De lo feo y sus vecindades (6)

6. ¿Una Vida Perfecta?

Nuestra búsqueda de lo bello y lo placentero puede conducir a extremos paranoicos. Hay papás obsesionados con dar a sus hijos una educación que sea perfecta, una salud que nunca falle, un entorno donde nada pueda perturbarles. En la persecución de este ideal terminan aislando a los niños de todo lo que pueda ser feo, duro, preocupante o doloroso. Los frutos de este modo de obrar son más que cuestionables. Parece que lo feo es importante y que vivir en una burbuja rosada no funciona.

En ese punto creo que estemos todos de acuerdo. Más difícil es determinar cuál es la medida “pedagógica” de fealdad que hará bien a las mentes jóvenes.

Por otra parte, ya hemos subrayado en estas reflexiones que hay cierta propensión en los mismos jóvenes a buscar lo horrendo, lo macabro, lo cruel. Muchos de los juegos electrónicos avasallan los sentidos con pesadas cargas de dibujos, sonidos y situaciones en las que el pavor y el dolor son continuos: a veces parece que son el objetivo único del juego: matar, matar y matar.

Es posible, sin embargo, que las dos cosas vayan unidas. Es posible que un chico metido en un mundo rosa, ficticio y anodino, busque en la “virtualidad” lo que la “realidad” le está ocultando. Es como si el corazón humano supiera que la vida de todos modos es dura, y que si a uno lo tratan de esconder de esa dureza hay que reencontrarla con la misma urgencia con que uno busca piso cuando está a medio sumergir en cierta profundidad de agua.

Los papás consentidores pueden fácilmente creer que aman mucho, pues en su concepto lo que están haciendo es proteger, y esto es muy propio del amor. Sin embargo, podrían estarse engañando y su amor podría ser una expresión de egoísmo, en versión familiar. Hay que recordar, en efecto, que aunque “ego” se refiere a un único “yo,” lo cierto es que hay egoísmos compartidos, que son como pactos implícitos que cierran a una pareja, una familia o un grupo de personas sobre sus propios intereses.

Las burbujas rosadas suelen contener intereses familiares de esa clase: cosas que son muy razonables y comprensibles… cuando uno está adentro de ellas. Es el ideal de una vida “apenas con lo normal y lo necesario” pero eso normal es definido desde adentro y en función de autoperpetuarse. Así vemos que una vida con aficiones costosas, viajes frecuentes, comidas de lujo y un guardarropa atorado de novedades es algo “apenas normal” para esta clase de personas. Por lo mismo les resulta casi imposible comprender que sus hijos lleguen al extremo de cometer ciertas “locuras” como drogarse, entrar a una secta satánica o resolverse a cometer suicidio.

Yo creo que hay mucho de válido en la crítica que Levinás y otros han hecho a esa moral construida de adentro hacia fuera, incluso si ese “adentro” tiene de sí mismo la opinión de que es muy racional (y hasta muy católico). Para Levinás la moral implica el rostro de aquel a quien no he querido ver, aquel a quien suelo excluir, porque su raza, pensamiento, pobreza o etnia me lo hace odioso o incómodo.

Ser “correcto” según este modelo moral de Levinás es pasar por la aduana de lo “feo.” En el espejo narcisista del mundo rosa que he labrado para mí es fácil sentirme aprobado y aplaudido. El gran reto es mirar el rostro feo, el rostro del hermano a quien yo no quisiera ver, y descubrir ahí en cuánto es preciso crecer y cambiar todavía.