El sábado pasado la Cámara de Representantes del Congreso de los EEUU votó en favor de la permanencia en Iraq. El hecho es noticia en sí mismo, pero tiene incluso más interés la manera como los republicanos lograron un respaldo que no parecía sencillo.
Para el mundo entero, y para un número creciente de norteamericanos, puede estar claro que ir a Iraq fue un error. Puede estar claro también que ese error fue causado intencionalmente. Y por supuesto es obvio, cada vez más, el costo humano de esa aventura militar. En semejante contexto, la comparación con lo sucedido Vietnam es frecuente y casi obligada. Por eso tenía sentido que el demócrata John Murtha intentara ganar terreno legal en la Cámara proponiendo oficialmente el regreso de los soldados a casa. Las cosas sin embargo salieron mal al final para el partido de la oposición y en el fondo bien para Bush. ¿Por qué?
En el fondo, pienso yo, porque una retirada no es una pérdida para el presidente, sino para la nación. Pensemos en un norteamericano promedio y en su pragmática típica. Ya hay mucha inversión de dinero y de orgullo en Iraq. ¿Qué se gana con retirarse? ¿Humillar a Bush? Puede ser, pero no hay muchos estadinenses listos a pagar tan caro una reprimenda.
Esto es exactamente lo que viene diciendo Bush, y no porque él lo diga es tonto o errado: retirarse es enviar el mensaje equivocado. Los opositores no han podido encontrar una respuesta a la pregunta obvia: ¿qué ganamos retirándonos? Atención: ganar no es lo mismo que dejar de perder.
Por otra parte, no se debe extremar la comparación con Vietnam, porque hay una diferencia muy grande entre nuestro tiempo y aquel tiempo. Aquella era la época de la Guerra Fría, y por tanto, de los mensajes densos en ideas y permeados hasta el fondo de romanticismo. Hay que oír a John F. Kennedy para entender que en esos años los “grandes relatos” tenían un poder inmenso sobre las masas, fueran ellas comunistas o capitalistas. Era la época en que pertenecer a unas ideas pesaba tanto como hoy pesa tener un buen grupo de amigos o saber pasarla bien. En términos de filosofía, Vietnam está todavía en la Modernidad; Iraq es una guerra de tiempos postmodernos. La gente puede leer un blog desde el campo de batalla con similar interés a las noticias de la farándula.
En realidad, todo es ahora más cercano, por los medios de comunicación y por Internet, sobre todo, pero estar más cerca no siempre equivale a poder influir más. Los muertos inocentes que desfilan ante nuestras pantallas no sólo estaban inermes cuando sus vidas fueron segadas sino que siguen inermes ante el poder de un control remoto de televisión, o el mágico Alt-Tab de un computador, para ir a otra ventana.
Nuestras indignaciones, quiero decir: la manera de indignarnos ha cambiado. Nos hemos vuelto anecdóticos, episódicos, fugaces. Puedes reunir dos millones de personas en una protesta en Madrid sólo para luego ver al presidente del gobierno español, masón y postmoderno, decir que “todo se negocia menos la asignatura de religión.” ¡Hace 30 años eso hubiera disparado una manifestación de cinco millones! Hoy queda como anécdota, como rabieta, como amargura deletérea.
Por todo eso sé que EEUU seguirá en Iraq. Iraq se desquitará salpicando por muchos meses más nuestras pantallas.