Bueno, es evidente que quiero cada vez más a Roma. Ello sin embargo no significa que me guste todo de Roma, mucho menos de lo que podríamos llamar la “Roma Católica.”
Roma, en efecto, es muchas Romas, desde las huellas del Imperio hasta las tendencias vanguardistas de arte y diseño. Y en ese calidoscopio de imágenes, rincones, paisajes, ruinas y nuevos edificios, lo católico forma un conjunto muy vasto y diferenciado pero también perfectamente reconocible a lo largo y ancho de la Ciudad Eterna. Yo quiero referirme especialmente a esa Roma Católica, que conserva sobre todo los trazos de lo clásico, lo renacentista y lo neoclásico.
El tema de mi inquietud puede concentrarse en la Ciudad del Vaticano, si se quiere. Con menos de medio kilómetro cuadrado de extensión, este Estado está construido alrededor de la Plaza de San Pedro y su Basílica. Ese es el signo inconfundible de la Iglesia Católica. Mi tema es que ese signo viene de un tiempo específico, el Renacimiento, y que el mensaje que transmite ese modo de arte es demasiado ambiguo.
Yo quiero hacer una comparación, necesariamente polémica, con otros tipos y estilos de arte religioso. Lo hago para destacar que hay otras maneras de hacer arquitectura y arte sagrados, maneras que quizá ayudan de un modo más directo a lo que es propio de la fe: la alabanza de Dios, mucho más que la admiración del físico o las destrezas humanas.
Miremos una mezquita, como la de Córdoba, en España. Espacios inmensos, que en su infinito te obligan a lanzarte a lo profundo del misterio que también habita en ti. Discretos o resaltados versos del Corán que predican sin cesar el mensaje. Un diseño en fin que te conduce, casi te obliga a volver tu atención hacia el Eterno.
Yo amo intensamente la Capilla del Santísimo en San Pedro, pero admitamos que, fuera de ese lugar, la Basílica, y junto con ella la mayor parte de las iglesias de la Roma Católica, es más un museo que otra cosa. Con un problema: que los santos ni siquiera suelen ser representados como fueron sino sólo como expresiones de los ideales de belleza masculina o femenina de las respectivas épocas. Sin caer en los fundamentalismos de las sectas protestantes con sus versículos del Pentateuco, uno casi se ruboriza de la abundancia de imágenes de la típica arquitectura católica.
Por contraste, ¿qué puede hacerse en un lugar como el de esta última foto, sino recogerse y centrarse en el Único y Altísimo?
Otro ejemplo interesante es Taizé (de nuevo, no católico; esta vez el modelo es “ecuménico”). Miremos la siguiente imagen de la oración vespertina:
Pregunto yo dónde están los lugares católicos que puedan considerarse plegarias incesantes y públicas, diseñadas con una arquitectura, imágenes y acústica apropiadas. Sólo pido que nuestras iglesias sean “casas de oración.”
Hay un ejemplo interesante, del lado católico, aunque bien sé que ha traído mucha polémica. Hablo de la catedral de Los Ángeles, en California.
En la imagen que presento quiero destacar uno de los aspectos que más significativos considero: miren por favor, de nuevo, las imágenes de los santos. Van todos en camino, van juntos, y sobre todo: miran en la misma dirección. No nos miran a nosotros ni nos distraen ni se distraen con nosotros; más bien, junto con nosotros, miran hacia Cristo. ¿Hermoso mensaje, no?
Habría muchos ejemplos interesantes que ofrecer, y quizá uno se vuelve demasiado crítico, pero, ¿cómo amar a la Iglesia y no desear lo mejor para sus lugares de oración?