El muro de la fraternidad está hecho con piedras desiguales.
Cada Piedra tiene su historia. Las redondas provienen de los ríos.
Ellas rodaron durante muchos años en el seno de las corrientes sonoras.
Otras fueron cantos rodados, bajando por las pendientes de las montañas.
Algunas fueron extraídas expresamente de las canteras ardientes.
Todas ellas son tan diferentes por sus orígenes, historia y formas, de la misma manera
que los miembros de una comunidad, familia, pareja, vienen de diversos hogares,
latitudes, continentes, con sus historias inéditas y personalidades únicas.
Todas las piedras tuvieron que adoptar posiciones apropiadas para ajustarse a las formas, tan diferentes, de las demás piedras.
Se hizo un esfuerzo sostenido de adaptación. Muchas de ellas recibieron golpes y perdieron ángulos de personalidad para poder ajustarse mejor.
Todas se apoyan mutuamente. Unas sostienen a las otras. Las grandes reciben gran parte de la presión del muro.
Cada una respeta la forma de la otra. Para levantar el muro se necesitó de mucho amor,
porque sólo el que ama mucho es capaz de dar la vida, de esforzarse en renunciar
a lo que estorba y lastima a los demás.
No fue tarea fácil. Un muro de cal y canto se levanta con facilidad,
Suben también rápidamente las paredes construídas con piedras cuadradas
o bloques de cemento. Pero para construír un muro sólido
con piedras tan dispares, se necesitó de una ardiente paciencia
y de una esperanza inquebrantable.
A pesar de todo, si el Señor no hubiera estado con nosotros,
de nada hubiera servido el esfuerzo de los albañiles.
He aquí la historia de una fraternidad. Los que pasan por delante de nuestra edificación
se alejan repitiendo: “Esta es obra del Señor”.