En épocas de choques de valores, el ser humano recurre a las imágenes frente al discurso, por eso hoy los argumentos son pura imagen y el discurso apenas una sucesión de ilustraciones.
Así se expresa Marc Augé, etnólogo africanista. Suya también es esta otra expresión que resuena como voz de profeta:
Sólo queda la adoración a las grandes empresas que dominan el planeta. Berlusconi es el líder nacional que sintoniza con esa nueva religión universal y sentencia: “Dirigiré el país como una gran empresa: Italia SA”.
Por cierto, Augé no es el tipo de pensador con el que yo me identificaría mejor. En particular me parece cuestionable su noción esencialmente frívola del amor humano; pero eso sería tema de otra nota.
He apuntado este par de críticas del africanista porque considero que diagnostican problemas de hondo calado: el olvido de la palabra, que parece ahogarse en una riada de imágenes, y la trivialización de la existencia, convertida finalmente en objeto y sujeto del consumo. Las dos cosas pueden sintetizarse en una pregunta: ¿va nuestra sociedad occidental a algo más que empaques y empaques de empaques?
Lo que sí parece claro es que los remedios no pueden buscarse en otra parte sino en la misma palabra. Oír humaniza. Escribir libera. Una reflexión juiciosa doblega barrotes. Las canciones nuevas salen de los silencios nuevos.
Del fárrago de empaques no saldremos ni fácil ni rápidamente porque ya nosotros mismos estamos empacados de algún modo. Se nos enseña cómo ser para vender. La chica vende una imagen que enamore; el joven ejecutivo vende una imagen de genio financiero o de líder eficaz. Nos enseñan a vendernos y para vendernos nos enseñan a empacarnos.
Pero hay un camino que queda: la palabra. Hablar. Oír. Pero sobre todo: preguntar; volver a preguntar; aprender a preguntar. Jeremías lo reclama en algún lugar de su obra: “¡Preguntad a los caminos! Decid: ¿es este el camino?” Un contemporáneo de Hitler cuenta que el Fürer parecía tenerlo todo siempre claro: había perdido la capacidad de preguntar y con ella, la de aprender.
Volver a preguntar: abrir el empaque, dejar desnuda a la nada. No darle un vestido al vacío. No disculpar la oscuridad ni dar un solo aplauso más al absurdo. Son tareas tremendamente humildes y duras pero vigorosas y liberadoras.