Las reacciones bioquímicas en los cerebros de las personas profundamente enamoradas se parecen extraordinariamente a las de las personas adictas a sustancias psicoactivas o al alcohol. Hay quien dice que el amor es una droga. También los procesos de excitación y resolución de la excitación sexual tienen su propio coctel de sustancias que acarician nuestro cerebro. No es extraño conocer casos de personas que reportan disminución o desaparición del dolor cuando se sienten muy amadas o muy excitadas sexualmente.
Otra variación en este tema es la independencia. Lo malo de un adicto es que depende de una determinada sustancia. Sin embargo, depender es una de las grandes riquezas de los enamorados. No hace mucho vi por primera vez aquel clásico del cine, Espartaco. En el colmo del amor, Varinia le dice a Espartaco una de las frases más románticas de todos los tiempos: “¡Prohíbeme dejarte!” Hay tanta sumisión y deseo de depender en esa frase que si un psiquiatra la examinara demasiado tal vez pondría en tratamiento a Varinia.
No se puede amar sin depender. O tal vez sí. Se puede amar sin depender de una respuesta, pero en este caso hay que esperar mucho sufrimiento. Es lo que resalta de inmediato en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Por otra parte, depender puede ser la clave para sentirse “parte-de,” y este sentimiento, está demostrado, es fundamental, para la vida humana. Dos denominadores parecen muy comunes entre los sobrevivientes de los campos de concentración: es muy frecuente encontrar una fe religiosa, pero, aún más que eso, es un hecho que estos hombres y mujeres tenían “por quién” luchar, por quién seguir, a pesar de todo. Su manera de depender de unos hijos, de una pareja, de un hogar, les dio fuerza. Depender es vivir, o por lo menos tener una razón para vivir.
Y eso tiene mucha lógica porque de hecho vemos que cuando el individualismo se encumbra y pretendemos crear seres humanos que sólo miran por sus metas, a menudo resulta que los desenganchamos del tren de la humanidad sólo para engancharlos en la sórdida caravana de sórdidos vicios y adicciones, incluyendo en ellas el sadismo de los peores tiranos.
La conclusión podría ser que Dios no nos creó para la independencia sino para ser gozosos en depender de él, y en aprender a confiar y depender de aquellos que él nos concede amar.