Algunos amigos me han preguntado por qué no he escrito nada sobre el reciente documento del Vaticano sobre la homosexualidad, o para ser más precisos, la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Órdenes sagradas, del 4 de noviembre de 2005, emitida por la Congregación para la Educación Católica y suscrita por el Papa Benedicto XVI.
La razón para mi silencio es muy sencilla: estoy de acuerdo con cada una de las palabras de la citada Instrucción, a la cual considero muy respetuosa con todos y muy clara sobre la mente de la Iglesia en esta materia tan importante.
La parte pertinente dice:
Este Dicasterio [es decir, la Congregación para la Educación Católica], de acuerdo con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cree necesario afirmar con claridad que la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.
Considero que es especialmente clarificador lo que se dice sobre la esencia de la vocación. No se trata de un “derecho”:
La vocación es un don de la gracia divina, recibido a través de la Iglesia, en la Iglesia y para el servicio de la Iglesia. Respondiendo a la llamada de Dios, el hombre se ofrece libremente a El en el amor. El solo deseo de llegar a ser sacerdote no es suficiente y no existe un derecho a recibir la Sagrada Ordenación. Compete a la Iglesia, responsable de establecer los requisitos necesarios para la recepción de los Sacramentos instituidos por Cristo, discernir la idoneidad de quien desea entrar en el Seminario, acompañado durante los años de la formación y llamado a las Órdenes Sagradas, si lo juzga dotado de las cualidades requeridas.
Lo único que lamento es que mi propia comunidad, la venerable Orden de Predicadores, no haya subsanado aún el error que se cometió en 1992, en el Capítulo General de Caleruega, cuando, al tratar de esta materia se legisló de otro modo, más o menos diciendo que era necesario y suficiente que cada uno tuviera plena conciencia y madurez sobre su opción sexual.
Yo mismo, no por virtud sino por deber, tomé la palabra en el Capítulo General de Providence, en 2001, para pedir que se corrigiera lo que ya manifiestamente era una formulación equívoca y francamente errónea.
No hubo eco a mi petición, que no era sólo mía.
Concédame Dios ver que mi Orden, la del patriarca Domingo, tiene el valor de desdecirse de engaños y modas, para servir con más libertad y amor a la Iglesia y a Cristo mismo.