Desde la época del viaje que hice a Estados Unidos en enero he venido oyendo insistentemente en las noticias sobre el jucio contra Martha Stewart. Como persona absolutamente ajena no sólo al caso sino a la cultura y al idioma simplemente me preguntaba qué sería lo que había hecho esa señora. Un espontáneo sentimiento de solidaridad hacia ella, por su condición de mujer y por verla como tan expuesta, era quizá mi única reacción.
Cuando volví a Irlanda me encontré hace poco con que el juicio contra ella había llegado a término y que el resultado, en veredicto del jurado la señalaba como culpable de cuatro cargos distintos que podrían implicar hasta 20 años de cárcel. La solidaridad dio entonces paso a la curiosidad, porque presentí que en esto no había solamente un hecho aislado sino algo que de algún modo atañe a la cultura.
El caso de la señora Stewart ha causado revuelo y atención por un motivo en realidad: su problema jurídico y su descalabro frente a la opinión pública es algo así como el derrumbamiento de un icono. Ella representaba algo; era la imagen viva de muchas cosas que muy cercanas al sueño americano en versión femenina.
La señora Stewart encarnaba, por ejemplo, las ideas del buen gusto, el tener “clase;” lejana tanto de lo ostentoso como de lo ordinario, su opinión se fue convirtiendo en un criterio de decoración, comida, vestido. Uno podría pensar que son cosas superficiales, pero, ¿hay un hogar donde esas cosas no importen o no importen todos los días?
Aún más, Stewart había ascendido como en el mejor de los sueños: de ama de casa, y convincente ama de casa, a gran empresaria. Sus productos para la decoración y para el hogar han llegado a ser altamente cotizados, indiscutiblemente por el peso específico de la gran figura que los respaldaba. Muy femenina, muy dueña de casa, muy buena empresaria: el paquete completo.
El crimen de esta amable norteamericana no estuvo relacionado directamente con su éxito, pero sí tuvo, como en una novela de misterio, un vínculo oculto con los mismos motores que la lanzaron al estrellato y que hicieron de ella un “icono.” Por lo menos, esa es mi opinión. Ella es una persona que logró muchas cosas notables a través de la imagen –su imagen misma en la televisión y la transformación de las cosas por la decoración. En un momento decisivo, el tratar de conservar una imagen le vino a jugar una mala pasada.
La síntesis de lo sucedido es que ella utilizó información confidencial de máxima importancia para vender su parte de acciones en una compañía, ImClone, porque el producto estrella de esa compañía, un supuesto anticancerígeno, no iba a recibir la aprobación federal para ser distribuido. Obviamente, esta falta de aprobación iba a precipitar las acciones de ImClone a la baja, como de hecho sucedió, y Stewart utilizó su información para salvar sus propias acciones, dejando que las pérdidas fueran para otros, y entre esos otros había gente de su propia empresa Living Omnimedia.
No era un comportamiento muy elegante, pero, en sí mismo, tampoco era un crimen. En un mercado de bolsa cualquier persona puede utilizar la información que tiene para especular, y así de hecho se hacen las fortunas bursátiles. Pero como todo ello sucedió de un modo que parecía sospechoso, Stewart fue llamada a juicio. Su modo de defenderse fue… tratar de preservar su imagen. Quedaba muy mal que ella, que a todo el mundo aconsejaba, se hubiera reservado información sólo para salvarse a sí misma. Entonces mintió. Y en el fondo el veredicto no es por haber sido astuta, sino por haber tratado de no parecerlo, es decir, por haber tratado de parecer lo que siempre había significado para la gente.
Nada tengo contra ella, sobra decirlo. De hecho, hay recursos legales que pueden aliviar extraordinariamente su condición de culpable, y yo no soy nadie para desear malos ratos a nadie. Pero todos podemos aprender un poco de esta historia, ¿o no?