De los gozos humanos que Dios me ha concedido en este viaje es el reencuentro con amistades muy queridas. ¡Qué bueno ver al P. José Luis, apenas un poquingo mayor de como lo dejé!; al P. Daniel, cofundador de La Mansión; al P. Rogelio, con su estilo único de guiar las asambleas; a Dalcy, Gladys, Leo, Bety y tantos otros colaboradores laicos que con una generosidad admirable se han entregado a servir la causa del Evangelio.
También de la ciudad de La Paz han venido rostros familiares, entre los que cuento a mi querido Vladimir, compañero de lucha y de evangelización valiente por aquellos años en que también pude conocer el Titicaca.
¡Bendito Dios por todos y por todas!