Presencia de Dios, 4 de 4, La sabia pregunta de San Agustin

* Otra manera de responder a la pregunta “¿qué contiene la vida?” es tomar un enfoque existencial, en el sentido de mirar a la existencia. Lo que descubrimos es que la vida es una sucesión de “aconteceres;” es una secuencia en la que aparecen, aveces de modo vertiginoso, hechos, percepciones, esbozos, cuestiones que despiertan en nosotros alegría, tristeza, esperanza, duda, y mil cosas más.

* Ese torrente de sensaciones puede dejarnos completamente exhaustos y vacíos. O podemos preguntar como hacía San Agustín: “¿Esto qué tiene que ver con la eternidad?” (Quid hoc ad aeternitatem?). La práctica de hacerse esa pregunta nos ayuda a relativizar y apreciar en su justa medida cada cosa.

* También esa pregunta sirve para devolverle a Dios sus derechos sobre nuestra vida. En tiempos del profeta Isaías hubo un rey, llamado Ezequías, que cayó inesperada y gravemente enfermo, de modo que su final parecía cercano. Su lamento va en esta línea: “Como un tejedor devanaba yo mi vida, ¡y me cortan la trama!” (Isaías 38,12). Es claro que Ezequías se creía dueño de su hilo y que entonces ve a Dios como un intruso que le daña su plan. por el contrario, quien vive en la presencia divina le da por anticipado permiso a Dios para quite o ponga, para que plante o arranque.

* Vivir así es descubrir la armonía que lleva de unos aconteceres a otros. es hacer de la vida una sinfonía. Lo cual nos invita a pensar cómo debemos aprender a recibir inspiración y a ofrecer inspiración a nuestros hermanos, para que la melodía divina, que no se agota en cada uno, aparezca en todo su esplendor en todos.

Presencia de Dios, 3 de 4, Que contiene la vida?

* El barro necesita la presencia de la mano del alfarero: no sólo un toque, no sólo un momento; necesita la presencia. También la viña necesita el cuidado y la presencia de la mano del viñador. Cada poda es como una redirección en los recursos de la planta (su savia); así también Dios, al tomar lugar firme en nuestra vida, hace posible que nuestras fuerzas se multipliquen al concentrarse en lo que es bueno y no estéril.

* Pero, ¿qué es la vida? ¿Cómo medirla? La vida puede medirse por el amor que aprendemos a descubrir y que vamos dando a nuestro paso. Puede medirse por el tiempo que no dejamos perder. Puede medirse también por qué hacemos con las oportunidades que se nos presentan. Quien es consciente del amor que puede dar, del tiempo que puede aprovechar, y de las oportunidades que no puede dejar perder, se hace también consciente de la presencia de Dios.

Presencia de Dios, 2 de 4, Dones del Espiritu

* No es posible vida cristiana sin aquel que la concede, es decir, el Espíritu Santo.

* La vida que da el Espíritu, que es don, se expresa en sus múltiples dones, que la Iglesia suele agrupar en siete, siguiendo textos de Isaías y de San Pablo.

* Cuatro de los siete dones tienen más relación con la inteligencia: son los dones de sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo: los otros tres tienen que ver más con la voluntad: fortaleza, piedad y temor de Dios.

Gramatica de Cristo, 4 de 4, Invocar el Nombre

“Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará” asegura San Pablo en el capítulo 10 de la Carta a los Romanos. Y en Juan 17 leemos que Cristo pide al Padre refiriéndose a nosotros: “Guárdalos en tu Nombre.” Invocar el nombre de Dios puede aprenderse del Salmo 116. Es hacer un éxodo, moviendo nuestra confianza de nuestro propio yo hacia la absoluta certeza de Dios.

Vidas Consagradas, 4 de 12, Ser para Dios

Retiro Espiritual con las Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazareth, del 26 al 31 de Diciembre de 2011. Tema 4: Virginidad Consagrada.

Consagrarse alude, o al sacramento del orden, o a la decisión de dedicarse sólo a Dios. Esta dedicación es ante todo visible y real, como dedicación del corazón.

Ser virgen para Dios es establecer una relación esponsal con Cristo, de modo que los intereses de Cristo, la gloria de cristo, y el amor que Cristo reciba pasen a ser el centro del ser y hacer de la persona consagrada.

Catequesis sobre el desierto, 5 de 5

Catequesis sobre el desierto. Tema 5 de 5: Nuestros desiertos

* Cristo nos salvó desde l “gran desierto” de su Cruz. No es distinto el camino del cristiano, que, a ejemplo de su Maestro, ha de tomar la propia cruz cada día. Esto implica vivir en contravía a muchos de los antivalores que pasan por moneda corriente en el mundo actual. El mundo quiere vivir entretenido, inmerso en el ruido, perpetuamente “divertido.” Detrás de esa aspiración imposible aguardan los abismos del absurdo y la depresión. El cristiano ha de cultivar entonces el silencio, y ser capaz de abrazar la abnegación y renuncia de sí mismo.

* En ese camino el cristiano se alimenta de la oración en la cual sin embargo ha de experimentar también desierto, aunque no de modo estéril sino fecundo. San Ignacio de Loyola habla de la providencia divina que nos hace pasar por consolaciones tanto como por desolaciones. Santa Catalina de Siena habla del “juego de amor” con que Dios nos enseña a renunciar a nuestros intereses inmediatos y no buscar una retribución próxima.

* Pero es sobre todo San Juan de la Cruz quien mejor expone los desiertos del alma, usando el lenguaje de las “noches.” La “noche de los sentidos” es aquello que se vive cuando los mismos ejercicios no producen los mismos resultados. A través de ella, el alma aprende a preferir a Dios y a obedecer desde la fe. Pero la fe misma requiere una purificación ulterior, que es la que viene dada por la durísima “noche del espíritu,” en la cual las preguntas más punzantes penetran como dardos el corazón. La cuestión es que el bien es bueno en sí mismo, y por ello puede asomar la tentación de afirmar un bien sin Dios, y por tanto sin fe ni referencia última a Él.

* Superadas las tentaciones y noches el lenguaje que asoma es el de la santidad. Los distintos tipos de santidad nos hablan de las varias experiencias de desierto. Así tenemos en primer lugar a los apóstoles (véase 2 Corintios 6,3-10), luego a los mártires, que han bebido del cáliz del Señor; luego los pastores y doctores, que han entregado su vida y su tiempo por el rebaño; luego las vírgenes, que en el desierto de muchos afectos humanos son testimonio de las realidades últimas del cielo; luego, en fin, a tantos santos y santas que, dando de sí, han experimentado a la vez la carencia y la sobreabundancia.

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Catequesis sobre el desierto, 4 de 5

Catequesis sobre el desierto. Tema 4 de 5: El desierto de Cristo

* Uno de los textos cristológicos más conocidos, el Cuarto Cántico del Siervo (véase Isaías 52,13–53,12) nos da pistas sobre la relación entre Jesucristo y el desierto. La conclusión que se desprende de Isaías 53,2 es que Cristo es “brote tierno en tierra árida.” Varias cosas podemos ver en esa expresión del profeta-poeta.

* El mundo, la vida humana, se ha vuelto “tierra árida.” La encarnación es anonadamiento, donación, ofrenda: es la llegada de la bondad a una tierra estéril, marcada por el egoísmo. Toda la vida de cristo fue desierto.

* Cristo es “brote;” su fragilidad está a la vista. Es vulnerable, y eso nos conviene, porque vulnerable hay que ser para cargar sobre sí los dolores y necesidades del prójimo. por esta vulnerabilidad, Cristo no se cierra sobre sí, y por lo tanto carga dentro de sí nuestros desiertos.

* Entonces la pregunta: ¿cómo puede él soportar? La respuesta es que lleva su fuente dentro. Y su fuente es su relación con Dios Padre, y es la unción del Espíritu Santo.

* El pasaje de las tentaciones en el desierto, por lo menos en la versión de Mateo, nos enseña que el objetivo central, el disparo del demonio intenta debilitar o quebrar esa fuente interior de Cristo, o sea, separarlo del Padre.

* Y lo mismo intenta el demonio con nosotros, en cuatro direcciones principales: arrogancia, auto-desprecio, temor del futuro, cadenas del pasado. Sólo recibiendo la fuente de Cristo, que él mismo nos dio al abrir su costado en la Cruz, podemos vencer al enemigo.

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Catequesis sobre el desierto, 3 de 5

Catequesis sobre el desierto. Tema 3 de 5: El desierto de Israel

* El caminar de Israel en el desierto, por su extensión y profundo impacto, ha quedado como referencia de lo que significa esta palabra desde el punto de vista de la fe. El Israel que entró no fue el mismo que salió.

* Tal transformación es fruto de un proceso: el desierto hace aparecer la verdad; así son visibles y pueden ser destruidos los ídolos; así se puede preferir a Dios y experimentar su amor; así llega uno a ser distinto.

* Revisemos algunos eventos más significativos del peregrinar de Israel por el desierto. Si nuestra cultura vive entre-tenida (y también re-tenida por el mundo), y vive distraída (es decir, halada por todo tipo de intereses), el desierto obliga con su monotonía a preferir la sobriedad.

* La experiencia del maná les hizo palpar la providencia divina, y en la escena del agua que brota de la roca el pueblo puede reconocerse del todo dependiente de Dios.

* Cuando son atacados por las serpientes, Dios quiere que miren a al serpiente de bronce en el estandarte–un símbolo de que el enemigo no puede esconderse de la mirada de Dios. Así aquella serpiente se convierte en lugar de encuentro de miradas, y por lo mismo, percepción de cómo Dios hace y reconstruye lo que es suyo.

* Pero el acontecimiento central es la alianza. Es sobre todo Moisés quien va delante del pueblo en cuanto a la fe, y por eso es el primero que descubre que el pacto con Dios no consiste simplemente en mejorar este mundo, sino que ya es anuncio de respuesta al anhelo más hondo del corazón humano: la comunión con Dios.

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