Antenoche tuve un sueño muy dramático. Vi a los papás de algunos de los niños que murieron en reciente accidente del Colegio Agustiniano Norte en Bogotá.
Nunca pude verlos a los ojos y cuando los tuve cerca tampoco me atreví a decirles nada. Sentí una astilla de su dolor, un dolor que no cabía en ninguna palabra. Sentí cómo trataban de sobrevivir ellos mismos habiendo perdido casi hasta la razón misma de su existencia. Vi cómo se abrazaban con un amor que parecía detener el tiempo, un amor que brotaba solamente de la raíz de la vida y allí se quedaba, ciego, sordo y mudo, casi incapaz de ser algo más.
Me sentí infinitamente pequeño, infinitamente pobre, infinitamente ignorante, infinitamente débil. Sólo supe que los amaba. Y que me dolía ese salón de clase tan vacío ahora, tan frío ahora… ¡Dios, misericordia!