A mediados del siglo XX no cabían las postulantes en las casas de formación de las comunidades religiosas en Irlanda. ¿Qué se hicieron todas esas mujeres? O mejor: ¿dónde están las vocaciones hoy? Creo que he encontrado una respuesta.
Suele decirse que las vocaciones, un poco en todas partes, “se acabaron” y las razones que se aluden son de orden sociológico: (1) las grietas en la institución familiar, (2) la liberación femenina y (3) un ambiente social más hedonista, inmediatista y consumista.
Según esto, poco o nada pueden hacer las comunidades religiosas para mejorar su situación porque cambiar la estructura de la sociedad demanda recursos y tiempo que superan el breve espacio de nuestros esfuerzos y de nuestros días.
Ahora bien, esa explicación parece insuficiente para aclarar por qué se dan excepciones, que pueden ser notables. Por ejemplo, mientras que muchas Comunidades languidecen en los EEUU, las Dominicas de Nashville tienen que ampliar sus casas y buscar lugar para sus nuevas vocaciones. Otro tanto puede decirse de las Hermanas fundadas por la Madre Angélica, la de EWTN. ¿Qué pasa en esos casos? ¿Se suspende la sociología?
Alguien dirá que la excepción confirma la regla. Otro dirá que es estadísticamente comprobado que toda sociedad pluralista es caldo de cultivo para minorías extremistas y que una forma de extremismo es la opción ultraconservadora. Así parece explicarse racionalmente que en medio de un desierto vocacional florezcan algunas excepciones a la norma.
Pero yo creo que hay otra explicación.
Yo creo que hay en el corazón humano, y especialmente en el corazón femenino, una capacidad de generosidad muy grande, y esa capacidad está ahí para ser canalizada por algún proyecto “grande.” La grandeza de ese proyecto no está necesariamente ligada con la religión sino con la relación que ofrezca entre las renuncias y los objetivos.
Con esto quiero decir, por ejemplo, que aquella ejecutiva que gasta sus años más fecundos (reproductivamente hablando) en alcanzar metas académicas y administrativas cada vez más altas quizá no está pensando tanto en hacer mucho dinero o en lograr mucho poder sino que está, sobre todo, dando de sí misma y disfrutando el hecho de tener un lugar, un camino para entregarlo todo. ¿Quieres el nombre de la “religiosa” más representativa de lo que estoy diciendo? Condolezza Rice.
Lo que ha cambiado no es tanto la familia (que si muchos o pocos hijos) o la sexualidad (que si mucho o poco placer) o la autonomía (que si mucho o poco dinero o poder). Esas atracciones o tentaciones, según se mire, han estado siempre ahí. Lo nuevo es que las Comunidades Religiosas han tenido dificultades particulares en “vender” su modelo de articulación entre renuncias y objetivos.
La vida de una ejecutiva soltera típica está llena de renuncias, penitencias y otras cosas próximas a los “votos.” Ninguna mujer de verdadero éxito es amante de la promiscuidad, la rebeldía o el despilfarro. Las mujeres de éxito siguen siendo como siempre han sido: mesuradas en su manera de dar o recibir afecto, sexo, dinero, poder y tiempo. Una mujer así no sabe ni quiere ser otra cosa que una gran mujer, sólo que en el caso presente ha encontrado que los retos que le impone una gran empresa o un lugar de responsabilidad en el gobierno la obligan maravillosamente a darse por entero. Por lo mismo, cuando ve los resultados de su gestión y ve la vida que ello aporta, se siente feliz.
Ninguna mujer soltera o sola de verdadero éxito se dejará encadenar a ningún vicio ni querrá depender de ningún placer particular. He conversado y conocido mujeres de muy alto rango ejecutivo, empresarial y de poder, y he visto que lo que menos les interesa es que algo o alguien interfiera con sus metas. Y así, aunque es verdad que hay mucho “desorden” en las oficinas, la realidad es que quienes quieren lograr sus objetivos en la vida actúan más como religiosas que se dominan que como “liberadas” que se esclavizan de otras personas o de ciertas sensaciones o lugares.
Es decir que muchas de las vocaciones están ahí, y están “consagradas,” sólo que su fervor no va a que Jesús sea más conocido y mejor servido sino a que la empresa logre sus metas en los plazos propuestos.
La generosidad está y estará siempre; lo que hacen falta son caminos para mostrarle a esa generosidad cuál es la diferencia entre los dioses de este mundo y el Dios de todo el mundo. Al parecer, Comunidades como la de Nashville o como la de la Madre Angélica han logrado mostrarlo, y su resultado es lo que podíamos esperar: abundante cosecha vocacional.