¡Que viva la Liberación!
“Para ser libres nos liberó Cristo,” afirma Pablo en su Carta a los Gálatas. La liberación no es un tema accesorio en el conjunto de la Biblia. No considero que pueda equipararse en su fuerza evocadora a una redención sólo “interior.” No equivale tampoco a una transformación social. No es lo mismo que un programa de gobierno, una filosofía sobre el hombre o un modo de construir la sociedad. No es, en fin, algo que pueda reducirse a la vida presente pero tampoco es un escape hacia el más allá o un pretexto para descuidar las tareas del hoy.
El aporte nuevo, pienso yo, es este: Cristo está “ya” presente en el pobre, por voluntad suya y no del pobre o de nosotros (sea que nos miremos como creyentes o como teólogos). Desde esa presencia escondida pero realísima, nos enseña a leer la historia en clave de salvación y conserva viva la tensión propia de las bienaventuranzas como corazón del Evangelio y de la Revelación entera.
A la vez, este Cristo, que desde allí es Señor, está de algún modo puesto en nuestras manos y confiado a nuestro cuidado, de modo que nos va guiando en la lectura de la Palabra pero a la vez va retratando en su rostro, que es el de sus pequeñitos, las consecuencias de nuestras pensamientos, palabras, obras y omisiones. Así, su rostro maltratado o reconfortado retrata no sólo qué pensamos sino también en qué creemos realmente y quiénes somos. Teoría y praxis son sencillamente inseparables.
Así como el Crucificado no dejó de ser Mesías sino que la Cruz le consagró y él consagró a la Cruz, así también Cristo no deja de ser Señor cuando nos saluda desde su pobreza en los pequeños de esta tierra ni deja él de bendecir esa pequeñez y de mostrarla como camino único de acceso al Reino.
La “antigua” TL pecó cuando pensó que bajar a Cristo de la Cruz era un acto de humanitarismo. Es humano quitarle la Cruz a Cristo pero es, en palabras de Nietzsche, “demasiado humano.” Él la tiene porque la ha buscado, y la ha buscado como abrazo a todos los crucificados. No es que la haya amado por sí misma sino como pacto de secreto de amor con todos los que han sido clavados a sus propias cruces, y esto incluye niños abortados, enfermos terminales, perseguidos y adictos, prisioneros y desterrados, mujeres prostituidas y familias explotadas, por nombrar sólo algunos ítems de su larga lista de amores.
Como lógico desarrollo de la primera TL, la “nueva” TL, que es un fenómeno más bien marginal y europeo a pesar de lo que diremos de inmediato, quiere apostar por soñar y construir un mundo sin excluidos, y por eso se esfuerza en que la Iglesia y la teología sean lugares donde quepan todas las clases sociales, todas las opciones sexuales e incluso todas las religiones. Mas el defecto de este esquema remozado sigue siendo que la Cruz queda sin su lugar propio. En el fondo no hay avance en eso.
Una genuina Teología de la Liberación habrá de tomar en serio la Cruz y no sólo a los crucificados. Asumirá la presencia cuasisacramental de Cristo en los pobres y anudará ortodoxia y ortopraxis de un modo sólo comparable al de la Alta Patrística. Mirará con distancia todo triunfalismo y desdeñará en silencio las propuestas que tengan aroma de odio, de rebelión sistemática frente a la autoridad, o de agnosticismo cómodo. Avanzará con gozo y con prisa pero también con prudencia y cierto pudor, sabiendo que su tesoro propio es la Sangre del Hijo de Dios, vertida para nuestra salvación.
¡Que viva nuestra Liberación!