Cuando hablo de Irlanda y su esplendorosa naturaleza, o de su historia marcada por el sufrimiento, por supuesto recuerdo vivamente mi propio país, mi Colombia amada y añorada. Voy a describir entonces lo que significa para mí venir de Colombia a este país sirviéndome de la imagen de un reloj tradicional, de aquellos de agujas y tic-tac.
En realidad es el tema del centro y la periferia. Los números de la circunferencia son la periferia, y desde el centro se extienden las agujas que van pasando por esos números.
Esto viene a que yo creo que los distintos imperios que en el mundo han sido se han visto a sí mismos como “centro” y consecuentemente nos han considerado a los demás como periferia. Roma y sus provincias, Madrid y su reino donde no se pone el sol, Francia y sus colonias, Londres y su imperio, Berlín y su Reich, Washington y su “Nuevo Orden”… cada una de estas ciudades, a su propio turno, se ha sentido y valorado como centro y ombligo del mundo.
En estas reflexiones me inspira mucho de lo que recibí como fraile estudiante dominico en nuestras clases de filosofía. Era la época de furor de la Teología y la Filosofía de la Liberación. He sido y soy muy crítico con ese enfoque, y creo que los reparos del Magisterio fueron justos y oportunos al limitarlo, pero no puedo negar que hay cosas muy lúcidas allí: la crítica de Dussell, por ejemplo, al modelo dual del ser (centro) contrapuesto al no-ser (periferia); o la profunda reflexión de Levinás sobre el pensamiento de totalidad (típico del centro) contrapuesto a la inspiración propia del infinito. El centro busca la palabra decisiva, total, abarcante; anhela o cree poseer la teoría completa, definitiva, en donde todo lo relevante está respondido y todo lo irrelevante ya se ha excluido.
Irlanda es un país singular que no sólo no ha pretendido ser centro sino que ha estado espiritualmente distante de la lógica del imperio. Nunca fue colonia romana; no intervino en la Segunda Guerra Mundial; tiene una larga tradición de distancia frente a las pretensiones belicistas, vengan de donde vengan. Yo diría que Irlanda es “periferia consciente de sí misma.” Y eso me gusta. Un humanismo para los siglos venideros necesitará un rostro así.
Miremos las estatuas de irlandeses: no tienen ni armas, ni caballos feroces, ni un tamaño colosal. Muchas son de tamaño natural y están al nivel de la calle. Me gusta el Parque de Oriente en Madrid, pero Felipe IV no tiene nada que ver con el James Joyce o el Charles Parnell de Dublín. Los irlandeses tienen una sensibilidad especial que hace que lo que suena a ostentación, prepotencia, “última palabra” les despierte risa o disgusto.
¿Qué ha exportado Irlanda? Sus letras (con varios premios Nóbel), sus rezos (con la Legión de María) y su modo de pasarla bien (con sus populares pubs). Esos son sus “imperios”: enseñar a hablar desde lo hondo del alma; enseñar a rezar con santa obstinación, y enseñar a aliviar el corazón con una buena conversación… y algún sorbo de Guinness.
La arquitectura irlandesa en general y dublinesa en particular está marcada por el mismo estilo de “no al centro y sí a la periferia.” No esperes de Dublín grandes plazas que retumben con la voz de un gran presidente; no le busques grandes explanadas donde un ejército poderoso agite los ánimos pidiendo sangre; no le pidas gigantescas avenidas que te hagan sentir que estás en el cruce de todos los grandes caminos. No les pidas eso a los irlandeses porque ni lo conocen ni les gusta demasiado. Pide parques, y tendrás los kilómetros cuadrados de Phoenix Park; pide calles y gente normal, como tú y como todos, y lo tendrás hasta saciarte; pide letras y voces y rincones que hagan eco a tu propia alma y se te irá la vida descubriendo no la totalidad pero sí el infinito.
¿Sabes, además, dónde sucedieron las manifestaciones centrales que clamaban por la independencia? No en edificios de gobierno y de poder; no en laboratorios ni en cuarteles; no en mercados ni lugares de finanzas. El corazón de la “gran revolución” irlandesa tuvo su epicentro en la Oficina Central de Correos (GPO, por su sigla en inglés). ¿No es como una parábola que allí donde circulan palabras, poesías, amores y dolores, se haya gestado el deseo de ser una nación?
Todo ello presentía yo y ahora lo veo. Y por eso, cuando mi Prior Provincial me dio posibilidad de escoger, quise un lugar así: un giro en la circunferencia del reloj; no un salto al centro. Quise apostar al futuro que seguramente no podré ver pero que ya amo.