Irlanda ama el silencio. Lo ama casi demasiado. El silencio es la cobija que arropa al que sufre; es el cómplice de los enamorados; es el brillo de sus lagos; es la fuente inexhausta de su poesía; es el eco de sus valles y un trazo de su noche, un gesto que nunca se aparta por completo del rostro de su gente.