencionamos, los valores que promueve ese Estado secular no son otra cosa que el mínimo común denominador de los grupos cristianos que estaban en conflicto cuando él nació. Esto es particularmente visible en dos tópicos relacionados: los derechos humanos y los lemas de la Revolución Francesa.
La libertad, igualdad y fraternidad son todo menos seculares. Como hemos comentado en otras oportunidades, ¿qué clase de “hermanos” pueden ser estos, si no e spor referencia a un mismo Padre? Trate Ud. de trasladar ese mensaje, para nosotros tan obvio, a otras culturas. Imagínese predicando la fraternidad entre las castas hindúes o entre las tribus animistas africanas. La cosa sencillamente no funciona. Para nosotros es obvio y suena bien que se diga que hay “ciudades hermanas” o que la Humanidad es una gran familia pero esos pensamientos no hacen sonreír a los chinos y parecen no interesar en la práctica a los esquimales.
Así pues, la tal “secularidad” es casi una contradicción en los términos: los Estados nacidos de la herencia cristiana medieval llevan la impronta cristiana. ¿Es como obvio, no? Incluso su modo de abominar del cristianismo es bastante cristiano, si así pudiera hablarse. Los adalides del Estado laico, o incluso laicista, terminan presentando como argumentos razones que sencillamente se remontan al Antiguo o al Nuevo Testamento. El respeto al individuo o la famosa inclusividad; la búsqueda de la integración social o el deseo de oportunidades semejantes para todos provienen en últimas de una mirada al ser humano como valioso por sí mismo y como dotado de una “conciencia” que en últimas traduce el concepto bíblico de “corazón,” y de lugar del encuentro con la propia verdad y la de Dios.
En todo esto quedamos atrapados por lo “obvio”: lo que nos parece natural lo es sencillamente porque es el aire que los monjes y predicadores nos enseñaron a respirar. Vamos a las islas polinesias, a las minas de la China o a las estepas ardientes del Africa; subamos al Nepal o bajemos al Ganges y descubriremos que lo obvio no es obvio sino para nosotros, y que si e sobvio es porque la predicación cristiana ha sido víctima de su propio éxito, para decirlo de un modo paradójico.