Religiosas, ¿qué futuro? (1)

¿Habrá religiosas en el panorama de la Iglesia dentro de diez años, cuarenta años, cien años? ¿Qué tan relevantes serán para ellas cosas como el uso del hábito o la oración en común? ¿Qué tipo de obediencia o de relaciones de autoridad, en general, existirán entre aquellas mujeres? ¿Será muy diferente la situación en los distintos países y culturas, o habrá fuertes estándares globales? ¿Es cierto lo que algunos dicen, que el Estado terminará de asumir lo que hoy llamamos obras asistenciales, y también la educación, de modo que quedará sólo espacio para la vida contemplativa? Las nuevas formas de consagración seglar y el impulso atrayento del compromiso laical ¿dejan espacio para una vida religiosa con todas sus exigencias de comunidad?

1. Antes que ofrecer respuestas nacidas de la especulación, o incluso del estudio de bases bíblicas o teológicas, empiezo por constatar que las Congregaciones más “tradicionalistas” o “conservadoras” son las únicas a las que veo recibir vocaciones. El progresismo católico, una vez abrazado por una Comunidad Religiosa femenina, se convierte en su acta de defunción. Esto no quiere decir que todo lo antiguo sea bueno ni que todo lo nuevo sea malo, pero algo debe enseñarnos.

2. En segundo lugar, es claro que el ideal de mujer, o el concepto sobre qué significa ser mujer ha cambiado en el siglo XX en todo Occidente, y aún en países por fuera de la influencia inmediata de nuestra cultura. Desde la lucha contra la violencia doméstica hasta los extremos de algunos pensadores y escritores sobre el “género” la mujer está de continuo en el centro de la atención. Ser bella y hábil, intelectualmente autónoma, sexualmente desinhibida, económicamente independiente, profesionalmente capaz, son algunas de las cualidades o supuestas cualidades pregonadas por los medios, cuando se trata de la mujer. Es obvio que este modelo de mujer no encuentra nada que le intereses en un convento. La religiosa tradicional es su antítesis.

3. En tercer término va el declive de la religión, o en particular del cristianismo, en buena parte de Occidente. Primero se dijo que era por el pensamiento científico, pues supuestamente una persona racional no podía admitir milagros ni las cosas “raras” que cuenta la Biblia. Después resultó que la ciencia misma era parte de la Modernidad, y la Modernidad predica los “grandes relatos” en los que nadie cree ahora, porque ahora se supone que somos Postmodernos. Y como no creemos en grandes relatos sino en historias pequeñas en las que importa la forma y la importancia subjetiva, la magia está llenando el hueco que dejó la fe cristiana cuando la echaron. Es claro que ni el racionalismo de tendencia atea ni el postmodernismo de corte panteísta van a ayudar a que alguien se resuelva a entregar toda su vida a Jesucristo.

4. Y por si faltara otro agravante, el ambiente generalizado de individualismo, materialismo práctico y consumismo hace que todos, y en particular las mujeres, se dediquen con auténtico “fervor” a los gimnasios, rutinas de belleza, centros comerciales y en fin, todo aquello que ciertamente no va a impulsar mucho en la dirección de la vida religiosa.

¿Qué queda de ese panorama? ¿Qué balance hacer? Alguien diría que la batalla está prácticamente perdida. En realidad hay mucho más que decir.