Hay en Dublín una pareja: una colombiana casada con un europeo. Vamos a llamarlos Elena y Peter.
El hombre sabe hablar muy bien el español aunque se le escapan algunas sutilezas (apenas natural). Pues bien, doña Elena ha aprendido a aprovechar esas sutilezas del lenguaje para llevar con mano delicada pero muy firme el rumbo del naciente hogar.
Y es que cada vez me convenzo más de la verdad que hay en lo que una vez me decía una señora: “Sabiduría de la mujer en el hogar es lograr que el hombre crea que manda en la casa.”
El hecho es que Peter es (o era?) protestante, de raíz evangélica. Elena no ha entrado en discusiones de Biblia ni de imágenes ni si la Virgen fue virgen. Ella se limita a tratar con amor a su esposo y a ir llevando las cosas con sabiduría femenina.
Ejemplos. Elena desarma prejuicios. Yo soy sacerdote católico y Peter es un evangélico. Elena facilita que Peter y yo nos volvamos amigos. Y lo está logrando. Ella sabe que quiere un hogar plenamente católico y sabe que la tradición religiosa de Peter no es muy fuerte pero no presiona las cosas. Un día me dice: “Mi mamá quería que nos dieras una bendición especial, ahora que salimos para este viaje.” Peter se siente feliz de recibir la bendición del padre. Otras veces habla a nombre de él: “Peter me había dicho que…” Insensiblemente Peter se va sintiendo más tranquilo y cómodo como católico. Dudo mucho que ningún predicador elocuente lograría tanto de él en tan poco tiempo.