LA GRACIA 2020/11/27 Mi vida será confrontada con el libro de la vida

Acabemos con la locura de llamar bueno a lo que es malo, no tratemos de oscurecer la Palabra en beneficio del subjetivismo y del relativismo.

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Cuando todo se subjetiviza…

Una meditación de Alfonso Aguiló.

Raskolnikof, el protagonista de “Crimen y Castigo” de Dostoievski, es un joven estudiante de Derecho, convencido de que la conciencia es una simple imposición social. De hecho, mata fríamente a una vieja usurera, y después del asesinato dice no tener remordimiento alguno. Asegura haber vencido el prejuicio social de la conciencia: “¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parásito vil y nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad sitiada que matar a hachazos. No comprendo que pueda llamarse crimen a mi acción. Tengo la conciencia tranquila”.

Poco a poco su conducta se vuelve cada vez más desequilibrada y acaba en la cárcel. Al final de la novela, mientras cumple su condena en Siberia, sufre una pesadilla inquietante. Sueña que el mundo es invadido por una plaga de microbios que transmiten a los hombres la extraña locura de creer que cada uno está en posesión de la verdad. Surgen discusiones interminables, porque nadie considera que debe ceder, se hacen imposibles las relaciones familiares y sociales y el mundo acaba convirtiéndose en un manicomio insoportable.

Reflexionando sobre este sueño, Raskolnikof acaba descubriendo que su teoría para justificar el crimen es parecida a la conducta de aquellos hombres locos de su sueño.

Breve refutación del relativismo

De un artículo de Alfonso Aguiló:

Cuando los defensores del relativismo hablan en defensa de sus derechos, suelen desprenderse de todo su relativismo moral y condenar con rotundidad la objetiva inmoralidad de quien pretenda causarle daño. Y si alguien les roba la cartera, o les da una bofetada, lo más probable es que olviden su relativismo y aseguren -sin relativismo ninguno- que eso está muy mal, diga lo que diga quien sea (sobre todo si lo dice el ladrón o agresor correspondiente). Porque si la palabra dada no tiene importancia, o si no existen cosas tales como el bien y el mal, o si no existe una ley natural, ¿cuál es la diferencia entre algo justo o injusto? ¿Acaso no se contradicen al mostrar que, digan lo que digan, en la vida práctica reconocen que hay una ley de la naturaleza humana?

El relativismo, al no tener una referencia clara a la verdad, lleva a la confusión global de lo que está bien y lo que está mal. Si se analizan con un poco de detalle sus argumentaciones, es fácil advertir -como explica Peter Kreeft- que casi todas suelen refutarse a sí mismas:

“La verdad no es universal” (¿excepto esta verdad?).

“Nadie puede conocer la verdad” (salvo tú, por lo que parece).

“La verdad es incierta” (¿es incierto también lo que tú dices?).

“Todas las generalizaciones son falsas” (¿esta también?).

“No puedes ser dogmático” (con esta misma afirmación estás demostrando ser bastante dogmático).

“No me impongas tu verdad” (tú me estás imponiendo ahora tus verdades).

“No hay absolutos” (¿absolutamente?).

“La verdad solo es opinión” (tu opinión, por lo que veo)…

El dilema de la racionalidad de la teología moral

Este es un ejercicio propuesto en clase, un dilema que se plantea de esta forma: Si la teología moral es irracional, entonces no tiene lugar en nuestra sociedad que pide razones y no simplemente ejercicios de autoridad; si en cambio la teología moral es lógica y racional, entonces debe ser admisible por todos, creyentes o no, y entonces la fe no es necesaria ni agrega nada al discurso teológico. ¿Cómo se responde a ese dilema?

* * *

Lo que sigue es la respuesta, ligeramente editada, del estudiante Jaime Barrera Cuesta.

Actualmente la humanidad se encuentra inmersa en un sinnúmero de paradigmas antropológicos. Al parecer, la moral está fundamentada en dichos paradigmas y, consecuentemente alguien podría decir que no existe una moral, sino que dependiendo del número de modelos antropológicos se derivan diferentes consecuencias en la forma de comprender la moral. A este respecto, Schopenhauer afirmó que “en todos los tiempos se ha predicado mucha y buena moral; pero la fundamentación de la misma ha sido siempre difícil.”

Esto implicaría que la moral difícilmente encontrará un fundamento objetivo y válido para cada hombre, sino que la dimensión moral del hombre estaría supeditada al contexto donde se desarrolla lo humano, comprendiéndose finalmente de diferentes maneras. Siendo así, el aspecto subjetivo de la moral traería como consecuencia que al no existir una base sólida que fundamente la moral, ésta quedaría al parecer de cada sujeto.

Ante esto, lo primero que se puede decir es que, si bien la moral tiene una dimensión subjetiva, ya que implica la libertad y la conciencia de cada persona, al mismo tiempo, lo antropológico implica una exigencia de verdad. Benedicto XVI denunció en su momento que “si al hombre se le excluye de la verdad, entonces lo único que puede dominar sobre él es lo accidental, lo arbitrario. Por eso no es fundamentalismo, sino un deber de la humanidad el proteger al hombre contra la dictadura de lo accidental que ha llegado a hacerse absoluto, y devolver al hombre su propia dignidad que consiste precisamente en que ninguna instancia humana pueda dominarlo, porque él se encuentra abierto hacia la verdad misma” (Homilía del 18 de abril del 2005, en la Eucaristía por la Elección de Sumo Pontífice).

Por ello el ser humano, de alguna u otra forma, en diferentes culturas, con diferentes costumbres, lleva implícitas preguntas con respecto al obrar humano, que den como respuesta argumentos válidos y verdaderos, que justifiquen una inclinación a una vida moral propuesta.

De preguntas como: ¿Qué es el bien y qué es el mal moral?, ¿por qué una acción es buena o mala?, se desprende que, necesariamente debe existir una dimensión racional y objetiva de la moral, de la cual se deriven principios, valores, normas y juicios morales, que se muestran como caminos de humanización, que convergen en todas las culturas, que sean validos y verdaderos para todo hombre y que le liberen y dignifiquen.

Llegados a este punto, donde vemos que a partir de la ley natural y la reflexión racional se puede y debe fundamentar la dimensión objetiva de la moral, se hace pertinente preguntar: Si la moral es racional, ¿para qué religión?; ¿es necesaria una doctrina que transmita normas morales a partir de una religión como la católica?

Ante tales preguntas, lo primero que hay que responder, es que la fe de la Iglesia no se reduce únicamente el cumplimiento de un conjunto de normas morales, sino que principalmente parte del encuentro con la persona de Jesucristo (Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1). Consecuentemente, el fundamento de la moral cristiana es Jesucristo en su vida, palabras y obras. En el obrar del discípulo de Jesús de Nazaret siempre se encuentran presentes sus palabras cuando dice “si me amas cumple mis mandatos” (Jn 14, 15). Es decir, que la moral cristiana no es otra cosa sino una respuesta de amor desde la fe en Cristo, que le implica plenamente en todas sus dimensiones; respuesta que así se revela como verdadero y válido camino de libertad, plenitud, dignificación y humanización para todo hombre, en cualquier cultura.

Lo segundo que se puede decir, es que desde ningún punto de vista la doctrina moral cristiana riñe o se opone, a lo que a la luz de la ley natural y la razón humana se ha demostrado como camino verdadero y válido que se manifiesta en una norma moral desde diferentes culturas. El mismo Dios, fuente de verdad y racionalidad, es también fuente de bondad y plenitud.

Pero hay un tercer punto. Lo que sí queda revelado desde la fe judeo-cristiana, es la imposibilidad de la humanidad de vivir aquello que en lo teórico-racional se muestra como camino de humanización. En el hombre se deja ver una herida profunda, que se manifiesta como inclinación hacia el mal obrar; esa herida profunda no es otra cosa que el pecado y la absurda pretensión del hombre de determinar por sí mismo qué es lo bueno y qué es lo malo. “Solo Dios es bueno” exclama Jesús para decir que el fundamento y origen de todo bien es Dios.

Para concluir: el apóstol San Pablo describió el drama humano al mostrar cómo la ley o norma moral del Antiguo Testamento es buena porque le muestra lo realmente bueno al hombre, pero, por otro lado, le muestra también que no es capaz de cumplirla. Hoy día, se puede decir que ocurre lo mismo, ya que al parecer el hombre a partir de la razón descubre qué es lo bueno y lo expresa en cierto modo en documentos como la “Declaración de los Derechos Humanos”, que deben “garantizar” la “libertad” y la “dignidad” de las personas; los hechos, sin embargo, muestran a menudo todo lo contrario.

Por esta razón, hoy como ayer, es necesario poner la mirada en Cristo, quien no solo manifiesta con su vida, hechos y palabras lo que es bueno, sino que a partir del misterio pascual, en cuanto acto más grande de Amor de Dios hacia la humanidad, le salva de la esclavitud del pecado, y con el Don de su Espíritu Santo capacita al hombre y le da un nuevo corazón capaz de cumplir con sus actos, aquello que realmente le conduce hacia su plena realización y humanización en pleno acuerdo con el plan de Dios.

Vocación profética, 15 de 16, Frente al relativismo

[Vocación profética de la Vida Religiosa: un retiro ofrecida a las Dominicas de la Inmaculada, en Ecuador. Julio de 2014.]

Tema 15 de 16: Frente al relativismo

* La denuncia que en su tiempo hizo el Papa Benedicto XVI conserva todo su valor: padecemos la tiranía del relativismo. En un tal contexto, el sujeto se considera norma única de su propio bien, con dos repercusiones inmediatas: desconocimiento del bien común e incapacidad de asumir compromisos a largo plazo.

* Si se examina bien, las causas del relativismo hay que ubicarlas en una desconexión entre los tres vértices de un triángulo enunciado en la Encíclica Veritatis Splendor del Papa Juan Pablo II: se trata de los vértices de la verdad, la libertad y la felicidad. Cuando se disloca la relación entre ellos, el capricho subjetivista se alza como tirano.

* Para mostrar el vínculo entre libertad y verdad basta darse cuenta de que cuando decimos que la libertad consiste en hacer lo que venga en gana, uno se pone en poder de quien le genere las “ganas.” En efecto, el deseo es en buena parte un constructo que sale de los diseños inteligentes de los publicistas y de los técnicos en ingeniería social. La única manera de no entregar la propia libertad al ponerse en manos de las “ganas” es discernir con la luz de la VERDAD qué es lo necesario, lo correcto, lo justo, y así sucesivamente. Donde se ve que no es posible desconectar libertad y verdad.

* La verdad desconectada de la felicidad se vuelve puro estoicismo, puro voluntarismo, o puro formalismo. Al final, el alma pide también gozo, y el edificio moral se desploma buscando excesos. Para conectar verdad y felicidad es preciso discernir cuáles son nuestros verdaderos bienes y cómo a través de esa búsqueda verdadera encontramos verdadera felicidad.

La Pascua, sus Enemigos y sus Victorias, 3 de 8, Relativismo, Subjetivismo y Postmodernidad

[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]

Tema 3 de 8: Relativismo, Subjetivismo y Postmodernidad

Entendemos la secularización “social” como la tendencia cada vez más pronunciada a excluir los criterios externos de verdad y de bien del discurso admisible en la sociedad, de modo tal que una multitud de valores y artículos propios de la fe religiosa se ven como caprichosos o como frenos abusivos a la libertad del individuo. A veces se llama “relativismo” a esta tendencia pero tal etiqueta puede resultar engañosa porque la secularización social no considera que todo sea relativo sino que sólo quiere descartar o cuestionar las certezas más típicas y propias de las “grandes narrativas” es decir, de aquellas cosmovisiones que quieren dar razón del lugar y el futuro deseable para la humanidad en su conjunto. Es la opción propia de la llamada “postmodernidad,” que desconfía de los principios filosóficos, los ideales políticos y los credos religiosos.

Sin embargo, la renuncia a las grandes narrativas no significa renuncia a todo tipo de certezas. Lo que más bien se da es un desplazamiento hacia las certezas más próximas, más materiales y percibibles por los sentidos; aquellas que afectan de modo inmediato al individuo. El nuevo dogmatismo de los postmodernos está constituido por estas certezas “próximas,” que pueden clasificarse en dos grandes grupos: por una parte, las estrictamente individuales, como son la salud, la belleza, el dinero, el sentido de pertenencia a la propia “tribu” y sobre todo, la libertad; y por otra parte, las que se consideran como una especie de patrimonio social fuera de discusión, a saber: la ciencia, la tecnología, la ecología, la flexibilidad en el lenguaje y el valor vinculante de la ley positiva, esto es, lo que se apruebe en el parlamento.

La secularización social supone un grave eclipse de la verdad. Para el hombre postmoderno sólo hay tres niveles de verdad: (1) “Mi” verdad, que es el espacio de las propias convicciones, gustos y autodeterminación; (2) “Nuestra” verdad, que corresponde a lo que por ahora debe considerarse obligatorio, según la ley pública vigente; y (3) “La” verdad objetiva, que queda reservada a la ciencia, entronizada como único saber con pleno derecho público.

Uno se da cuenta que la secularización social queda ciega, sorda y muda frente a la verdad moral. Por consiguiente, arroja al hombre al absurdo de una vida limitada a producir, consumir y entretenerse. Y si a alguien esto le parece insuficiente, el mercado y las leyes aprobadas le indicarán prontamente el camino: suicidio asistido o eutanasia.

ESCUCHA, La respuesta al laicismo es el laicado

* El laicismo, perniciosa ideología que quiere imponerse en nuestro tiempo, tuvo primero una larga gestación, que puede trazarse con bastante nitidez por lo menos hasta el siglo XVIII.

* La Revolución Francesa no tenía como objetivo único derrocar la monarquía. Se trataba asimismo de eliminar privilegios y quitar poder a la nobleza y al clero. Una nueva clase, de origen burgués e intelectual, se presenta como vocera del pueblo en su conjunto para competir por una amplia porción de poder y no desea límites, filtros ni estorbos.

* La revolución industrial añade, a lo largo del siglo XIX, algunos nuevos factores: (1) El surgimiento de una mentalidad capitalista que ya no mide la producción por el consumo, y que ya no ve a las máquinas como prolongación de los seres humanos sino a los humanos como prolongación del ritmo frenético de las máquinas. (2) La respuesta sindicalista, que poco a poco se decanta hacia ver la sociedad como un campo de batalla de intereses incompatibles. (3) La respuesta comunista, primero victoriosa en Rusia (en contra de las predicciones de Marx), que cree que puede cambiar la naturaleza humana a través de un sistema de leyes que aseguren los derechos al “pueblo.”

* El conjunto de estas tensiones y argumentaciones es la base del laicismo, que quiere explicar y construir el mundo sin referencia a la religión y con la consigna explícita de sacar a Dios de todo espacio de interés público en la sociedad.

* A fines del XIX, después de una serie de duras condenas doctrinales en contra del materialismo y el llamado “liberalismo,” el Papa León XIII inaugura una aproximación distinta al problema a través de un amplio documento razonado: su encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891. Esta encíclica representa un notable avance pero todavía no impacta suficientemente lo concreto de la sociedad.

* Las respuestas, más allá de las series de condenas y excomuniones, fueron surgiendo de manera progresiva a comienzos del siglo XX. Cabe destacar tres:

(1) Frank Duff, laico católico irlandés, se pregunta si es posible ser santo. Su interrogante no mira al problema en abstracto sino que quiere saber si la santidad es también un camino practicable para él en su condición de laico. El curso de sus reflexione lo lleva a fundar la Legión de María, cuyo propósito es trabajar en comunión con los sacerdotes para hacer lo que los sacerdotes no podrán hacer: llevar la noticia de Jesucristo y el bien de una fe viva a los más diversos rincones de la sociedad humana.

(2) El sacerdote Josemaría Escrivá tiene una inquietud semejante: ¿Es que acaso la santidad está reservada para unos pocos (los consagrados) y debe consistir en cosas exóticas o extraordinarias? Su predicación de la santidad como desarrollo y desenlace natural del bautizado, y no a través de lo extraño sino por la fidelidad cargada de amor en lo cotidiano, conmueve a una multitud de laicos, que de repente sienten que la fe es para ellos. Los múltiples retos van a requerir un discernimiento fuerte y casi continuo y por eso Monseñor Escrivá insiste en la dirección espiritual. El Opus Dei, nacido de estas intuiciones, adquiere así un rostro beligerante por no conformista.

(3) La Acción Católica, una iniciativa dirigida a los laicos pero salida del corazón y la mente de muchos pastores ya desde el siglo XIX, subrayó ese aspecto militante. El nombre mismo indica una superación clara del esquema pasivo, y una invitación a ser parte del rostro que tendrá la sociedad en el futuro.

* El Concilio Vaticano II asumió esta clase de experiencias, y muchas otras, como patrón que ha de proponerse a los laicos en su conjunto. Aún más: ayudo a ofrecer una definición positiva del laicado. Ser laico es hacer presente el reinado de Cristo en las diversas dimensiones y lugares de la sociedad. Ni el laico es un sacerdote a medio hacer, al que habría que promover dándole cada vez más lugar en la liturgia, ni el sacerdote ha de codiciar los puestos de poder en la sociedad civil.

* Corresponde especialmente a los movimientos eclesiales la avanzada en esta nueva comprensión de la vida de los laicos. Tres características suelen acompañarlos: (1) Conciencia de la vocación laical; (2) Formación y discernimiento permanentes; (3) Sentido de comunidad.

* Este laicado, formado, consciente de su llamado y en gozosa comunión con la jerarquía de la Iglesia, es la genuina respuesta a la avanzada laicista.

Teorias y Modelos del Yo, 2 de 2

Escuela de Vida Interior, Tema 19: Teorías del YO que han cimentado el relativismo.

Para distinguir entre el falso y el verdadero conocimiento de sí mismo conviene hacer un recorrido por la historia, la filosofía y la psicología, aunque sea brevemente. En esta ocasión nos referimos a tres personajes del siglo XX que ilustran las raíces del pensamiento subjetivista y relativista de nuestra época.

Carl Gustav Jung (1875-1961) fue por un tiempo discípulo de Sigmund Freud, con el cual tiene algunas coincidencias. Lo mismo que Freud, Jung considera que la luz de lo consciente es comparativamente muy pequeña, de manera que la mayor parte de lo que uno “es” pertenece al dominio de lo inconsciente.

Pero Jung se distancia de Freud en varias cosas. Para Jung lo inconsciente no necesariamente está determinado por contenidos de origen sexual o libidinoso. Freud cree haber encontrado algunas puertas hacia lo inconsciente, por ejemplo, la libre asociación (el hablar sin inhibiciones, tipo desván), la interpretación de los sueños, o el examen de los mecanismos de defensa. Para Jung, en cambio, el inconsciente es lo no-consciente y no-conscienciable: no existe un método real que lleve a lo no conocido y cognoscible.

Otra diferencia entre estos dos pensadores es que para Jung lo inconsciente no es individual en su origen. Todo lo contrario. De hecho, el proceso más importante del crecimiento personal es la “individuación,” es decir, el proceso que lleva desde el “inconsciente colectivo,” que es como un depósito profundo e indiferenciado de arquetipos, hacia las opciones y decisiones de la persona como individuo. El proceso de “negociación” entre el subsuelo de imágenes y referencias comunes, por un lado, y las opciones que el individuo va tomando, es exactamente lo que constituye el “crecimiento personal.”

Debe destacarse que, por su misma naturaleza de “inconsciencia,” los arquetipos no son ni buenos ni malos, ni verdaderos ni falsos. Desde una perspectiva Jungiana no tiene sentido preguntarse si Dios existe o si el demonio realmente tienta a las personas. Lo único que importa es que hay seres humanos para los cuales hay colosales arquetipos como “la divinidad” o “la maldad en persona.” Por eso la religión no pertenece, según Jung, al terreno de lo verdadero.

La lógica consecuencia es que el proceso que él llama de “individuación” no está ligado a parámetro alguno de tipo objetivo. Simplemente, cada uno ha de aprender a reconciliarse con sus zonas oscuras y aprender a convivir con sus demonios (algo muy semejante predicó Anselm Grün en Colombia, 2012).

Jean Paul Sartre (1905-1980), filósofo francés, icono del existencialismo de la postguerra, llegó a convertirse en una especie de profeta para un mundo profundamente desencantado, incapaz de fiarse de los grandes relatos de la razón o de la fe.

En continuidad temática con el existencialismo de Kierkegaard, pero en profunda discontinuidad con la atmósfera cristiana de este último, Sartre percibe la contingencia infinita de la vida misma. Declara entonces que la vida es “una pasión inútil;” no se puede extraer sentido o significado de la vida: hay que dárselo. Según él, la existencia precede a la esencia, es decir: cada quien, en las opciones que toma por el camino del existir, va configurando su esencia, lo que es.

Si es un hecho firme que la vida carece de significado más allá de las decisiones del individuo, predicar un sentido para la existencia es engañar, y si de tal engaño se vale uno para crear una institución robusta y poderosa, como puede ser un gran partido político o una gran comunidad de creyentes, hay que hablar de “mala fe.” La mala fe, según Sartre, es el modo de obrar de aquel que sabe, porque no puede ignorar, la contingencia de la vida, pero pretende actuar como si las cosas no fueran así.

La única manera de librarse de la mala fe, es instalarse en la desprotección honesta de la autenticidad, esto es, asumir la existencia sin lo que él considera “máscaras” o mentiras. Por supuesto, esto implica “liberarse” de la idea de Dios y avanzar sin esperar nada de las cosas (ni de las personas).

John Lennon (1940-1980) puede bien considerarse como el profeta de otro modo de individualismo. Su muy famosa canción Imagine describe un mundo en el que hay paz porque ha desaparecido toda autoridad y toda referencia sobrenatural. Para Lennon lo único realmente importante es que cada quien encuentre algo que realmente lo apasione y luego se deje guiar por esa inspiración o llamado. desde esa perspectiva, las instituciones que pretenden señalar caminos y comportamientos a las personas, por ejemplo, las iglesias, los partidos políticos, o los patriotismos, son prisiones para la verdadera libertad y para el verdadero yo.

Una idea semejante encontramos en el escritor popular Paulo Coelho. Según éste, cada persona tiene que seguir el llamado del propio corazón, porque cada uno va escribiendo en cada día de su vida una página más de un relato irrepetible. Tales pensamientos son de muy buen recibo en una cultura que quiere centrarlo todo en las decisiones de un yo desconectado de cualquier referencia exterior, bajo la premisa de que toda influencia es negación, opresión o supresión.

El mundo postmoderno, el mundo que vive bajo el doble eclipse de la razón y de la fe, ha sido denunciado por el Papa Benedicto XVI, quien ha mostrado con agudeza que no es verdad que el declinar de la fe sea victoria de la razón, ni mucho menos que el oscurecimiento de la razón sea un amanecer para la fe. Muy al contrario, nuestros contemporáneos, especialmente nuestros jóvenes, sufren la fragmentación, incluso la pulverización, de su yo bajo la tiranía del dogma que prohíbe al corazón alcanzar la Verdad con mayúscula.

Otro será el lenguaje si entra Cristo en la escena.

* * *

Este tema pertenece al Capítulo 02 de la Escuela de Vida Interior; la serie completa de los diez temas de este Capítulo 02 está aquí:

is.gd/vida_interior_02

La serie de TODOS los temas de esta Escuela de Vida Interior está aquí:

is.gd/vidainterior

Signos de nuestro tiempo, 3 de 5, Relativismo

Signos de nuestro tiempo

Tema 3: Relativismo

Transcripción

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Resumen

* La ciencia, por sí sola, no resuelve los grandes dilemas éticos porque no puede decirnos si es valioso SER, en general, o si es valioso el ser individual, pues cada individuo es una instancia de alguna ley más general.

* El relativismo consiste en una profunda desconexión entre el sentido de la libertad y el sentido de la verdad; desconexión entre la fuerza del querer y el deseo de saber.

* Tentáculos del relativismo son sobre todo tres: (1) Presentar lo moderno como siempre mejor; (2) Predicar “mente abierta,” pluralismo y tolerancia; (3) Tiranía de la opinión pública o de la mayoría, con la respectiva supresión de las opiniones disidentes.

* Relativismo es: ausencia de principios; sofisma de que todo es volátil, líquido, amorfo, inconsistente, negociable. El cristiano no entrega sus armas; sabe, desde siglos antiguos, que seguir la voz de Dios y de una conciencia formada, implica ir en contracorriente.

ATENCIÓN: Escucha el retiro completo, o baja las notas de los cinco temas, en PDF.

Relativismo en la escuela hoy

Una palabra de difícil manejo; una palabra que se ha vuelto prácticamente un tabú hoy es: autoridad. A menudo, quien la tiene, o debería tenerla, por ese sólo hecho siente la presión de disculparse. Por otro lado, nadie duda de que la autoridad es algo de lo que se puede abusar y se ha abusado, de modo que la pregunta puede plantearse de este modo: Entre el autoritarismo y el igualitarismo, ¿qué es tener autoridad?

[Los apuntes para esta conferencia, ofrecida en el marco del V Congreso de Docentes Dominicos (Arequipa, Perú, 10-12 de Octubre de 2011) se encuentran aquí. Véase también este marco conceptual sobre el relativismo.]

Una catequesis sobre el relativismo

¿Son relativistas comunismo y liberalismo?, ¿qué filosofía o doctrina fue la básica en la aparición del relativismo? – Pregunta de Santiago, en FRAYNELSON.NET

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La expresión “relativismo” es comparativamente nueva. Ha sido especialmente el Papa Benedicto XVI quien ha señalado varias veces esta especie de “enfermedad” de nuestro tiempo, aunque el término, con su uso actual puede encontrarse ya en la Encíclica Veritatis Splendor, n.1, de Juan Pablo II.

En la Misa celebrada con ocasión de la elección del sucesor de Juan Pablo II, dijo el entonces Cardenal Ratzinger:

Continuar leyendo “Una catequesis sobre el relativismo”

El Sacramento de la Eucaristía (2)

Curso sobre el Sacramento de la Eucaristía ofrecido a los frailes estudiantes dominicos. Sección 1 de 4: Propedéutica Eucarística. Cada grabación contiene dos temas. En este caso, los temas 3 y 4 muestran las dificultades que el Subjetivismo – Relativismo y el Cientificismo – Modernismo traen para la recta comprensión y vivencia del Sacramento por excelencia.