La experiencia de llevar a los pies de la Virgen tantas intenciones de tantas personas me ha hecho ver el sacerdocio de una manera un poco distinta. Me parece entender que en el caso de los sacerdotes es deber nuestro ser uno y ser muchos. Dicho de manera prosaica: ser sacerdote es entre otras cosas ser lo que en Colombia llamamos un “mandadero,” el niño de los recados y razones. Dicho de manera poética: Yo no puedo imaginar mi felicidad al margen de las desdichas o esperanzas de mis hermanos. Es algo así como: “No deseo solamente entrar yo al cielo sino que quiero entrar muy acompañado.”
La Virgen obra de manera sutil y muy eficaz e los Santuarios, acercando a los fieles hacia sus pastores. La culminación natural de una peregrinación es la Eucaristía; la preparación para la Eucaristía hace que muchísima gente se confiese; más de una pareja que no se ha casado por la Iglesia lo reconsidera en una peregrinación. El camino es claro: la manifestación de la gracia (María) atrae irresistiblemente hacia las fuentes privilegiadas de la gracia (los sacramentos). En el centro de esa fuerza maravillosa de amor, el sacerdote queda envuelto y penetrado por una acción que es humana y divina a la vez.