La Llamada
Cuando uno siente que tiene una palabra que decir pero desconfía de quienes pretenden hacerse oír, porque ello es como cambiar el objeto que uno quería conocer, ¿qué opción le queda? Sólo una: esperar una llamada. Mi vida entera ha sido y cada vez es más eso: esperar una llamada. No es que una vocación haya sucedido en mi vida sino que mi vida entera es vocación. El último llamado que quisiera oír es el de Jesús: “Ven, bendito de mi Padre; ven a heredar el reino preparado para ti desde la fundación del mundo.” (cf. Mt 25,34). No espero menos que eso; no sería cristiano si esperara menos que eso.
Pero mientras llega ese último llamado uno vive muchas veces la experiencia de no importar, no significar, “no pintar nada,” como dicen graciosamente los españoles. Es el ejercicio de morir, cosa que no sucede con la última agonía sino que va sabiamente distribuido a lo largo de los días y las noches. Vamos viviendo y vamos muriendo; vamos llegando y nos vamos yendo; saludamos ya casi en despedida mientras la noche se nos viene encima. ¿Qué queda? Queda la verdad, como ya se dijo, pero sobre todo queda el amor. Tal vez la única sonrisa sensata en el rostro de un agonizante es el recuerdo del amor dado y del amor acogido.
La vida entonces es un ejercicio de amar con sensatez, con luz, con tino, con alegría y, si se quiere, con elegancia.
Para mí, es también el ejercicio de saberme llamado sin tener nunca del todo claro para qué o en compañía de quiénes. La gente se imagina que decir “soy sacerdote” o “doy clases en tal universidad” ya lo resuelve todo. Ninguna respuesta agota la hondura de la pregunta por excelencia: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16,26)
La vida es un “mientras tanto.” Cada día es una manera distinta de decir “por ahora.” Cada estación, cada oficio, cada lugar y cada rostro son mitad respuesta: “¡Para esto vine al mundo!” y mitad pregunta: “¿Para esto vine al mundo?” Y entre preguntas y respuestas, uno siempre quiere algo más y siempre calla un poco lo que tiene e ignora un poco de lo que carece. Es el misterio del tiempo que nos sostiene mientras nos consume.