Polonia ya no está bajo el comunismo pero eso no significa que hayan desaparecido los comunistas que durante largos y duros años la gobernaron. La pregunta es: ¿qué predican, qué proponen? El nuevo comunismo polaco sigue los pasos de la nueva Izquierda europea, o sea, insistencia en la tolerancia, despenalización del aborto, aprobación de matrimonio gay, todo ello en un coctel ecologista y desenfadado. ¿Le suena familiar? Correcto: es la misma fórmula de la España de Rodríguez Zapatero. La nueva Izquierda ya no se preocupa tanto por la justicia en el mundo. La Nueva “Internacional” es… rosa.
Bueno, uno creería que esos devaneos se pueden quedar para las sociedades en que el ocio, por ejemplo, es un problema y en que, como decía un profesor mío, la gente no se preocupa si va a vivir sino qué sabor o color quiere que tenga su vida. En otras partes del mundo, en cambio, pervive en toda su actualidad y relevancia la pregunta por la supervivencia. En esos otros países uno diría que el plato que hay que ofrecer es el que vendió mucho tiempo y con éxito considerable el comunismo del Che: revolución social y dictadura del proletariado.
A todas estas, yo me pregunto dónde queda Colombia dentro de esa escala. Por una parte, las tensiones económicas y políticas la acercan a la propuesta “dura,” encarnada por un Castro o un Chávez. Por otra, hay una franja muy significativa de la población que tiene un nivel de educación y de ingresos que le permiten aspirar a ubicarse cómodamente entre los que Marx llamaba con desprecio “burgueses.” Además, Colombia carece del “cemento” interpersonal que ha permitido a países como Cuba, Nicaragua o la misma Venezuela soñar con un paraíso socialista. Para que esos idearios cuajen en cambios sociales, como lo lograron en Rusia, China o Corea del Norte, se necesita que una proporción bastante alta de la población coincida en el diagnóstico y que comparta una hipótesis de solución relativamente ágil y realizable. Creo que esas condiciones no se dan en Colombia, por varias razones.
Por empezar: en Colombia los diagnósticos son múltiples y complejos y casi cada gran problema refluye en muchos otros grandes problemas. Los estribillos necesarios para el socialismo “duro” no calan en ese microclima. Si dices aunque sea tan sólo: “¡A la lucha de clases!” tus palabras ya te han emparentado con injusticia social, guerrilla, narcotráfico, corrupción del gobierno, mal uso de auxilios parlamentarios, y no sé cuántas cosas más. Además, una proporción altísima de la población está internamente inhabilitada para pronunciarse en esos mismos temas porque, o vive de ellos, o recibe benficios indirectos de la situación que ellos crean. La capacidad de inmolarse por una causa social se esfuma y lo que queda es una sensación de relativo caos en el que la legalidad subsiste apenas lo suficiente como para que cada quien obtenga algún beneficio de usarla o de evitarla, según sea el caso. El resultado final es una nación llena de gente talentosa, recursiva, con una capacidad increíble de resistencia y buen humor, y con ninguna esperanza de abrazar el socialismo duro.
Queda entonces el socialismo rosa. Ya apunta hacia allá el liberalismo colombiano, segín se desprende del cruce de cartas entre dos expresidentes liberales preocupados por la suerte de su propio partido. En efecto, como no hay cuña que más apriete que la del mismo palo, el actual presidente Alvaro Uribe, disidente de las filas liberales, pareciera destinado a redactar el acta de defunción del otrora invencible y mayoritario heredero de la Izquierda. ¿Solución? Alfonso López Michelsen, que parece casi tan inmortal como Fidel Castro, entra en conversación con César Gaviria, y de su intercambio epistolar entresaco esta perla publicada por EL TIEMPO del domingo 27 de noviembre:
César Gaviria acepta reto de Alfonso López de trazar juntos una estrategia de reconquista del poder
El propósito es evitar la consolidación en Colombia de una coalición de centro derecha, liderada por el presidente Álvaro Uribe.
El jefe único del Partido Liberal respondió a una carta que le envió el ex presidente López Michelsen, el pasado 2 de noviembre, en la que el ex mandatario se ofreció para salir a la plaza pública para demostrar que el Partido Liberal se mantiene vigente y con mayorías que pueden ser decisivas en los comicios.
“Su apoyo, sus luces, y su mente ágil, poderosamente inquisitiva y liberal, le darán un impulso definitivo a esta empresa política. Como lo hemos convenido, lo invito el próximo 6 de diciembre a la casa del liberalismo para consolidar la empresa de la reconquista”, le dice Gaviria en el mensaje de respuesta.
Trazar juntos esta estrategia implica para el jefe único del Partido Liberal “acercarse a un repertorio de ideas modernas sobre la equidad, la igualdad social, la educación sexual y, por encima de todo, sobre la tolerancia con las ideas ajenas”.
No puede quejarse Zapatero: ya apareció en letras de molde la “tolerancia” y ya el partido liberal, la gran Izquierda de Colombia, por lo menos en lo que atañe a números, habló de la “educación sexual.” O sea que ya sabemos qué sigue en la agenda de ellos (no necesariamente en la del país como tal): los derechos reproductivos de la mujer, el matrimonio gay, aborto para todos, eutanasia a placer, desaparición de la religión, llegada del civismo light.
Ojo: nada de esto santifica los métodos brutales que la Derecha ha usado en más de una ocasión. Pero, aunque sea por sólo ejercicio teórico, bien cabe preguntarse: ¿funcionará en Colombia una Izquierda Rosa? Los medios de comunicación, como el mismo periódico liberal EL TIEMPO, hace rato están abonando el terreno, inyectándonos los eslógans de esa ideología con admirable disciplina. El problema es que el hambre conoce todos los colores menos el rosado. ¿Qué dirá Marx cuando lo sepa?