Las reflexiones de hace unos días sobre la inteligencia abren también el tema de sus límites y, en particular, la locura. Surge una serie de preguntas básicas: ¿Quién define las fronteras de lo que es normal? ¿Estamos todos un poco locos o temporalmente locos? ¿Qué causa la locura? ¿Qué debe considerarse ideal al respecto: controlar a los locos, aislarlos, curarlos, lograr que convivamos sin daño mutuo?
Y luego preguntas existenciales: ¿Son felices los locos? Si ser loco es ser irracional, ¿no existe un poco de irracionalidad en el disfrute de la felicidad? ¿No se necesita acaso un poco de lo dionisíaco, lo excesivo, lo embriagante para ser feliz? ¿Qué tan morales son los actos de las personas genuinamente locas? ¿Eran locos Nerón, Calígula, Hitler o Stalin?
Luego están las preguntas del borde entre la genialidad y la locura: ¿No es todo genio un poco loco? ¿Acaso no hay algo de genialidad en la locura? Si lográramos una sociedad sin rastro de locura, ¿no sería esa una sociedad uniforme, plana y quizá fácil de domesticar y dominar? Así como la locura parece dar intensidad particular a ciertas ideas o intuiciones, ¿no podría ser el caso que da intensidad particular a emociones o afectos? ¿Existe entonces una genuina locura de amor?
Finalmente, algunas preguntas sobre grupos y circunstancias humanas: ¿Hay tipos de locura masculina y tipos de locura femenina, o toda locura es posible o igualmente probable en cualquier género? ¿Hay relación entre la locura y la raza, la clase social o el nivel de formación académica? ¿Hay épocas de la historia en que se multiplican los locos o los genios? Si es así, ¿hay alguna explicación para ello? ¿Hay vínculos creíbles entre el ejercicio del poder o el ejercicio de alguna actividad o profesión y la locura?
Y así como para nosotros son tan extraños los que llamamos locos, ¿somos así nosotros extraños para ellos o para algunos de ellos? ¿Se hacen ellos preguntas sobre nosotros?