Poder, Género y Ministerio
Hay quienes dicen que el tema de los ministerios ordenados en la Iglesia, más que un asunto de grandes discusiones bíblicas, históricas o teológicas, es sencillamente un problema de poder. Conceder la ordenación a las mujeres es abrir un coto que ha estado dominado por hombres, por lo menos en la Iglesia Católica. Y aunque hay datos psicológicos y psiquiátricos que desaconsejan ese sistema de aislamiento y enquistamiento masculino, hasta llevar a problemas de degeneramiento sexual muy serios, la Iglesia, por lo menos por ahora, no parece que vaya a ceder. ¿Ud. que opina?
Hay cosas un poco extrañas con respecto a los escándalos sexuales que tuvieron tanto despliegue en la prensa no hace mucho. Desde luego, no niego las culpas que allí se hayan podido demostrar, pero insisto: hay cosas que son difíciles de encajar y que hacen pensar en el interés de �alguien� por lograr �algo� con respecto a la Iglesia. Piense Ud. nada más en que los casos que fueron llevados a la corte databan a veces de 15, 20 o 30 años atrás. ¡Y de pronto todos salen a la luz! ¿Coincidencia? ¿Refuerzo mutuo? ¿Insistencia de abogados que saben que en un pleito el único que tiene segura su ganancia es el abogado?
Además, esas ecuaciones facilistas que se han hecho una y otra vez, y que pretenden relacionar clero masculino con homosexualidad, con pederastia o con perversión han sido contestadas con la misma frecuencia con que son planteadas. Por decir algo: ¿cuántos pederastas son hombres casados? Ese género de patologías requiere más investigación y menos investigación –o menos prisa en encontrar chivos expiatorios.
Sin embargo, lo del poder y lo del control por un clero masculino no puede negarse…
Creo que todo parte de ver al género como un �rol,� es decir, como un comportamiento, más o menos coherente y más o menos reconocible socialmente, por el cual alguien escoge unas opciones de relación interpersonal. Desde esta definición de �género,� que en la práctica equivale a lo que hoy suele llamarse �opción sexual,� se monta un argumento que critica la noción anterior o clásica de los dos géneros, masculino y femenino.
La teoría que se esgrime es que los roles de género son un subproducto de la ideología que avala un modo de ejercer poder, el cual a su vez es entendido sólo como dominación y causa de injusticia. Según todo eso, lo único que cabe hacer con el poder es repartirlo entre todos para que todos tengan la posibilidad de aprovechar sus ventajas y defenderse de sus males. La consecuencia se sigue: como ordenarse es entrar al club de los que tienen poder, hay que distribuir el poder también entre las mujeres, o mejor: distribuirlo sin miramientos de �rol� o de opción sexual.
En tal orden de ideas viene a resultar lógico decir que Dios, de fondo, no puede respaldar los enquistamientos del poder. Lograda la consecuencia, se procede a justificarla limitando el lenguaje de la revelación a aquello en lo que Dios parece más �distributivo,� y relegando todo lo demás que se diga de género en la Biblia al terreno de lo �accidental.�
Sin embargo, esa teoría sobre el género es bastante discutible y discutida en el ámbito de la pura sociología, y es igualmente estudiable desde la Escritura. ¿Avala la Escritura eso: que el género es una pura construcción destinada a respaldar relaciones de poder? ¿No muestra la Biblia, más bien, que el género nace del designio creador y no brinda ella abundantes ejemplos de cómo eso que llamamos �poder� no es privativo ni del hombre ni de la mujer? ¿Es que acaso que debe leerse el género desde el poder?
¿Y Ud. qué propone?
Yo critico abiertamente el método hermenéutico que parte de la Biblia como una construcción sólo cultural, y propongo alternativamente que dejemos hablar al dato; que no pensemos que la Biblia dejó de decir cosas porque la humanidad no estaba madura. ¡Plenitud de los tiempos y madurez de la historia es la llegada de Cristo Jesús! Y sin embargo, ya vemos: él, en cuanto a las imágenes de género, no hace sino confirmar lo que el Antiguo Testamento había presentado de modo consistente y bello.
Sobre esa base, una vez aceptada, comprendemos que Cristo no es un funcionario ni el sacerdocio es un cargo. Y así, paso a paso, descubrimos el mensaje positivo que entraña la relación entre ministerio ordenado y género masculino, en servicio de todos.
¿Y no es posible abordar este tema sin entrar en tantos detalles hermenéuticos y exegéticos?
Quienes consideran que los géneros o roles u opciones sexuales son intercambiables lo dicen porque para consideran que los roles son subproductos de la ideología que favorece la conservación del poder, un poder entendido como en principio opresivo. Si no se piensa así del poder, no se afirma que pueden ser intercambiados los roles masculinos y femeninos. Si no se los considerara intercambiables, uno tiene que reconocer que el dato de que Dios no aparezca como esposa no es accidental. Si se admite que no es accidental, uno descubre en el género de Cristo y en su sacerdocio una clave de comprensión de todo este tema.
Como se ve, el modo de comprender el poder marca todo o por lo menos una gran parte del discurso. No es casualidad que la Izquierda política y las tendencias liberales-progresistas sean quienes insisten en el tema del sacerdocio femenino. Ese modo de ver el poder y su aplicación a la Biblia provienen, a menos que se muestre lo contrario, de las dos cosas que he dicho sobre el método: protestante-liberal en la exégesis; democrático, en el sentido de la Modernidad, en la comprensión del poder.
El método, entonces, no es una discusión ajena a este asunto. El método lleva a mirar el poder de un modo que marca una determinada versión sobre los géneros en las personas humanas. El mismo método lleva a aplicar esa lectura causal-cultural a la Biblia. Por eso creo que, sólo saneando el tema metodológico-hermenéutico podremos apreciar la verdad y belleza que hay en el misterio ordenado como lo ha vivido y celebrado la Iglesia desde sus orígenes.
¿Cómo concibe el poder ese método que Ud. critica?
Para quienes siguen este método, el poder es una palabra constitutivamente perversa, que sólo puede ser saneada por un acto de distribución del mismo poder (la famosa �igualdad� de la Revolución Francesa). Esta idea es ajena a la Biblia. De hecho, en la Biblia el poderoso en extremo es uno solo, Dios, y no por eso está en peligro el universo. Desde la idea de poder que tiene este método, la primacía del varón o la iniciativa del varón es algo potencial o realmente dañoso porque entraña la dominación. Yo creo que ahí está el punto central: mirar al poder sólo como dominación; y como es inconcebible un Dios déspota o cómplice del despotismo, afirmar que todo lo que respalde lo patriarcal está respaldando un esquema de poder que deviene dominación.
La Modernidad concibe al poder como algo codiciable y codiciado, pero a la vez, perverso en sí mismo. La solución que propone es distribuir el poder. Esa idea, trasladada al ministerio entre los cristianos, se convierte en esto: que haya representantes de todos los colectivos, grupos y corrientes en el ministerio para que el poder no sea acaparado por nadie.
El único problema de ese planteamiento es que el principio que le sirve de base no viene de la Biblia; de hecho, tal concepto de poder no es bíblico y su supuesta solución no es compatible con lo que muestra la misma revelación. ¿Dónde están los textos que respaldan una distribución del poder para que nadie acapare? Ya sé que le podemos quitar versículos a la Biblia poniéndoles etiquetas como “patriarcal,” pero ¿cómo se los agregaremos?
Eso no significa que la propuesta de la Modernidad Ilustrada sea irracional o diabólica; sólo que no es la que nace de la revelación. Mal puede servir entonces para justificar ordenaciones de mujeres.
Las cosas cambian por completo si uno sale de ese cuadro explicativo que es ajeno a la Biblia y que en el fondo sale sólo de los prejuicios del discurso político de la Modernidad. Como en la Biblia el poder no es opresión, no hay problema en reconocer que el varón obra de modo asimétrico con la mujer.
De hecho, lo que emerge es un cuadro bellísimo que yo compararía con una danza. No: no son iguales sus modos de amar. Cada uno tiene sus acentos propios y la iniciativa del varón es imagen de la iniciativa del Dios que busca a su pueblo. Pero el varón de la Biblia, ese que sirve para representar a Dios no es cualquier varón por razón de género; no es el macho sino el caballero, el galán, el enamorado, el valiente que luego sale �como el esposo de su alcoba…�
Pero al fin y al cabo la Biblia misma puede tener sus condicionamientos. Hay autores que muestran que los cristianos sólo poco a poco salieron de las ideas judías, y no podía ser de otro modo. Lo mismo podría estar sucediendo aquí. Al fin y al cabo Pablo, o Juan, o el mismo Jesús, fueron hombres de su tiempo…
Sí, yo sé que hay quienes dicen que �Los apóstoles no eligieron a ninguna mujer para estas tareas porque vivían todavía prisioneros de sus ideas judías.� Bien entendido esto significa: la Pascua de Cristo obró, la efusión del Espíritu Santo llegó, pero… ellos seguían presos de las ideas judías. La Biblia, según esta perspectiva, no es la revelación decisiva, sino un conjunto de elementos que representan algo así como �un buen avance,� aunque lo decisivo sólo llegaría después.
Tal concepto contrasta con la certeza que tenían aquellos cristianos de haber recibido �todo lo necesario.� Ese tipo de explicaciones impacta más cuando la aplicamos a Jesucristo, y no ciertamente por el hecho de afirmar su verdadera divinidad. Me explico: según este planteamiento, Cristo fue lo suficientemente libre como para dejarse acompañar de algunas mujeres en su ministerio; sin embargo, no alcanzó a ser completamente libre, no alcanzó a romper con todos los esquemas. El sería como �un paso más� dentro de un proceso que le antecede y que sólo sería pleno después de él.
Estas ideas de un Jesús que, o se siente limitado o se autolimita por conveniencias o razones culturales, son del todo ajenas a los evangelios y al resto del Nuevo Testamento.
Además, son especulaciones sumamente caprichosas: el Jesús que toca a un leproso, que se declara superior al sábado, que dice que es mayor que Abraham, que ofrece reconstruir el templo en tres días… ese Jesús, que entra con infinita libertad en todos los ámbitos y habla con infinita libertad de todos los temas, ese mismo Jesús, ahora nos dicen, que se acobardó o no vio o no quiso romper un esquema de género, sino que dejó esa magna tarea a los cristianos del tercer milenio. ¿Habrá especulación más aérea?
Y si aceptamos semejantes suposiciones, ¿qué nos detiene de aceptar otras, a la medida de nuestra mente o deseos, o a gusto de nuestros contemporáneos? El día que sea de moda negar que existe el diablo, diremos que la mitología de la época aprisionaba a Jesús. El día que queramos permitir el divorcio, diremos que Jesús estaba oprimido por taras antiquísimas de no sé qué color o calibre; el día que… ¡Pobre Jesús! ¡Ya vamos a acabar nosotros redimiendo a Jesús de todo lo que lo encerraba y aprisionaba!