Biotecnología

¿Qué lugar, literalmente hablando, tendrá la tecnología en nuestras vidas, o mejor: en las vidas de quienes estén por este planeta en 50 o 100 años?

Desde los relojes hasta las agendas digitales; desde los teléfonos celulares con cámara hasta los tablet es evidente que la tendencia global es acercar la respuesta a la necesidad. Al fin y al cabo, la teconología puede ser bella, cómoda, miniaturista o económica… todo eso puede ser, pero en cualquier caso debe ser útil, y la utilidad crece cuando la respuesta a una necesidad está más cerca de esa necesidad.

En la práctica esto supone tres retos simultáneos: eficiencia, movilidad y ergonomía.

La eficiencia es aquí la capacidad de lograr un objetivo de la manera más completa, ágil, confiable y económica, ya se trate de hacer un cálculo, procesar un texto, enviar una imagen, emitir un sonido. Entra en este campo también el reciclaje y la correcta manipulación de los desechos.

La movilidad está relacionada con el acercamiento entre respuestas y necesidades. Una cosa es tener el teléfono en la casa y otra tenerlo en la autopista donde acabo de ver un accidente. La movilidad implica acceso inmediato pero conlleva también los temas de baterías recargables, peso, efectos secundarios en seres humanos, protección de equipos contra robo o uso indebido.

La ergonomía es en cierto modo una consecuencia o un refinamiento de la movilidad. La idea es que “el aparato se hizo para el hombre y no el hombre para el aparato.” Según esto, la forma, diseño, aspecto, peso y textura empiezan a cobrar relieve. Un poco en el mismo sentido va toda la parte cultural y de marketing secundario: los tonos de timbre para los teléfonos, los colores llamativos para atraer a los adolescentes, o cosas así.

De acuerdo con esto, ¿qué trae el futuro?

En términos de eficiencia, podemos esperar tres cosas: definición, conectividad y popularidad.

El objetivo de la definición es, en general, hacer más “creíble” la experiencia comunicativa : un sonido más vivo, una imagen más perfecta, un movimiento más suave y natural.

La conectividad es en el fondo una ampliación de los recursos de nuestra memoria y un modo de acceder a la información. Los aparatos del futuro buscarán un máximo de conectividad principalmente a través de una Internet más amplia y variada. Los recursos financieros personales estará adosados o integrados, o en todo caso serán accesibles a través de los mismos aparatos de uso diario, que no sabemos si se parecerán más a nuestros actuales teléfonos o agendas, o serán algo radicalmente nuevo.

La popularidad implica marketing pero también precios accesibles. Son cosas que se refuerzan mutuamente: una tecnología ligeramente más económica pero muy llamativa invita a grandes sectores de la población a “hacer un esfuerzo” para entrar al club tecno; esta mayor demanda justifica una producción más grande que abarata costos y logra que nuevas campañas publicitarias intenten llegar a nuevos clientes potenciales. Este es el modo como el correo electrónico y el teléfono móvil han permeado la sociedad en los más diversos rangos de ingreso y de gasto.

Por otro lado, yo pienso que en un futuro no muy lejano la movilidad y la ergonomía se van a fusionar. Es como su destino natural. Y el nombre de esa función es biotecnología.

Hemos empezado este escrito preguntando por el lugar de la teconología. La respuesta quizá es sencilla: ese lugar probablemente estará adentro de nuestro cuerpo, y podemos ofrecer un par de ejemplos.

1. Desde la medicina. Pensemos en el caso de un diabético que, en lugar de chequearse la glucosa algunas veces al día tiene “instalado” un medidor que mide constantemente los niveles de azúcar e introduce en el torrente sanguíneo la insulina requerida en la dosis requerida. O pensemos en quienes sufren altos niveles de dolor que sólo puede ser paliado y que requieren drogas específicas en dosis específicas. Este uso de la biotecnología en el fondo es sólo la herencia natural del ya popular marcapasos.

2. Desde las comunicaciones. Soñemos un poco. Imagina este “teléfono”: el “teclado” son tus propios dedos, el micrófono es un chip en tu cuello (¿un collar?, ¿un implante…?); el audífono está instalado (¿o implantado?) en los canales auditivos (a los niveles adecuados y calibrados, obviamente). Vas por la calle. De pronto oprimes o juntas algunos dedos en cierta secuencia. Estás marcando el número de un amigo (tus implantes doblemente digitales han reconocido la secuencia). Él recibe la “llamada” y empieza a hablar sin sacar ningún aparato de ningún bolsillo o maletín, porque su “teléfono” está también adosado o incorporado a su organismo. Una vez hecha la conexión, él obra literalmente como si estuviera hablando solo. No se acerca nada a la boca ni a los oídos. Soñemos más: ¿añadimos cámaras? Las imagino en el modelo de pequeñísimos accesorios unidos a gafas, que también sirven de pantallas para recibir y proyectar imágenes. De ese modo puedes enviar a tu amigo lo que estás viendo tú, en ese mismo instante.

Un tema distinto, sin embargo, es el del discurso, es decir, la concatenación de razones o planteamientos. Uno puede pensar en pantallas tridimensionales de alta definición o en gafas estereoscópicas que me lleven a ver prácticamente lo que otra persona está viendo en tiempo real. Mas ¿qué tanto ayuda eso para elaborar un argumento o rebatir un sofisma? La tecnología puede ampliar nuestra experiencia sensitiva de muchos modos, y ¿quién no desearia unas gafas para ver lo que el explorador Rover está viendo ahora mismo en Marte? Pero, ¿puede esa tecnología sensorial ayudarnos también a pensar mejor?

La tecnología podría incluso hacernos menos hábiles para razonar y juzgar. Quizá ya está sucediendo. El alud de imágenes y experiencias intensas de la televisión o de Internet ¿realmente nos ayuda a formarnos juicios ponderados y sabios sobre nuestro mundo y su historia? Con nuestros sentidos saturados a su máximo, ¿somos más humanos?

Y en últimas, ¿quién dará humanidad a esos hombres y mujeres que tendrán sus cuerpos discretamente cableados?