Podría ser el nombre para una empresa para “adaptación de extranjeros”.
¿Las palabras que más necesita un extranjero? “Gracias”, y “disculpe”. Todo lo que los demás hagan (o casi todo) hay que agradecerlo; todo lo que uno hace, y que seguramente tendrá tanto para mejorar o corregir, hay que presentarlo con cierta disculpa.
Por eso el extranjero vive en un ejercicio de humildad, que consiste en tener mucho que aprender, mucho que agradecer, poco que enseñar y mucho de qué disculparse. No tiene pasado, y por eso nadie le echa nada en cara; pero, lo mismo: no tiene pasado, y por eso nadie le agradece nada.
El extranjero es como un niño; alguien de quien no se espera demasiado, en un sentido… aunque sí se espera que “crezca”!
Pero a este planteamiento se le puede dar la vuelta: el niño es como un extranjero. ¿No lo habías pensado? ¿Quién ha dicho que todos los niños vienen del “mismo” país? Cada niño es como un visitante que trae su propia riqueza y su propia mirada a este mundo. Por algo la Biblia, sobre todo en el Deuteronomio, mete casi siempre en el mismo saco al “huérfano”, la “viuda” y el “forastero”.
En otro sentido, si el himno del forastero tiene en el coro “Thank you” y “Sorry”, entonces cabe deducir que, en la medida en que aprendemos a agradecer más y a disculparnos más, nos volvemos más niños, y renacemos.