Novena Carta a Kejaritomene

Queridos Amigos de Kejaritomene,

Dos noticias se unen a nuestro corazón en estos momentos. La precaria salud del Papa y el eco de la Pascua que celebramos. Como creyentes, no somos ajenos al caminar del Pueblo de Dios y por eso hemos aprendido de San Pablo a alegrarnos con los que se alegran y entristecernos con los que están tristes. Por lo demás, estas dos noticias parece que estuvieran próximas a fundirse la una en la otra, porque estamos seguros de que la muerte de Juan Pablo II, que sucederá cuando Dios lo quiera, será también la pascua de uno de los hombres más grandes de los últimos tiempos.

En la ciudad de La Paz, hace unos años escuché un bello testimonio de quien entonces coordinaba la Renovación Carismática en esa ciudad de Bolivia. Vladimir, que tal es su nombre, me contó cómo había sido su conversión. En la adolescencia había perdido la fe y todo el vigor de su juventud lo había entregado a la causa comunista. Su biblia eran los escritos de Marx y de Lenin; para la Iglesia Católica sólo tenía palabras de desprecio o de ira, porque sólo veía en Ella una aliada de los explotadores de los pobres.

Así las cosas, aconteció que el Papa iba a visitar a Bolivia y para un cierto día se esperaba que recorriera numerosas calles de la ciudad de La Paz saludando y bendiciendo a la gente. Vladimir, por supuesto, no deseaba asistir a lo que él consideraba un grotesco espectáculo y un exhibicionismo repugnante. Buscó pues entre sus amistades quién le acompañara durante las horas del desfile papal, por ejemplo yendo al único cine que ofrecía alguna función para esa hora. Vino a resultar que nadie quería ir a cine porque prácticamente todos querían ver a Juan Pablo II. De mala gana, pues, se puso de acuerdo con un par de amigas para ver pasar al Papa.

Él no sabía qué sorpresa le tenía Dios. Vio al papamóvil a lo lejos, y las aclamaciones del pueblo sencillo: ese mismo pueblo que él quería defender. El papamóvil se acercó lentamente y Vladimir se encontró de pronto con la mirada y la bendición del Papa. No sabe cómo explicar lo que le sucedió. A medida que el auto seguía su curso se iban también todas las dudas de su mente y sólo la certeza de que existe un Dios se afianzó en su cabeza y en su corazón. Pronto las lágrimas vinieron a sellar un nuevo nacimiento: este hombre nunca volvió a ser el mismo. Unos instantes, una mirada habían rebatido sin palabras a las miles de palabras que pretenden negar todo lo que testificaron los apóstoles y los mártires. Vladimir llegó así a entregar su corazón al Señor y se volvió entusiasta predicador y servidor de la Renovación.

Amigos, la fe es un don precioso. Un regalo que nunca terminaremos de agradecer. Recibir ese regalo es también una responsabilidad. ¡Sería un pecado esconder el alimento en tiempos de hambruna! La buena noticia, la noticia del amor de Dios que nos ha llamado a la conversión y que nos recibe con el abrazo de su amor se expande por sí sola a través de nuestras palabras, nuestra sonrisa, la manera como acogemos, servimos, perdonamos y amamos.

Por eso hay una continuidad entre recibir la fe y testimoniar la fe. Las mismas mujeres que se encontraron con el Resucitado tuvieron que hablar de Él; era algo que no podían callar.

Como miembros de la Orden de Predicadores vivimos ese mismo encargo maravilloso, y lo llevamos a cabo en nuestras familias, lugares de trabajo y de estudio, con nuestros vecinos y amigos, y también con el anuncio directo, como pronto sucederá en el Grupo de Oración de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Desde el gozo de la Pascua, y desde la admiración profunda por gigantes de la fe como Juan Pablo II, les envío con cariño mi amistad y mi oración. Espero que pronto podamos vernos en una teleconferencia. Hasta entonces y que el Señor renueve más y más su Espíritu Santo en nosotros. María Santísima, Estrella de la Evangelización, nos asistirá con su gracia.

Afectuoso,

Fr. Nelson Medina, O.P.