Veinte días en Bolivia y Paraguay han significado una oportunidad de servicio en la fe a muchos hermanos pero también un balcón hacia una realidad nueva en su mayor parte para mí. Mercosur ha pasado de ser una palabra lejana a una clave de entrada a una realidad rica, compleja y dinámica que involucra miles y miles de kilómetros cuadrados y sobre todo millones de personas.
Carezco de elementos suficientes para evaluar tanta novedad. Culturas indígenas antiguas, migraciones sin precedentes, entrada de inversiones del lejano Oriente, avance de la izquierda política, crecimiento exponencial de las telecomunicaciones, temor y orgullos patrios frente al dólar omnipresente… son demasiados cambios, que sin embargo suceden como el fluir de un río inmenso que podría despistarnos en la serenidad de su caudal gigantesco.
Es muy difícil saber qué se está gestando al extremo sur del continente americano. ¿Una alternativa frente al imperio estadounidense? ¿Un interlocutor respetable en la mesa de los grandes, donde se sientan la Unión Europea, o el Tigre Asiático? Tal vez sería exagerar. Lo que sí parece cierto es que cualquier posibilidad de desarrollo real en América del Sur pasa por la palabra “mercado común” y por el tema de los proyectos comunes. Aunque no veamos quizá las consecuencias de lo que ya está en marcha, es fascinante descubrir cómo es inmenso este mundo con todos sus mundos adentro.