Casi Perfecto
Así como uno tiene grandes ideales también tiene pequeños caprichos. Recuerdo que le preguntaban una vez a una astronauta, recién llegada de vuelta a la tierra después de estar unos días o semanas en la Estación Espacial Internacional (ISS, por su sigla en inglés): “¿Qué desea ahora que de nuevo toca este planeta?” Uno podía imaginar respuestas desde lo sublime hasta lo trascendental, pero ella, una norteamericana típica, dijo: “¡Me encantaría tomar alguna bebida con gas!” En efecto: tales bebidas simplemente son imposibles en los ambientes limitados y supercontrolados del espacio orbital.
Todos, creo yo, tenemos un poco de ambas cosas: de lo trascendente y de lo trivial. Nadie puede vivir en cavilaciones hondas todo el día y toda la noche. Pende sobre nosotros la espada de la muerte pero no por ello nos privamos de sonreír, echar un buen chiste o disfrutar una buena cena en compañía de los amigos. Me dicen que Lutero dijo una vez: “Aunque supiera que el Señor va a volver esta misma tarde, todavía hoy yo sembraría un árbol.” Puede interpretarse como la labor del pastor que no cede en su celo o puede ser simplemente una señal de que nuestra capacidad de ver el infinito también tiene que darse sus vacaciones y entonces conviene recordar el perfume de una flor o la alegría de sentir un abrazo verdadero.
Es curiosa esa paradoja, esa tensión que nos vincula a lo eterno sin despegarnos de lo transitorio. Sócrates a punto de morir se preocupa de un gallo que estaba entres sus deudas. De nuevo: ¿exceso de honradez o necesidad de atender también al detalle? Nadie puede estar todo el tiempo en el horizonte; hay que saber bajar la mirada y sonreír con la forma de alguna nube o el crujir de alguna hoja.
No soy la excepción. También mi vida está marcada por mil detalles. Quiero la eternidad con Jesucristo pero también quisiera que en Irlanda la gente supiera preparar mejor el arroz. Temo por la condenación de tanta gente peor también temo que me dé un dolor de muelas en mitad de la noche. Suspiro por la conversión de millones de personas pero suspiro también imaginando que pudiera hacer lo que más me gusta: dar algunas clases aquí a gente que estuviera interesada en estudiar y aprender. Quiero la fraternidad de todos en Cristo pero también quisiera a veces sentir más cerca de gente que me pudiera dar de su tiempo y de su abrazo.
Con todo, si hago balances, mi vida es casi perfecta como está. Orar sin dramatismos ni poses; predicar sin estruendo y sí con todo el amor que puedo; pasar más bien desapercibido pero vivir la aventura delicioso de construir amistad; avanzar en una investigación seria, sin presiones, y tener tiempo para reflexionar y sobre todo para soñar. Sí: hay que hablar de los sueños.