18. Los Ritos de la Tierra
Landulfo quería ir ese mismo día al monasterio pero dos cosas lograron detenerlo. De ellas hablaremos más adelante.
Por ahora debemos atender al camino de estos jóvenes guiados por Elena. Cosa admirable la agilidad y resistencia de esta anciana que a primera vista parecía tan enclenque. Muy al contrario, vino a resultar que mantenía el paso a fuerte ritmo tanto subiendo como bajando y aun así era capaz de salpicar la larga caminata con anécdotas y relatos, de modo que los muchachos jadeantes y sudorosos apenas tenían resuello para seguirla y escucharla.
–Detrás de ese pico coronado de pinos hay una vista preciosa, muchachos –comentaba ella con ánimo–. Si tuviéramos tiempo, sin embargo, no los llevaría yo a ese lugar sino… ¿ven ese otro camino que parece como una serpiente café?
Nadie respondió porque apenas tenían aire para mantener el paso. Ella se respondió sola:
–Bueno, ese camino, humilde y todo como lo ven sube después por detrás de las colinas verdes que ahora tenemos ahí a la derecha. Sigue luego un bosque tupido. Quiero decir: tupido, absolutamente cerrado. Es un lugar muy peligroso. Pero no por las tonterías que anda diciendo la gente, de apariciones y hombres-lobo. ¿Ustedes han oído de eso, verdad?
De nuevo no hubo respuesta. Las frentes bañadas en sudor y los ojos pidiendo clemencia fue todo lo que pudo ver Elena. Pero no bajó el ritmo.
–De ese bosque se cuentan muchas historias pero yo digo que son pamplinas. Además, sé que esas historias de miedo las inventaron los de los Ritos de la Tierra.
–¿Qué es eso? –preguntó en un solo golpe de aire Joaquín.
–Ah, mis niños, bien se ve que ustedes muy poco han salido de Aldún. Tanto aislamiento tampoco es bueno. Les voy a contar esa historia pero, si les parece, hagamos una pausa aprovechando esta sombra. ¿O prefieren que sigamos?
Se sentaron felices, pues, en círculo alrededor de la anciana, que apenas parecía que sudara. Ella, indudablemente encantada de tener tanta audiencia, empezó su relato con gran misterio y tono profundo.
–Ese bosque tupido termina en el costado occidental de la laguna escondida. De ella sí se que han oído hablar porque fue gran acontecimiento en Aldún cuando una expedición de ustedes llegó por primera vez a ese sitio.
Mateo bajó la cabeza, en parte por vergüenza y en parte por tristeza. El recuerdo de su amiga Perla era muy fuerte todavía. Elena prosiguió:
–Yo supe de la expedición de ustedes porque es parte de mi trabajo ir una o dos veces al mes a Aldún, sobre todo para comprar especies y para ofrecer en venta algunos de los tejidos y encajes que hace Caterina. Que, no es porque sea mi hija, pero son sencillamente bellísimos. Bueno, pero sigo: la expedición que fue de Aldún hasta la laguna llegó por el costado oriental, el lado opuesto del bosque. Esto es importante decirlo porque en ese bosque, en algún lugar de ese bosque, estuvo un centro de culto de los seguidores de los Ritos de la Tierra. Este es un antiguo culto de origen pagano que se remonta a épocas inmemoriales. Algunos dicen que convivió con la época de la Grecia clásica y otros dicen que Homero mismo era de esta región y que de aquí salió para educarse en las letras y la poesía. Yo pienso que eso no se aclarará nunca. Lo cierto es que los practicantes de este culto tienen en gran estima unas piedras semitransparentes de las que dicen que sirven como canales para las fuerzas de la naturaleza. Dicen también que en las esencias de las flores y en las fuentes sagradas hay energías ocultas que pueden ser encauzadas y educadas por los seres humanos. Según ellos, las personas que aprenden esta ciencia logran “trascender” y se vuelven “iluminados” y entran en comunicación con seres maravillosos de luz. Es una doctrina seductora, que en una época atrajo mucha gente.
Mateo intervino:
–¿Y eso está mal?
–Mi Mateo querido, una cosa es la fachada y otra es la casa. La fachada de ellos es lo que te he presentado pero la realidad por dentro es otra cosa. Los practicantes de los Ritos de la Tierra hablan de Dos Caminos para alcanzar la trascendencia. Un “camino” son unos ejercicios que hacen cambiando la posición del cuerpo, uniéndose con la naturaleza y venerando la luz del sol y el aire de la mañana. Según ellos, este es el camino “leve” y es el que predican primero. Por supuesto eso no produce mayores cambios. Entonces te dicen que hay otro camino, el camino “fuerte,” que es el que te va a llevar a liberar todas las fuerzas escondidas en la naturaleza y en tu cuerpo. Ese camino “fuerte” incluye cosas como orgías y sacrificios humanos. Lo que ellos dicen es que a través de esas acciones se liberan los límites de la conciencia para que descubras que tú puedes decidir por ti mismo qué es lo bueno y qué es lo malo.
–¿Y ellos llegaron a todas esas cosas, hasta sacrificios de seres humano? –interrogó Marcela con un dejo de incredulidad.
–¡Por supuesto, Marcelita! El “Gran Mediador” de ellos, como decir su “Sumo Sacerdote,” era el encargado de preparar, dirigir y ejecutar muchos de estos ritos macabros en lo más hondo del bosque. ¡Sólo Dios sabe a cuántos inocentes engañaron o torturaron! Desde luego, ellos necesitaban que una cortina de miedo apartara a la gente de los lugares donde se reunían a hacer sus fechorías. Por eso inventaron historias como las del castillo con voces de muertos y todo lo demás.
–Es espantoso… –comentó Iván el Menor.
–Sí lo es. Pero aún no he dicho lo más importante. El papá de Landulfo fue Gran Mediador. Eso vine a aprenderlo yo de una anciana muy anciana; frente a ella yo soy una quinceañera.
Los muchachos sonrieron; se veía a las claras que Elena no contaba menos de sesenta y tantos años.
–Esta santa mujer, que solía pedir limosna en las Villas, me explicó un día por qué Aldún vino a quedar tan aislado. Los bribones de los Ritos de la Tierra necesitaban nuevas víctimas para los sacrificios, y entonces empezaron a asolar los caminos de entrada y de salida de Aldún. Pronto el terror se adueñó de los comerciantes que solían visitarnos en otras épocas. Además, no es que hicieran mucho dinero en las Villas, y por eso esta región se quedó incomunicada hasta convertirse en una “isla en tierra.”
–Nunca habría imaginado eso –aseguró Marcela.
–Es una historia que pocos conocen porque los de los Ritos sabían ser fieles en la disciplina del secreto. Pero yo sí sé que Landulfo, padre del otro Landulfo que está con mi hija, fue Gran Mediador. Era un hombre sanguinario sobre toda medida y para retratarlo sólo tengo que contarles una historia. No quiero fatigar sus oídos jóvenes con relatos cargados de crueldad. Landulfo padre predicó siempre que la hombría está en la potencia sexual y por eso embarazó a muchas mujeres, sobre todo seguidoras de ese grupo. Pero él detestaba a los niños y solía decir que cuando las mujeres se vuelven mamás ya se ablandan y ya no son capaces de practicar los Ritos hasta el fondo, de modo que predicaba abiertamente el aborto, dando toda clase de razones. Una de sus discípulas, que se llamaba Elena como yo, se negó sin embargo a abortar, y este hombre, que ya tenía más de sesenta años, finalmente reconoció que sería bueno tener un heredero varón, porque se supone que el oficio de Gran Mediador es hereditario. Pero Landulfo hijo, siendo un niño, no daba muestras del carácter violento y asesino del papá sino que tendía al estilo más comprensivo y humanitario de la mamá. Una vez, cuando el chico tenía unos quince años, el papá lo llevó a uno de los Ritos en que se supone que el oficiante debe descabezar a un gatito vivo. El chico se negó a realizar esa crueldad inútil y el papá lo amenazó delante de todos y lo insultó llamándolo “mujercita” e incluso golpeándolo con rudeza. Landulfo, que amaba los animales, resistió la afrenta y entonces el papá, viéndose burlado delante de todos, lo agarró entre las dos manos y todos pensaron que lo iba a matar, pero no fue así. Se quedó mirándolo fijamente a los ojos durante un rato que pareció eterno, como para enloquecerlo, y luego declaró que en nombre de las fuerzas de la Madre Tierra ese muchacho sería estéril para siempre ya que no había querido ser un hombre de verdad. No le hizo nada en su cuerpo, pero su mente quedó poseída de ese pensamiento y por eso él ahora juzga que es incapaz de tener familia, cosa que no debe ser cierta.
–Pero por otra parte, siente también que debe demostrar a todos que sí es hombre –anotó Mateo.
–Así es; así como tú dices. Comprenderán el terror que se adueñó de mi alma cuando yo supe todo esto y empecé a oírle a mi hija, cuando ella estaba aún en el monasterio, que quería fugarse con él. ¡Yo ya sabía qué clase de sujeto era él! Le rogué, le lloré, le supliqué a ella que no fuera a hacer eso, pero Landulfo hijo tiene algo de la mirada del papá y de su palabra que se adueña de la gente. Mi hija no está completamente en su juicio; no es dueña de sí; está atrapada a la vez por el miedo de huir y por el gusto de sentirse alabada en su vanidad con las palabras de un hombre tan fuerte, inteligente y valiente.
–Eso explica por qué Landulfo quiere conseguir el cofre –apuntó Iván el Menor–. Una vez que Caterina ha expresado un deseo, él siente que debe realizarlo porque, si no lo hace, vuelven a él las palabras y la especie de maldición que le echó el papá.
–¡Entonces manos a la obra, muchachos! ¡Vámonos de aquí, que ya estuvo bien de conversación y aún falta el trecho más empinado!