La memoria tiene poder. A menudo–quiero decir, sin que falte una sola semana en todo el año–la televisión británica transmite algo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Una y otra vez se repiten escenas que dejan expuestas todas las mentiras del nazismo.
Una película semejante, aunque en otra clave, se proyecta secretamente en el inconsciente colectivo europeo. Esa película repite un mensaje fundamental: “la religión produce guerra; es mejor no tener religión.” La cosa funciona más sutilmente que en el caso nazi, por supuesto. Yo diría que si uno no está atento no percibe nada, pero es posible que un día uno de pronto note que durante meses y meses TODO lo que sale bajo el título de religión va unido a adjetivos como “fundamentalista,” “extremismo,” “intolerancia,” y otros parecidos.
A esta edad mía he llegado a convencerme que es inútil pedir neutralidad a los medios de comunicación. Un ejemplo típico es lo que trae el editorial de EL TIEMPO, de Colombia, para el día 8 de Enero de 2006:
¿Quién tiene la razón: Darwin o Dios? La pregunta, perfectamente deleznable para la ciencia, se ha vuelto un rabioso debate en una de las sociedades científicamente más avanzadas del mundo, Estados Unidos.
Nota, según la Real Academia, “deleznable. 1. adj. Despreciable, de poco valor.”
Más adelante, tratando de explicar por qué tantos norteamericanos no están contentos con que se enseñe sólo el evolucionismo:
Muestra del peso e incidencia del conservatismo religioso en un país clave. En su gobierno, cuyo Presidente es cristiano proclamado. Entre la gente, que llena 1.200 ‘megaiglesias’, algunas capaces de reunir 20.000 fieles en misa.
La cosa es clara: de un lado, las razones, la seriedad de la investigación, la CIENCIA; del otro, el conservatismo religioso, el rebaño incapaz de pensar. Con un error adjunto: no son 20.000 personas “en misa;” las megaiglesias no son católicas ni tienen misa. ¿Estamos ante un editorialista traicionado por su subconsciente? Casi parece que el hombre hubiera querido que Bush fuera católico…
Insatisfecho con su escasez de respuestas, el texto va así, hacia el final:
¿Qué explica este resurgimiento de la fe en el estadounidense de fila? ¿Debe el mundo temer sus implicaciones, en la medida en que no se limita a la misa dominical o a un debate constitucional sino que se ha trasladado al poder? ¿O, con un sistema judicial que frena los asaltos religiosos contra la educación secular y con reglas democráticas para elegir los paneles educativos, tiene esa sociedad mecanismos de autoprotección?
Para mí, un párrafo de antología. Por una parte, reaparece la misa, que se ve que está bien anclada en los recuerdos o temores de EL TIEMPO. Por otra, la razón real de la preocupación: ¡la cosa se está acercando al poder! Eso es bueno que el hombre lo diga. (¿O será una mujer? No lo sabemos.) La razón, toda la razón para mantener la religión fuera de la esfera pública es para que no haga estorbo en la agenda de quienes detentan o quieren adueñarse del poder.
Pero lo que se disfruta más es que ya al final aparecen otras cartas: para ellos, para quienes siguen la línea de este editorial, estamos ante un “asalto religioso” y la fórmula de salida se llama “autoprotección.”
¿Queda clara para todos la “neutralidad” de EL TIEMPO frente a la religión?