Hace, algo más de 23 años, tuve la impresión de divisar ante mí una silueta. Seguramente Él siempre estuvo allí, pero mi percepción estaba atrofiada.
Durante largo tiempo había observado a un amigo, algunos años mayor que yo, que decía ser cristiano, y a pesar de que sabía yo muy poco sobre eso, lo que sí percibía, era que su vida destilaba un perfume poco comprensible.
¿Qué lo mueve? Me pregunté una y otra vez. Era un hombre de poca instrucción, pero, lleno de lo que más tarde comprendería, era la sabiduría. Participaba asiduamente de la Misa, ella era su secreto manantial. No tenía una participación muy activa a nivel parroquial, pero su acción era como la de un predicador laico itinerante. Mi casa esperaba ansiosamente su visita, pues con su llegada se acercaba a todos nosotros un nombre que parecía envolvernos a todos, Jesús.
Ante esa predicación, mi vista al igual que lo narrado por Juan en el capítulo 21 comenzó a divisar una silueta, tan atractiva y fascinante que despertaba en mí permanentemente admiración.
Mi amigo fue desapareciendo como San Juan Bautista, pero me había regalado la posibilidad del Encuentro con Jesús. Ojalá pueda otro, dar gracias por mí. Como yo hoy doy gracias a Dios por mi amigo.
En el Corazón de Cristo
Diác. Jorge Novoa