Una misión, una tarea
La conciencia del tiempo limitado conduce a la conciencia de una misión. Si estoy aquí es para algo. Siempre me impresionó aquello del libro Eclesiástico: “Hay otros a los que ya nadie recuerda, que terminaron cuando terminó su vida, que existieron como si no hubieran existido, y después pasó lo mismo con sus hijos.” (Sir 44,9).
Eso de “terminar cuando termina la vida” y de “haber pasado como si no se hubiera vivido” es la mejor descripción narrativa del absurdo que yo conozco. Cuando uno se rebela contra eso tiene que hacerse una pregunta: “¿Para qué?” Esa pregunta conduce a una misión, una tarea.
Me ha llamado la atención que muchas personas no parecen angustiarse por estas cosas. Sus vidas parecen hechas de carrileras claramente demarcadas y en cada punto del camino ya parece que supieran cuál es la estación que sigue: primero el colegio, luego la universidad, luego un trabajo, luego unos ahorros, luego una buena pensión, luego una vida descansada con largos ratos frente al televisor. Por último, una enfermedad, ojalá breve, y todo acaba. La gente lo vive casi sin planteárselo. Todas las respuestas están a la mano así que, ¿para qué hacerse preguntas?
Quizá este tren de la vida vivida es aún más fácil cuando las personas asumen pronto la tarea noble y difícil de la crianza de unos hijos. Creo que nadie sabe cuánto admiro y quiero yo a los que son papás de corazón, porque me parece que hacen un bien inmenso y perdurable. La contrapartida de ese bien, sin embargo, es que fácilmente avanzan de una a otra “estación” de vida sin muchas preguntas. Solamente van resolviendo lo de cada etapa, de manera que cuando los interrogantes más hondos surgen la pobre gente está agobiada de problemas más inmediatos y perfectamente válidos, desde las enfermedades inesperadas de los críos hasta los agobios para pagar las cuotas en la universidad de los muchachos.
No fue así en mi caso. Por razones que sólo poco a poco terminaré de descubrir algún día, sucede que no recuerdo haberme sentido llamado a hacer un hogar. Eso descarga de muchos problemas que tiene el común de los mortales pero no deja sin problemas. Más bien agudiza la pregunta, la gran pregunta del “¿para qué?” La conciencia se siente aguijoneada por tal interrogante que pende silencioso y solemne todos los días y todas las noches. Por ello mismo, la mirada se acostumbra a ver el mundo en busca de señales que den traza de respuesta. Uno se hace a la idea de que tiene que leer de la mañana a la noche, no libros o no sólo libros, sino la vida. Hay un tesoro escondido y hay que encontrarlo.