¿Tiene que morir la Teología de la Liberación? (3a. parte)

La hermenéutica liberal de la Biblia

Quien tiene el protagonismo en la versión liberal de la Escritura es la comunidad. Es ella quien, a la luz de los recuerdos más o menos fragmentarios de quienes habían tratado directamente a Jesús (el Jesús histórico), recompone una especie de “Manifiesto,” en más de una versión, por supuesto. Tal sería la base de los evangelios. (Un razonamiento parecido se aplica proporcionalmente a toda la Biblia).

Esta comunidad post-pascual descubre unos acentos peculiares en la vida de Cristo: servicio, amor fraterno, liberación del oprimido, atención al que no cuenta, todo ello en clave de liberación del yugo de la ley con sus formalismos y de alegría por el nacimiento de una realidad nueva que tiene nombre propio: el Reino de Dios.

Esta comunidad tenía que entrar necesariamente en conflicto con quienes detentaban el poder en sus diversas formas, pero sobre todo con quienes se consideraban dueños de la verdad o quienes tenían posiciones de privilegio. Entre estos hay que nombrar a los herodianos y sobre todo a los saduceos, que, en cuanto eran familias sacerdotales, resultaban directamente amenazados por la predicación de un modo de vida y de amor fraterno en el que esas distinciones ya no cabían.

Puestas así las cosas, la persecución vino a marcar la vida de aquellas primera comunidades. Hombres y mujeres de una coherencia ejemplar prefirieron entregar su sangre antes que dar marcha atrás. Movidos por el testimonio de Jesús, vendrían a ser los primeros en una larga lista que alcanza hasta nuestros días. Son los mártires.

Porque hay que saber –propone esta versión de Iglesia– que no han faltado a lo largo de los siglos quienes vuelvan con admirable obstinación a la causa de Jesús, que se ha fusionado ya para siempre con la de los pobres y excluidos. En ellos y ellas, los testigos humildes y alegres de todos los siglos, se puede todavía sentir el aroma de Galilea y el ritmo del Pobre de Nazareth.

Para esta lectura liberal no es necesario que Cristo sea Dios, ni que haya resucitado, ni que haya hecho milagros o expulsado demonios. Herederos del proyecto de “desmitologización” de Rudolf Bultmann, los teólogos de corte liberal, sean o no de la TL, consideran más o menos como superfluo todo lo que no sea racionalmente explicable. Si para Bultmann y el ambiente europeo esto debía servir para acercar los textos a la racionalidad científica propia del europeo promedio, para los liberacionistas la eliminación de lo sobrenatural debía ayudar a que toda la atención se concentrara en los valores del Reino, por una parte, y los esfuerzos comunitarios por hacer de ello una realidad, por la otra.