Dulzura de la Verdad
Hay muchas maneras de comprender porque hay muchas cosas para ser comprendidas. Y eso: poder entender y comprender, es una de las experiencias más bellas, dulces y liberadoras que yo pueda contar. Encontrar algo verdadero es siempre encontrar algo más fuerte que la muerte.
Esto lo aprendí primero en los teoremas de las matemáticas. La elegancia de una buena demostración no termina cuando termina la vida de quien la inventó (¿o descubrió?). Decir algo verdadero es quizá la manera más bella de decir algo eterno.
Por eso he llegado a identificarme con lo que dice el autor del libro de la Sabiduría refiriéndose a su amor por ella, que da título a su obra: “La amé más que a la salud y a la belleza; la preferí a la luz del día, porque su brillo no se apaga” (Sab 7,10).
También fue eso lo que más me atrajo de Santo Domingo de Guzmán, el fundador de nuestra Orden, junto con su familiaridad hacia la Virgen María. De él me fascinó que su obra fuera sustancialmente hablar. A mucha gente esto le parece un punto débil. Se supone que el Evangelio se muestra con obras y que las obras que proclaman el amor son ante todo las obras de misericordia. Santo Domingo, sin embargo, no fundó orfanatos ni ancianatos, ni hizo hospitales ni refugios para desplazados. ¿Qué clase de evangelización es esa que “se queda” en palabras?
Pues esa es la maravilla: que la verdadera palabra, que siempre es la palabra de verdad, no “se queda.” La palabra de verdad, la que va cargada de sabiduría y preñada de luz orada el corazón y puede traspasarlo, como hizo Pedro en su predicación de Pentecostés (Hch 2,37).
Fue así como la muerte me llevó a buscar la verdad y el amor a la verdad me hizo predicador, tras las huellas de Santo Domingo.