El está sentado en una mesa para dos. El mesero se le acerca y le pregunta “Quiere ordenar algo, señor?” El hombre ha estado esperando desde las 7, casi por media hora. “No gracias”, dice sonriendo “voy a esperarla un poco más. Tráigame más café, por favor”. “Sí, señor”. Responde el mesero.
Sus ojos azules se fijan en el florero del centro, sus manos juguetean con los cubiertos de plata mientras la suave música ambiental acaricia su mente. Está vestido con sencillez pero con elegancia, con el fin de que su compañera se encuentre cómoda en su compañía. Sin embargo, se encuentra solo.
El mesero regresa, le sirve el café y le pregunta: Algo más, señor? No, gracias. El mesero no se retira. Su curiosidad puede más que el temor de perder de pronto su propina por entrometido. Con voz entrecortada dice: No quiero ser imprudente, señor, pero…Sí, dime, le insiste el caballero invitándolo a que le diga con confianza lo que desea. El mesero continúa: porqué insiste Ud. en esperarla?
El mesero ha estado observando que ya van varias noches que este señor pacientemente ha estado esperando solo. El caballero contesta con voz tranquila: porque ella me necesita. Está ud. seguro? Sí. Bien, señor, sin querer ofenderlo, suponiendo que ella lo necesita, ciertamente su comportamiento no lo indica así, pues lo ha dejado plantado ya por tres veces esta semana. Sí, lo sé. Entonces porqué sigue viniendo aquí y la espera? Adelaida dijo que vendría. Seguramente le dijo lo mismo las otras veces, replicó el mesero, y no le cumplió. Porqué tiene que cumplirle usted? Entonces el hombre sonrió y mirando al mesero le dijo sencillamente: Porque la amo. El mesero se retiró caviloso sin comprender como es posible que el amor llegue hasta el punto de aguantarse desplantes de esa naturaleza tres veces por semana. Ese hombre debe estar loco, pensó el mesero.
Entretanto, el hombre sigue pensando en ella. Tiene tantas cosas para decirle a su Adelaida….pero más que todo, desea oír la voz de ella. Desea que ella le cuente sobre cómo ha pasado el día, cuáles han sido sus triunfos y sus derrotas… cualquier cosa, realmente. El ha tratado de que ella le manifieste que también se preocupa de él. Bebe despaciosamente su café. Sabe que Adelaida está retrasada, pero aún guarda la esperanza de que aparezca.
El reloj marca las nueve y media cuando el mesero regresa y le pregunta: Desea algo más, señor?
Mirando la silla vacía de su amada que no llegó, el caballero responde. No, gracias, creo que eso es todo por hoy. Tráigame la cuenta, por favor.
Cuando le trajeron la cuenta, sacó su billetera. Tenía dinero más que suficiente para haberle dado a Adelaida toda una fiesta. Pero solamente pagó su café y le dio al mesero una buena propina.
Porqué me haces esto, Adelaida, dijo para sus adentros llorando internamente.
Muchas gracias por sus servicios, le dijo al mesero. Que pases buena noche. Y se retiró de la mesa, pero antes de salir, fue a la recepción y reservó una mesa para dos para el día siguiente a la misma hora.
Mientras el hombre vuelve a casa, Adelaida se está acostando. Está cansada después de haberla pasado con sus amigos. Cuando alarga su mano para poner el despertador, ve sobre su mesa de noche una nota que ella misma se había escrito y que dice: A las 7, dedicar unos minutos a la oración.
Vaya !, se dice a si misma. Se me olvidó otra vez. Siente algo de remordimiento, pero enseguida se le pasa y piensa que ella necesitaba pasar ese rato con sus amigos. Ahora está cansada y necesita dormir. Mañana por la noche puedo rezar. Jesús me perdonará. A lo mejor, a El no le haya preocupado mucho mi falta de oración. Y apagó la luz.