Noticias de devastadora tristeza nos llegan desde Indonesia. Olas gigantes, rugido del mar, miles de muertos. Son muchos los países afectados, no sólo por el impacto inmediato sino porque esta es época de turismo y miles de europeos viajan a esa parte del mundo huyendo del frío o buscando algo de aventura.
No puedo evitar una reflexión sobre el paraísmo y el infierno. Los paquetes turísticos de la zona quieren presentar a Tailandia, por ejemplo, como una especie de resumen de todos los deleites. La zona, da pena decirlo, es famosa también por el llamado “turismo sexual” que es alimentado por miles de euros y dólares. Niños y niñas están envueltos en espirales de degradación para satisfacer a quienes tienen dinero y poder. Yo no pienso en Dios castigando pero sí pienso que trae salud contemplar la fragilidad de lo que podemos pensar que es el paraíso en la tierra. Ya se sabe que la sensatez frena excesos.
Ruego a Dios que tenga misericordia de tantos que fallecieron. ¿Estaban preparados? Ruego a Dios por sus parientes, que en muchas casos no tendrán ni siquiera el consuelo de enterrar a sus difuntos. Ruego a Dios para que entre todos multipliquemos gestos reales de solidaridad y apoyo a toda una parte del mundo que ya no podrá ser igual. Y ruego que todos reestructuremos nuestra escala de valores porque esa puerta, la última, la de la muerte, a todos nos aguarda.