Un tema interesante pero de cuidadoso manejo, cuando uno vive en un país angloparlante, es la relación con España y lo hispano. Aunque Trafalgar esté siglos atrás y aunque Madrid este a kilómetros en la distancia, mi impresión es que en el subsuelo de la Europa que hoy cobija a estas dos culturas algunas tensiones y diferencias culturales persisten impertérritas . Probablemente para bien, porque sin duda las tensiones son fuerza de crecimiento y de vida y son también invitaciones a la reflexión.
De tantas cosas que se podrían comentar a este respecto, quiero referirme primero a una: el lenguaje. Es un hecho que la lengua de Cervantes goza de una abundancia de adjetivos, incisos y circunvoluciones perifrásticas que no son comunes en el inglés. España, y quienes de ella hemos aprendido a hablar, gusta de decir las cosas tres veces, según he oído ya comentar en varias partes. El discurso en español va repitiendo porque cada cosa primero se dice que se va a decir, luego se dice, y luego se recuerda que ya se dijo. Otras lenguas, y en especial el alemán y el inglés, siguen otros criterios mucho más económicos y “planos.” Por el contrario, tanto el italiano como el griego moderno tienen fama de hacer migas con el estilo parlanchín ibero.
Uno se pregunta si lo mediterráneo tiene que ver con esto. ¿O será la influencia del latín o de los romanos? Yo carezco de datos y conocimiento para resolver tales dudas pero creo que un factor está presente de todos modos: la necesidad del énfasis.
Puesto en términos un poquito abstractos, lo que está en juego aquí es: ¿cómo hacemos saber a nuestros oyentes/lectores que algún punto de nuestro discurso/escrito es especialmente importante? La repetición es un modo de hacerlo: cuanto más resuenen unas mismas palabras más se puede esperar que calen. Pero hay otros modos. El tono de las palabras puede volverse más poético y solemne, o ir acompañado de alusiones, reflexiones o citas que son reconocidas como “autoridad.” Este segundo método lo veo yo con alguna frecuencia en escritos en francés: más que repetir, que se vería como cosa de mal gusto, los franceses introducen con elegancia una cita o una construcción ingeniosa o bella, quizá matizada de ironía, que pretende que nuestra atención se fije en lo que el autor quiere comunicarnos. Sin embargo, y volviendo al inglés, no he visto yo que este sea un recurso especialmente preferido.
¿Qué usan los angloparlantes para lograr que el oyente/lector preste más atención a una parte del mensaje que se le ofrece? Mi respuesta sería: aumentan la relevancia. Un ejemplo puede servir más que muchas explicaciones.
Supongamos que vamos a hablar sobre la manera como fue construido un barco. Y decimos:
En la cubierta principal se han dispuesto las instalaciones en que se desarrolla la mayor parte de la actividad social durante el viaje. Mirando desde la proa (la parte frontal de la nave) usted encuentra la puerta que da acceso al restaurante, en primer lugar, y luego, al salón de reuniones. Para el caso improbable de una emergencia, tenga en cuenta que todas las puertas de estos dos salones abren hacia afuera y comunican directamente con los corredores “B” y “C”, que conducen a los botes salvavidas. En estos mismos corredores hay suficientes chalecos inflables para el doble del número máximo de pasajeros que puede llevar nuestro crucero. Desde la escalera central del restaurante (…)
El tono, como se ve, es siempre informativo. Nada se repite ni se pondera. No entran matices más allá de lo indispensable (una emergencia, por ejemplo, es “improbable”). La relevancia viene garantizada por el hecho de que la gente lucha por su vida. Por consiguiente, quien lea o escuche este mensaje dará atención a lo que le indique cómo sobrevivir.
Puede pensarse que este estilo de comunicación sólo sirve para informar sobre catástrofes eventuales o métodos de supervivencia. No es así. Demos otro ejemplo, esta vez tomado de la filosofía. Estoy pensano en Alasdair MacIntyre. Cuando McIntyre publicó After Virtue, su obra vino a reabrir viejas polémicas en el mundo de la ética teórica. Recibió montañas de críticas, algunas verdaderamente ácidas. Sería muy extenso entrar aquí en detalles. Lo que quiero destacar es el modo de reacción de MacIntyre frente a sus oponentes. En una edición revisada y aumentada de su libro este autor cita prolija y textualmente a uno de sus críticos más acérrimos otorgándole generoso espacio. Después de párrafos y párrafos de su oponente, MacIntyre se da el turno para escribir algo como: “Mi adversario presenta una buena argumentación para un problema que yo no he tratado.” Y dicho eso, pasa a aclarar dos o tres cosas más. Tiene algo de la ironía francesa pero es distinto: al quitar toda relevancia de contexto a lo dicho por la otra persona la discusión tiene ya un ganador.
Y es que finalmente de eso es de lo que se trata con el lenguaje. Si hay algo en lo que creo que se parecen –paradójicamente– angloparlantes e hispanoparlantes es en la convicción implícita de que hablar es persuadir. Uno habla para que suceda algo y por eso necesita enfatizar. Como se ve, cada pueblo y cada cultura lo hacen a su modo.