El antiguo y hermoso convento de St. Mary, en Tallaght, es la sede de la Curia Provincial de los Dominicos en Irlanda.
Por sus paredes centenarias trepa la hiedra de hojas verdes en Primavera, hasta alcanzar el último piso.
Mas cuando el verano se aleja, las hojas verdes van dando paso a los colores propios del Otoño. Un poco más, y empiezan a caerse, dejando sólo el fino entramado que se adhiere a la piedra vieja. De lejos, es como si todo hubiera desaparecido.
Pero esto no sucede de golpe. Sucede un proceso muy hermoso: la hiedra se va como “muriendo” de abajo hacia arriba, de la raíz profunda hasta las hojas más altas. En un momento dado, uno puede ver, como me pasó a mí, que abajo ya no hay hojas; que hacia la mitad hay hojas pero muy rojas; más arriba, están de un amarillo encendido; un poco más, y se ven de amarillo limón; por último, las del extremo, siguen aún verdes: el Otoño no les ha llegado: allá todavía es primavera.
Unos pocos días después, la “noticia” del Otoño les llega, y también ellas, las últimas, se ponen verdes pálidas, amarillosas, pardas, grises, y finalmente caen. En unos pocos días ya no habrá ni una hoja de la hiedra, sólo las ramas, como testimonio discreto pero firmísimo de que ahí hubo vida; o mejor: ahí hay vida.
El teólogo Karl Rahner habló de la Iglesia, sobre todo de la de Europa, y la comparó con estos tiempos relacionados con el Invierno. Puedo decir que aquí le entiendo un poco mejor. Uno ve esa hiedra como muerta, pero firme en su lugar, y entiende que muchas veces la Iglesia tiene y tendrá que vivir esa misma experiencia: estar como muerta, aguantando el “mal tiempo”, pero siempre con la certeza de una Primavera que muchos de nosotros, hojas de esa hiedra, quizá no lleguemos a ver…
Hay otra reflexión que venía a mi mente en el convento de St. Mary.
Muchas veces hablamos casi con dureza de la situación de la fe en Europa, por el rampante secularismo que se adueña de todo. Pero no podemos olvidar que la Iglesia es una, y que por consiguiente somos todos solidarios de lo que sucede en cada parte de la misma Iglesia.
Yo pensaba, estando en St. Mary, que en Latinoamérica tal vez sentimos todavía ese “verde” primaveral, pero con eso podemos olvidar que somos parte de la misma hiedra y que también muchas hojas pueden secarse entre nosotros, como de hecho vemos que sucede ya.
Por eso todos debemos unirnos en amor y solidaridad, en oración y humilde compartir de la vida que el Espíritu da a cada uno, porque la Iglesia no es de unos pocos, sino que es de Cristo y en Ella estamos y vivimos todos.