Cuando se llegó el punto en que hasta Daniel Samper podía explicar al universo por qué Kerry debía ganar, ese día entendimos que Kerry podía perder. Vino a resultar que demasiada gente, de demasiados lugares y tendencias, estaba subiéndose al bote demócrata. Terminaron por hundirlo. Propongo que a Kerry le hicieron más daño los amigos que los enemigos.
Es interesante hacer una comparación con lo sucedido con la Izquierda en España, que acaba de pasar por su propio proceso electoral. Rodríguez Zapatero llegó al poder en medio de la convulsión causada por los atentados del 11 de marzo y soportado por una turba variopinta de colectivos y pequeños partidos que tenían clara una cosa, sobre todo: No queremos a Aznar en La Moncloa. Esa multitud de amigos llevó finalmente a la victoria al candidato del PSOE. La pregunta obvia es por qué lo que ayudó en un caso parece no haber sido igualmente útil en el otro.
Europa ve como virtud lo que América del Norte ve como defecto. En Europa se llama “prudencia;” en América, “indecisión.” Lo que a este lado del Atlántico se ve como “aconfesionalidad” al otro lado suena a “ateísmo.” La “tolerancia” de aquí es la “falta de liderazgo” de allá. La acusación de “fundamentalismo religioso” que resuena cada triquitraque por acá sencillamente no alcanza eco en el país que reserva un día para “dar gracias” a Dios, en una tradición que viene desde los “pilgrims” y los “founding forebears.” En fin, lo que en Europa es “ser un iluso” en América es “tener una ilusión,” y lo que aquí se dice como “Bush, el mediocre de inteligencia” allá suena como “Bush, uno que habla a nuestro nivel.”
En efecto, ser brillante es una pre-condición en muchas partes del mundo pero no es un requerimiento en la política norteamericana. Y la razón es sencilla: el sistema democrático de los Estados Unidos privilegia el ideal que dio origen a ese país: gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias. Detrás de Superman está Clark Kent y todas las historias del “self-made man” son parábolas de un evangelio que repite el mismo mensaje: “tú no eres tu pasado; tú no eres tu presente; tú eres lo que decidas ser; tú eres tu futuro.” Según ese sacrosanto mensaje, burlarse del presidente por sus errores de pronunciación, su juventud díscola o la pobreza de sus resultados académicos, es un ejercicio que no necesariamente quita votos.
Kerry, en cambio, mostró como fortaleza dos cosas: su deseo de ser presidente y su capacidad de unirse a todo el que quisiera desalojar a Bush de la Casa Blanca. Lo primero no es pecado en EEUU; lo segundo, en cambio, no atrae lo suficiente a los posibles electores. Ningún norteamericano se siente realmente confortable sabiendo que no está eligiendo ser gobernado por Kerry sino más bien no ser gobernado por Bush. La figura del líder es algo demasiado fuerte en el alma estadinense, desde Rambo hasta John F. Kennedy. Y tener que votar en contra del líder (más que a favor de un nuevo líder) es sencillamente una espina en su alma y su orgullo. Es algo antinatural, que sólo se haría en casos extremos.
Y lo extremo no llegó, a pesar de las mentiras y fracasos en Iraq, a pesar de la deuda pública más alta de todos los tiempos, a pesar del peso de la opinión pública mundial que mayoritariamente se subió al bote de Kerry.
Iraq no fue el extremo por muchas razones y una de ellas es que Kerry no podía ni podría dar a esa historia triste un final feliz. Todas sus razones se dirigieron al pasado: “yo no hubiera hecho…”, cosa que es inútil en el país que vive del futuro y para el futuro. Y en cuanto a ese futuro Kerry no tenía nada sustancialmente nuevo que decir.
La deuda no fue el extremo porque el capitalismo tiene muchos modos de dar vueltas a los números. Hoy nadie se hace rico sin endeudarse. De cierto modo, endeudarse es apostar… al futuro (de nuevo). Ningún norteamericano envidiaría a un vecino con una maleta de dólares en la sala. Si se logra, pues, mostrar que en el largo plazo Iraq es una especie de inversión, los rumores y protestas pierden fuerza.
¿Y lo de la opinión pública mundial? yo creo que finalmente fue sobrepeso para el bote demócrata. Los Estados Unidos se miran a sí mismos con la lógica de una casa que no quiere interferencias. Tantos franceses, españoles y hasta colombianos diciendo a coro: “¡Corre, Kerry, corre!” acabaron por poner nerviosos a los republicanos, que entonces votaron con juicio por su candidato. ¡Cosas de las democracias modernas!