Testimonio Bíblico sobre la Mujer
Si no se tienen en cuenta los condicionamientos culturales al leer la Biblia en el tema del género, ¿entonces, qué? ¿Hay que creer en el muñequito de barro y en que Moisés escribió todo el Pentateuco? ¿Va Ud. a echar por tierra doscientos años de estudios bíblicos de la más alta seriedad?
El resultado de mi crítica a la crítica no es que volvamos a una visión ingenua, ni que digamos que el universo tiene cerca de seis mil o siete mil años de edad.
Más bien es asunto de situar en perspectiva y en su lugar lo que puede brindarnos la crítica científica e historiográfica. En resumen, el punto es que conocer sobre las condiciones o características de un texto (por ejemplo, en su estructura literaria, su entorno cultural o su génesis en relatos previos) no nos autoriza a considerar su verdad propia como la simple sumatoria de nuestros resultados. El texto es más que el agregado de las condiciones que lo hicieron posible y más que los elementos que podemos reconocer adentro de él. Fue muy sabia la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II cuando nos recordó que el proceso de comprensión, interpretación y aplicación de los textos pasa por la búsqueda diligente de qué quiso decir el autor sagrado y qué quiso Dios darnos a entender a través de sus palabras. En este sentido, el Concilio asumió los dos siglos de estudios bíblicos de lo que Ud. habla, peor fue más allá, mucho más allá.
Supongamos que es como Ud. dice. ¿Es indispensable descartar la crítica de la cultura patriarcal para hablar del lugar de la mujer?
Sí, porque si la cultura patriarcal es la explicación del dato bíblico que ahora nos ocupa entonces todo lo que se diga sobre género en la Biblia es algo accidental y por ende también lo es cuanto se diga del ministerio ordenado. Si, por otra parte, la cultura patriarcal no es explicación o por lo menos no es explicación suficiente del dato bíblico que nos ocupa, entonces ese dato no es accidental sino que apunta precisamente en el sentido de una reflexión sobre qué imágenes nos hablan de Dios y de su amor, y cómo lo hacen.
¿Admitiría Ud., por lo menos, que la Biblia muestra al hombre en clave de poder y a la mujer en clave de sumisión?
Ya verá Ud. que eso es susceptible de discusión, y no pequeña. Para mí, por lo menos, a medida que pasa el tiempo, más y más me parece que la Biblia habla mucho del poder de la mujer, desde el principio hasta el fin.
¿Lo dice en serio?
Desde luego, y me complace ofrecerle algunos ejemplos de ambos Testamentos. Empecemos con Sansón. Todos recordamos al hombre al que nadie podía derrotar. Sin embargo, si hubo quien lo derrotara: una mujer. ¿No demuestra ello que esa mujer fue más fuerte que decenas de hombres armados?
Sigamos con David, aquel que fue capaz de vencer a Goliat y de salir airoso de todos los ardides y la persecución de Saúl. Sin embargo, quedó atrapado por el encanto de Betsabé. El hijo de ambos, Salomón, logró grandes cosas, pero su corazón fue desviado de Dios no por la fuerza de sus enemigos, ni por el peso del gobierno mismo, sino por sus múltiples compromisos con esposas y concubinas.
Y por si fuera poco, ya tenemos a aquellas mujeres, Ruth, Judith, Esther, que lograron lo que era imposible para hombre alguno. ¿Cabía dentro de lo posible que un moabita habitara en la tierra destinada a los hijos de Israel? ¡Jamás! Pero Ruth lo logró, primero convirtiéndose en compañera de camino de Noemí y luego acogiéndose como humilde servidora a los pies del lecho de Booz. Vino así a resultar que esta extranjera, hija de un pueblo enemigo, se convirtiera en abuela ni más ni menos que del rey David.
¡Todos esos son ejemplos del Antiguo Testamento!
Lo cual no los invalida, ciertamente. Pero si queremos ejemplos del Nuevo Testamento, cómo no mencionar aquí que en todos los evangelios sólo consta que alguien haya hecho cambiar una decisión de Jesús, y esto sucede por obra no de la elocuencia, la potestad o la fuerza de un varón, sino por la suave sugerencia de María, la Madre del Señor.
Sin olvidar además que la Iglesia es presentada en términos femeninos, como Novia o como Esposa, y que es por amor a ella que Cristo hace cuanto hace, según la expresión bellísima de san Pablo: �Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella� (Efesios 5,25). La misma imagen se repite en el Apocalipsis, cuando se habla de la Iglesia como la Novia ataviada para su Novio y Prometido (Ap 21,1-11). De modo que bien puede decirse que la belleza de la Amada ha sido poderosa en su Amado. No pensemos en Cristo como un solterón empedernido: él es le Novio, y si no se casó mientras le vimos en esta tierra es porque ciertamente preparaba su boda eterna y gloriosa ante la mirada atónita de los coros de los ángeles.
Todo este recorrido, y mil ejemplos más, muestran que más que una exageración es simplemente un error decir que la mujer aparece sin poder en la Biblia. Muy al contrario, lo que aparece es que la mujer se halla más próxima al mundo del sentimiento y al ámbito del corazón. Y si bien eso puede hacer que sufra más, también le otorga un modo de influencia en el hombre que no podemos sino llamar �poder.�
¿Y en el caso de Adán y Eva? ¿No presenta la Biblia que Eva es la sucia, la mala, la que es causa de todo el mal del mundo?
Ha habido una predicación que ha dicho semejantes barbaridades pero déjeme decir que eso no es otra cosa sino traicionar a la Biblia.
Hay muchos modos de responder a su acusación. Empecemos por el asunto del poder. Según la lógica del relato, Eva es más fuerte; para persuadirla se necesitó la astucia de un ángel, un ángel caído, Satanás. En cambio, Adán es más débil: a él lo persuade una creatura visible y humana, la mujer.
Además, el demonio ataca a la mujer, ¿por qué? ¿Acaso porque la ve más débil? No es congruente con lo que acabamos de decir. La verdadera razón está en lo que sigue, allí donde interviene Dios. El Señor le dice a la serpiente: �pongo hostilidad entre ti y la mujer� (Gén 3,15). ¿Qué significa eso? ¿Qué representa, qué fuerza trae la serpiente? Eso lo sabemos bien: como lo indica san Juan, es el príncipe de la mentira, y sobre todo, es el homicida desde el principio (Jn 8,44; cf. 1 Jn 3,15). Y también leemos: �En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano� (1 Jn 3,10). El demonio, pues, representa y trae la fuerza de la muerte. Mas Dios ha puesto enemistad entre el demonio y la mujer. ¿Es muy difícil adivinar entonces qué representa la mujer?
El ataque de Satanás a la mujer es el ataque a las fuentes de la vida. En la mujer está el santuario de la vida. La Biblia dice que Dios puso hostilidad entre el demonio y la mujer para mostrar que sobre esta tierra, como hermosamente ha dicho Juan Pablo II, la mujer está �orientada fundamentalmente hacia el don de la vida� (Catequesis del 6 de diciembre de 1998). Por eso mismo es impensable una �cultura de la vida� sin una comprensión nueva, equilibrada y amorosa del misterio de ser mujer.
En resumen el texto del Génesis está mostrando el poder de la mujer sobre el don de la vida, y está indicando también quién la amenaza, no sólo para destruirla a ella, sino para destruir a su descendencia, razón por la que el texto habla igualmente de hostilidad �entre la descendencia de la serpiente y la de la mujer.�
Eso puede admitirse, ¿pero qué diremos de los abusos del poder machista y patriarcal?
La Biblia condena los abusos, vengan de hombres o de mujeres. El abuso del poder en el hombre tiene sus características propias, y lo mismo sucede con el de la mujer. Ud. encuentra a un hombre piadoso y justo como Josías y a un hombre fanfarrón y cruel como Antíoco Epífanes; del mismo modo encuentra mujeres astutas y perversas como Jezabel y mujeres piadosas y buenas como Lidia, la de la ciudad de Filipos. No veo una sola razón para que condenemos los abusos del poder masculino y no los del poder femenino. En esto, como en todo, la Biblia tiene todavía mucho que enseñarnos.