Desde hace unos años se ha popularizado la expresión “hijos predilectos” para referirse a nosotros los sacerdotes. Es algo que uno agradece, cómo no, pero que también engendra algunos reparos.
A mí personalmente me gusta más encontrar las “preferencias” de Jesús, y por tanto a sus “preferidos”, siguiendo el testimonio de los evangelios.
Es verdad que el Señor dijo a sus apóstoles: “a vosotros no os llamo siervos; os llamo amigos” (Jn 15,15), y es verdad que en ello hay un signo elocuente y bello de predilección, pero notemos que esta elección conlleva una misión. No se trata de ser los consentidos de Cristo, ni de crear unos cristianos “de primera”, ante los ojos de los demás, que serían los “de segunda”.
Estos predilectos tienen, o mejor: tenemos una tarea muy específica: ser señales del modo de preferir que tiene Cristo. Hemos sido elegidos para mantener viva y vigente la manera de elegir Cristo, que es la que aparece en su generosidad inagotable, su ternura incomparable y su bondad infinita para con todos, pero especialmente para con los pequeños, los marginados, los pecadores, los pobres. Si Cristo tiene una razón para tratar a un apóstol como predilecto es porque quiere hacer de él un instrumento que revele su modo de predilección hacia todos estos otros, los pequeños.
Esto lo hemos vivido de un modo muy práctico y bello hoy aquí. Hemos tenido una misa especial por los enfermos, como comienzo de la novena de San Martín de Porres, que aquí cuenta con gran número de devotos. Lo he disfrutado mucho. Hay un aroma de Jesús tan intenso cuando un ser humano se compadece de otro y apela a la misericordia divina en nombre de toda la Iglesia..!
Hoy me sentía muy feliz de ser sacerdote y de poder ungir la frente y las manos de aquellos enfermos. Pensaba que eran caricias que Dios mismo enviaba a sus almas, y me sentía gozoso de ser un testigo de primera fila de ese amor que no cabe en ninguna palabra y que se escapa por las ventanas y puertas de los templos, queriendo llenar la tierra entera.